Preámbulo de Victoria Camps a la Propuesta de Ley de Partidos Políticos.

Escrito a las 10:35 am

Por primera vez en mi blog doy la palabra a un «invitado». Se trata, ni más ni menos, que de la filósofa Victoria Camps, que como participante del Foro +Democracia, ha redactado el  preámbulo que adjunto a la propuesta que hemos elaborado en el Foro de Nueva Ley de Partidos Políticos cuyo link también os adjunto:

http://foromasdemocracia.com/reformemos-la-ley-de-partidos/

 

PREÁMBULO (Victoria Camps)

La necesidad de una regeneración democrática de las instituciones políticas es uno de los clamores populares más persistentes en estos momentos en la sociedad española. De todas las instituciones políticas, la más necesitada de reformas es la de los partidos políticos. Así lo ponen de manifiesto las encuestas de opinión que muestran el decreciente nivel de confianza y la falta de afecto que éstos despiertan en los ciudadanos.

            Es indiscutible que los partidos políticos sufren una crisis de dimensiones extraordinarias, pero también lo es que sin partidos políticos no hay democracia que pueda funcionar, ya que en ellos descansa la organización de la representación y participación políticas. Así lo proclama la Constitución en su artículo 6 cuando declara, entre otras cosas, que “son instrumento fundamental de la participación política”.  Participación y representación no son dos formas alternativas de entender la democracia. En el mundo actual, la democracia representativa es la única concebible, por lo que es básico que los órganos que articulan la representación no excluyan la participación ciudadana, sino que sean tan plurales, transparentes y abiertos como lo exige la idea original de democracia.  Una democracia que no puede sustentarse en el supuesto de que ya dispone de las instituciones pertinentes para funcionar como tal, sin plantearse reiteradamente si esas instituciones, y las personas que las componen, están cumpliendo con los objetivos que las definen y se guían por los valores que la ética y el ordenamiento jurídico reconocen como fundamentales.

            Las razones del deterioro de los partidos políticos son harto conocidas y, hasta cierto punto, comprensibles. En la transición democrática, el peligro más temido por los constituyentes fue el de no ser capaces de construir un régimen político que gozara por encima de todo de estabilidad política. Fue dicha preocupación por la estabilidad lo que condujo a la creación de unos partidos fuertes, homogéneos y cerrados en sí mismos, temerosos de albergar conciencias excesivamente críticas y de sucumbir a la dispersión de facciones opuestas entre sí. Se fueron consolidando, en consecuencia, unas organizaciones en las que lo importante eran la unidad y la disciplina internas, por encima de la relación directa e interactiva con la ciudadanía. Un sistema electoral de listas cerradas contribuyó a ahondar la distancia entre electores y candidatos, los cuales, una vez en posesión de sus cargos, se han venido mostrando más pendientes de rendir cuenta de sus actuaciones a sus respectivos  partidos, que de atender a las demandas de la ciudadanía.

            Si, de acuerdo con el artículo de la Constitución Española arriba citado, es función de los partidos concurrir “a la formación y manifestación de la voluntad popular”, es evidente que una organización distanciada de los ciudadanos lo que menos hace es ocuparse de la formación o hacerse eco de las voluntades populares. En más de treinta años de democracia, no se ha inculcado a la ciudadanía la convicción de que los cargos electos son, efectivamente, los interlocutores más pertinentes para recoger las quejas y sugerencias de los ciudadanos. No ha sido así porque, por su parte, los partidos políticos han devenido maquinarias para organizar elecciones y han descuidado el poder formativo y auténticamente representativo de que eran depositarios. Todo ha contribuido a que hoy sean vistos como instrumentos de iniciación en la carrera política, una carrera que no exige tanto formación cuanto obediencia a unas reglas destinadas ante todo a mantener la cohesión interna de la militancia, en especial aquella que aspira a hacer de la política su ocupación profesional.

            La descripción es desoladora no tanto por los vicios que la institución de los partidos políticos ha ido desarrollando, cuanto por la escasa voluntad que ha mostrado en corregirlos. Si hoy se exige a voces la reforma de los partidos es porque un cambio en profundidad es condición necesaria para la regeneración de la democracia. Los defectos hablan por sí mismos y lo más lamentable es que hacen cada vez más difícil mantener la teoría de que los partidos son necesarios. Aunque sólo fuera para cerrar el paso a aventuras de nuevos grupos, construidos sobre la única base de evitar la lógica partidista, habría que emprender sin dilación una reforma de los partidos políticos.

