Cash Growth. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 9:55 am

La recuperación de la economía española no vendrá vitaminada por un exceso de crédito bancario, como ocurrió durante la década prodigiosa (1997/2007). Según un estudio realizado por el BBVA Research, el ratio entre crédito bancario al sector privado y  evolución del PIB se mantuvo, en España, bastante estable entre 1970 y la primera mitad de la década de los 90. Pero a partir de 1997, el crédito empieza a despegar y hasta 2008, momento en que quiebra Lehman Brothers, creció tres veces más que la actividad económica fundamentalmente de la mano del crédito promotor, constructor e hipotecario. Luego, desde 2009, con la crisis, el crédito al sector privado se desploma hasta caer más que la actividad general.

                El efecto del crédito sobre el ritmo de crecimiento del PIB ha sido tema de apasionados debates en la teoría económica, en paralelo a las discusiones sobre la importancia del sector financiero (y el nivel de bancarización de un país) entre los factores que estimulan el crecimiento de un país. Podemos decir, sin riesgo a equivocarnos, que existe un consenso respecto a la existencia empírica de una correlación positiva entre el volumen del crédito al sector privado y sus cambios y el nivel de desarrollo de una economía. En un mundo globalizado, con libertad de movimiento de capitales y un sistema financiero mundial maduro e innovador, la inversión nacional y, por tanto, el crecimiento de los países, no está determinada tanto por la capacidad interna de ahorro, cuanto por su capacidad para atraer financiación externa.

El ingreso de España en el euro tuvo dos impactos directos sobre nuestra capacidad de financiación: por una parte, incrementó la solvencia percibida del país como parte de una zona monetaria única y, segundo, rebajó los tipos de intereses hasta la media de la zona. Ambos aspecto en conjunción, acceso a liquidez internacional y bajo coste relativo de la misma (con, todavía, elevadas tasas de inflación) están detrás del despegue señalado del crédito al sector privado que acabó provocando la burbuja y la crisis actual pero, también, el crecimiento tan espectacular que vivimos. La década prodigiosa no fue resultado de ningún milagro sino del cambio que en los esquemas de crédito y financiación produjo nuestra incorporación a la zona monetaria del euro, oportunidad pesimamente gestionada, como hemos aprendido ahora.

La fuerte caída del crédito experimentada en España desde 2008 ha sido, como reconoce un informe del Banco de España en su último Boletín, bastante generalizada tanto sectorialmente, como por tamaño de empresas. Ello confirmaría que esta crisis no tiene nada de shumpeteriana en el sentido de que no hay “destrucción creativa”, ese proceso que hace desaparecer a los proyectos empresariales malos, fortaleciendo el sistema al potenciar darwinianamente a los mejores, ya que en esta crisis financiera hay empresas “zombis” que se mantiene artificialmente renegociando créditos para evitar que su quiebra eleve los riesgos bancarios (el BCE ha llamado la atención sobre esto), mientras proyectos viables, sobre todo de emprendedores y pymes, mueren o no llegan a nacer por falta de apoyo financiero adecuado. Según un interesante informe de Bain&Company y el IEF, las pymes españolas han sido perjudicadas diferencialmente no solo porque los créditos menores de un millón de euros (adecuados a este perfil empresarial) han bajado más que la media, hasta un 66%, sino porque los tipos de interés que soportan son mayores respecto a las grandes pero, también, respecto a sus homólogas europeas.

Un proceso continuado de reducción del crédito empresarial como el vivido en los últimos cinco años, es bastante previsible que continúe durante los próximos diez años mientras prosigue el necesario desapalancamiento del sector privado, hasta situar el ratio crédito/PIB en los niveles previos al inicio de la burbuja. Si esa parece una hipótesis razonable va a tener consecuencias trascendentales sobre el desempeño futuro de nuestra economía. Al menos, en dos sentidos: reducir la tasa de crecimiento promedio del PIB por debajo del experimentado en la década prodigiosa y transformar radicalmente los mecanismos de financiación empresarial, sobre todo, de las pymes.

Recortar el volumen de crédito incorporado al PIB, pasar de un crecimiento a golpes de créditos, a un crecimiento al contado (cash growth) con mucho menos impulso del crédito, recortará, al menos a corto plazo, el nivel de crecimiento alcanzado por el PIB. Es previsible que en el período 2014-2025, el crecimiento del PIB se sitúe en un entorno medio del 1,5%. Con ello, el final de la crisis, medido por reducción del paro, desendeudamiento privado y recuperación de la riqueza perdida, llevará más de diez años, si la actual recuperación no retrocede.

Por otra parte, la necesidad de financiación empresarial, no satisfecha por un crédito bancario en retroceso, obligará a  desarrollar fuentes alternativas como el mercado de bonos, la bolsa de capitales o los fondos de inversión. Mecanismos, todos ellos, de difícil acceso para las pymes que generan la mayor parte del empleo en nuestro país. En ese contexto, rediseñar totalmente los instrumentos específicos de financiación para pymes, se convierte en asunto de la máxima trascendencia como se señala en los informes citados de Bain y del Banco de España, donde se realizan algunas propuestas. Sustituir parcialmente el crédito bancario por fuentes alternativas de financiación tendrá, al menos, tres consecuencias: una, exigirá establecer sistemas estandarizados que trasladen confianza a los inversores, mediante una mejor información contrastada sobre las empresas y sus proyectos. Dos, cambiará los métodos de gestión empresarial en nuestro tejido de pymes y empresas familiares, haciéndolas más profesionales. Tres, obligará a establecer estímulos al incremento de tamaño empresarial, ayudando a acabar con una de nuestras diferencias negativas con los países más avanzados de Europa.

                El crédito generalizado, como señala Maurizio Lazzarato en su libro “La fábrica del hombre endeudado”, genera una división social entre deudores y acreedores que se solapa, de forma trasversal, sobre cualquier otra de las definidas por el capitalismo. Un vínculo que ayuda a definir una nueva relación de poder que construye una subjetividad colectiva que sitúa al dinero como el centro de la sociedad. Luego, que nadie se extrañe…

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