¿Y si no hay trabajo para todos? (Publicado en Mercados de El Mundo el 16 de febrero de 2014

Escrito a las 12:00 pm
Dicen los que saben que en 2014, con un crecimiento medio del PIB del
0,9%, crearemos hasta 60.000 empleos (BBVA Research). La cifra es
congruente con los 46.000 ya creados, en términos desestacionalizados, en
el cuarto trimestre de 2013, pero plantea una pregunta interesante:
¿cuántos años necesitaremos, a ese ritmo, para absorber los casi seis
millones de parados que nos ha dejado la crisis? O, enfocado de otro modo,
aceptando que las reformas han hecho posible crear empleo con tasas de
crecimiento del PIB más bajas que antes, ¿cuánto tenemos que crecer para
reducir todo el paro acumulado, en un tiempo razonable, digamos, diez
años? Al final, se mire como se mire, nos vamos a los veinte años como el
plazo previsible para regresar a la tasa de paro previa a la crisis (un 7%),
tal y como dijimos en el estudio “La economía española en 2033” (PwC),
suponiendo, hasta entonces, un crecimiento moderado, pero constante, del
2% promedio.
La baja natalidad ayudará, en los próximos años, a reducir la tasa de
paro al aminorar el número de personas en edad laboral. Ello, unido a los
movimientos de población (inmigrantes que regresan a sus países y
universitarios españoles que emigran) hará que la presión demográfica
sobre el mercado de trabajo se vea reducida. A pesar de ello, hay dos
reflexiones que conviene adelantar, ahora que se ha producido el primer
cambio de tendencia en nuestro mercado laboral: con una economía que
saldrá de la crisis siendo más intensiva en capital y con menor pujanza que
en el pasado, ¿cuánto trabajo y de qué tipo podemos esperar? Segundo,
mientras tanto, ¿cómo transitaremos los años necesarios hasta alcanzar una
tasa de paro europea?
Empezando por lo inmediato, hay cuatro rasgos de la situación actual
que merecen ser destacados: empiezan a generalizarse los “trabajadores
pobres”, mucho “menos que mileuristas”, trabajando horas extras por el
mismo sueldo, cuyo único soporte efectivo sigue siendo la familia; el
empleo que se crea en muy precario (temporal y a tiempo parcial
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involuntario); la tasa de cobertura del desempleo es la más baja de la
historia reciente: 4 de cada 10 parados registrados no reciben prestaciones,
ni subsidios de desempleo; los parados de larga duración (más de un año
en paro) alcanzan una cifra récord, pero también crecen aquellos que llevan
más de dos años sin trabajar. Todo ello lleva aparejado, además de los
evidentes problemas sociales, dos problemas económicos no menores: el
alza en la demanda de consumo de las familias, que es lo que mueve el PIB
hacia tasas positivas, tiene limitado su recorrido al alza, pues muchas
familias seguirán sin mejorar su renta disponible durante mucho tiempo. Si,
además, contemplamos el inmenso esfuerzo por desapalancarse, todavía
pendiente entre las familias, no se puede ser demasiado optimista a medio
plazo. Los millones de personas que tienen medio trabajo y medio sueldo,
solo podrán consumir a medias y llevar una media vida durante, al menos,
una década.
El segundo impacto de la situación laboral descrita es la tremenda
dificultad con que encontraran trabajo un elevado porcentaje de los actuales
parados que por su elevada edad, escasa cualificación y persistencia en la
situación de desempleo, corren el riesgo de desprofesionalizarse. Eso
plantea un riesgo de exclusión laboral permanente, de dimensiones
desconocidas. Nada de la actual política económica va dirigido a abordar
estos asuntos, tan urgentes para tantos españoles concretos, incluida la
clamorosa ausencia de políticas activas de empleo en esta coyuntura tan
dramática.
A largo plazo, superada incluso la crisis y no solo la recesión,
¿generará la economía española puestos de trabajo suficientes para
proporcionar una oportunidad laboral de calidad a todos los demandantes?
Con una economía más tecnológica, más robotizada, más
internacionalizada, el trabajo dejará de ser una mercancía homogénea y se
romperá en dos segmentos diferentes: aquellos trabajadores que solo
aportan su fuerza de trabajo y aquellos otros que pueden aportar su
talento. Ambos sectores estarán más presionados que ahora por la
competencia globalizada que, en el primer caso, empujará los salarios a la
baja para equipararlos a la media mundial, mientras que en el segundo, lo
serán al alza para igualarse con la media europea. La intuición de que
podemos tener exceso de los primeros y, sin embargo, necesitar muchos
más de los segundos de los que proporcione nuestro sistema educativo, es
bastante robusta, analizando las tendencias demográficas y nuestra realidad
laboral y académica. Por ello, tenemos que empezar ya a pensar la manera
de gestionar esa dualidad en su dinámica, anticipándose a lo que parece no
deseable.
La idea de que un modelo económico puede ser rentable, productivo
y eficiente (óptimo de Pareto), manteniendo, a la vez, una elevada tasa de
paro estructural, no es nueva. De hecho, está en el origen de la aportación
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de Keynes (aunque él creía que eso solo era posible a corto plazo) o del
debate sobre las cuarenta horas semanales y el reparto de trabajo
producido en los años 80 del siglo pasado. A medio plazo, es muy probable
que España tenga 3000 empresas nómadas, produciendo en varios países,
vendiendo en todo el mundo, cotizadas en varias bolsas internacionales,
altamente rentables y productivas, junto a tres millones de parados
sedentarios.
Aunque vivimos en una sociedad que reclama todo el protagonismo
para el individuo, convertido en el centro retórico de todo como ciudadano,
votante, consumidor y contribuyente, en realidad, el sistema económico
capitalista coloca al trabajo y, por ende, al trabajador, como la variable
residual de ajuste con que asegurar la rentabilidad global exigida. Eso
explica que una crisis desencadenada por un problema en la parte
financiera, se aproxime a su fin tras una rápida reconstrucción de los
beneficios empresariales, incluso en el sector bancario, pero deje, como
efecto colateral duradero, un mercado laboral destrozado que es, la primera
variable en ajustarse rápido a la baja cuando las cosas van mal y la última
en recuperarse lento cuando empiezan a ir bien. Aunque haya trabajo para
todos, ¿podremos vivir dignamente de él?

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