            Felizmente lograda la transición a la democracia, la obsesión por la estabilidad política no debe ser ya un imperativo irrenunciable como lo fue en el período constituyente. Sabemos que los partidos son un puntal imprescindible del funcionamiento democrático, pero también que los partidos que tenemos no contribuyen a sostener el prestigio que toda democracia merece. Sería una lástima, e incluso una irresponsabilidad, que, por creerse insustituibles y porque sólo ellos mismos pueden dinamizar la transformación requerida, los partidos siguieran dando largas a su regeneración y evitaran los cambios sustantivos que la ciudadanía exige desde hace tiempo.

            La propuesta de una Ley de Partidos que se presenta a continuación propone algunas alternativas a la organización y funcionamiento de los partidos, que pueden contribuir a hacerlos más democráticos, más participativos y más cercanos al sentir de la ciudadanía. Más democracia interna, más apertura a la participación y menos distancia del mundo exterior son seguramente los tres valores menos reconocibles en la actuación de los partidos. No podemos aceptar como una inercia de las democracias consolidadas que la militancia política decrezca, bien porque considere que la participación es ficticia e inútil, bien porque las organizaciones políticas se muestren incapaces de mantener el magnetismo que en algún momento ejercieron. A la ciudadanía hay que convencerla de que la política es algo más que la lucha por arrebatarle el poder al adversario. El “partidismo” debería dejar de ser el motivo de nuestro escenario político, como si no hubiera otros intereses que los de cada corporación para construir la razón pública. Sería bueno que los partidos volvieran a ser laboratorios de ideas y que sus dirigentes no tuvieran otro móvil que el del servicio público. Una reforma en profundidad nunca es la panacea que corrige todas las deficiencias, pero sí es muestra de la voluntad de erradicarlas. Es el primer paso para recuperar la confianza perdida.

Un comentario

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Jose
17.10.2013 a las 19:40 Enlace Permanente

Todo lo que dice me parece bien, pues indudablemente es necesaria una regeneración democrática, pero no solo en los partidos, también en el sistema.
Que los partidos políticos son necesarios para construir la democracia, pero como Usted dice, no conectan con los ciudadanos ni sirven a los intereses de los mismos. Ellos se instalan en la dicotomia del poder, uno y otro y luego gobiernan no cumpliendo su programa electoral y eso ses sencillamente un fraude al electorado. De alguna manera sufren una metamorfosis que los lleva a apegarse al poder y aplicar sus políticas por decreto en muchos casos, sin importarles para nada la opinión pública, más bien si hay resistencia, ya sea verbal o de manifestaciones, coartan su libertad en algunos casos e utilizan su poder coercitivo y propagandístico para frenar todas esas iniciativas populares.
Por otra parte, hay gran contenido ideológico en los partidos predominantes y como tienen gran poder, controlan todo lo relativo a su financiación y a sus fines; ello deriva inevitablemente en corrupción y es triste ver como colocan una cortina de humo en torno a todos los casos que saltan a la opinión pública.
La máxima se cumple, «el poder sin control termina corrompiendo».
Como decía, si me parece acertado el que se haga una regeneración democrática, del sistema y de los partidos. El sistema tampoco puede servir a unos interses
determinados, ya sea económicos o financieros, que en la sombra marcan las directrices de la política social a seguir, pues eso no es democracia…
El problema estriba en que en vista de todo lo que hay y que está sucediendo, se ha perdido la confianza y hasta la esperanza en estos partidos, que no han dado una buena imágen en cuanto a muchas cosas y esto la gente que piensa lo percibe, aunque otros aún estan subyugados por idealismo o intereses dogmáticos, como si fuera un tupido velo que les impide ver la realidad, aunque habrá muchos que si la ven, pero les va bien asi… En fin, regenerar la democracia de los partidos y el sistimea no es fácil porque hoy los principios brillan por su ausencia, lo único instalar controles para que vuelva a suceder lo que está sucediendo.
Muchas gracias.
Un cordial saludo.

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