La misma reforma de todas las décadas (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 10:50 am

Mejorar la recaudación fiscal mediante un ensanchamiento de las bases tributarias que permita aplanar tipos impositivos, fue ya el propósito declarado de la primera reforma fiscal de la democracia española tras los Pactos de la Moncloa. Y, desde entonces, ha sido el objetivo de cada una de las muchas reformas tributarias que ha habido (cinco importantes), incluida la propuesta presentada esta semana por una Comisión de Expertos nombrados por el Gobierno.

A pesar de que el Ministro ya ha marcado distancias con varias de las propuestas de reforma que, como un todo articulado, han presentado los comisionados, el trabajo de estos es altamente encomiable. Sin las pretensiones teóricas del Comité presidido por el premio nobel profesor Mirrless que, constituido en 2006 por indicación de una fundación privada en el Reino Unido, articuló a más de sesenta expertos durante cuatro años, produciendo un documento de referencia mundial (publicado en España por la Fundación Ramón Areces), los comisionados del Gobierno han hecho un magnífico resumen del estado de la cuestión respecto a nuestro sistema tributario, que permite romper algunos mitos. Por ejemplo: la presión fiscal en España es menor que en la media de los países europeos y, de hecho, “se sitúa entre las más bajas de la Unión Europea” (Informe Comisión, pág. 51). Es decir, la capacidad recaudatoria por unidad de PIB de nuestro sistema tributario, es menor que en otros países similares.

El hecho de que nuestro sistema tributario sea menos eficiente como máquina recaudadora de ingresos públicos que la media se explica, sobre todo, por dos erosiones importantes de la base tributaria: una legal, deducciones, desgravaciones, exenciones; otra ilegal, el fraude. No estamos hablando de asuntos menores o marginales. Según los comisionados, en el caso del IVA, por ejemplo, la recaudación efectiva por este impuesto en España solo alcanza el 40% de la recaudación teórica debido, precisamente, a la suma de ambos efectos (Informe, Pág 53). A partir de ahí, frente a la magnitud y el significado de estas cifras, todo lo demás debería empequeñecerse. Al menos, desde el punto de vista de la equidad del sistema, seriamente afectada hasta el punto de que contamina el resto del discurso: ¿para qué insistir en el carácter más o menos progresivo de tal o cual cambio en el IRPF si, como ya dijo la vicepresidenta Salgado “los ricos no pagan IRPF”?¿De qué progresividad hablamos cuando, año tras año, el 70% de los ingresos provienen de nóminas y los ingresos declarados por los trabajadores superan a los declarados por los empresarios, a pesar de lo que dice la Renta nacional? ¿Cómo podemos, después de eso, apartar la realidad a un lado y empezar sesudos debates sobre el mínimo exento, un punto arriba o abajo del marginal o si tal deducción va en la base o en la cuota?

Es cierto que, más allá de la escala del gravamen con la que este Gobierno tiene un desencuentro con sus electores desde que al inicio de la legislatura, en contra de su programa, la subió más que ningún otro gobierno en España, hay problemas de diseño comparado, señalados por los comisionados, que conviene discutir. Ninguno de ellos novedoso o que haya causado sorpresa al conocerse: excesivo peso relativo de las cotizaciones sociales, baja presión en los impuestos indirectos (IVA, especiales) y muy baja en los medio ambientales. Por tanto, una vez más desde hace décadas, la orientación general de la reforma debería de ir por ahí: bajar cotizaciones al trabajo, subir impuestos indirectos y articular una verdadera imposición verde, además de eliminar gastos fiscales y combatir el fraude.

Echo en falta, sin embargo, una referencia explícita al fenómeno estructural más novedoso ocurrido en la economía española desde la entrada en el euro: la globalización y su impacto sobre el sistema económico, incluido el fiscal. La globalización y su correlato, las empresas transnacionales, supera la tradicional división de la economía en sectores comercializables y no comercializables, para situar una nueva raya divisoria entre factores productivos nómadas y sedentarios, con profunda afectación sobre las bases imponibles de cualquier sistema tributario nacional. Si queremos mantener los principios de suficiencia y de equidad, junto a la rebaja de la presión impositiva sobre algunos factores nómadas, como el capital monetario, tendremos que incrementarla sobre otros factores sedentarios, como la riqueza patrimonial o los recursos naturales. De la misma manera que si aspiramos a tener un sistema fiscal que sea uno de los motores de adaptación a la nueva economía que viene, tendremos que abandonar su actual característica de proteger a los “instalados” frente a los nuevos entrantes, como señalan los comisionados en el caso del Impuesto de Sociedades, o de favorecer los ingresos de los “rentistas herederos”, frente a los generados por emprendedores y trabajadores.

Sorprende la contundencia con que los comisionados despachan dos asuntos que han sido, hasta ahora, relevantes desde un punto de vista político: la existencia de un tipo reducido para las pymes, del que dicen que “suele tener efectos muy negativos sobre la productividad y el crecimiento” (p. 9) o la maraña de bonificaciones a la Seguridad Social del que dicen tiene “un reducido efecto para generar empleo neto” (p. 14). Tienen razón. Aunque se echa en falta los estudios que lo demuestren, como debería de hacerse de toda política pública (¿recuerdan aquella Agencia de Evaluación de Políticas Públicas?) y, sobre todo, que los gobiernos aprendan de la experiencia y no vuelvan a la carga ofreciendo nuevas tarifas planas de cotizaciones que, ya sabemos, no servirán para el fin declarado.

Esta vez, pues, la verdadera reforma está en conseguir ensanchar, de verdad, las bases tributarias. Para ello, propongo dos cosas: limitar los gastos fiscales en la ley de  Presupuestos al 10% de los ingresos y, dos, consensuar en el Parlamento un Plan quinquenal de lucha contra el fraude que incluya triplicar medios materiales y humanos. El resto, puede que “no deje títere con cabeza”, pero puede acabar siendo aquello de “que todo cambie, para que todo siga igual”. ¿Apostamos?

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