Objetivos contradictorios. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 12:17 pm

¿Cuál es el objetivo principal que persigue la política económica del Gobierno? En un país con seis millones de parados, en su sexto año de crisis, con un elevado volumen de endeudamiento privado y en abierto retroceso social, la respuesta sería  iniciar, cuanto antes, un crecimiento sostenible creador de empleo neto. La misma que se obtiene al escuchar las declaraciones de los responsables gubernamentales en su empeño por anticipar brotes verdes en otoño o, como dice el Banco de España, “un alivio en la tónica contractiva”, e idéntica a la recomendación del FMI en su reciente informe sobre España donde pide que el foco se centre en una estrategia para crecer y generar empleo.

Sin embargo, un análisis de la realidad, de aquello que sucede y no de cómo se cuenta, de los efectos y no de las intenciones, un estudio en base al principio de la preferencia revelada mediante los hechos y no mediante las declaraciones, tal y como propuso el primer economista que obtuvo el Premio Nobel, Paul Samuelson, nos permite deducir que, o bien el Gobierno persigue un objetivo principal distinto al crecimiento, o bien se está equivocando de medio a medio en las medidas para conseguirlo.

                La economía española no tiene un problema de competitividad exterior, sino un problema de larga recesión provocada por un desplome de la demanda interna (consumo e inversión) como consecuencia del pinchazo de la burbuja inmobiliaria y de las políticas de austeridad aplicadas. Aunque es verdad que desde que ingresamos en el euro (2000) hemos mantenido un persistente diferencial de inflación que ha ido mermando la competitividad-precio, nuestras exportaciones han crecido, siempre y no solo ahora, a tasas elevadas señalando la puesta en marcha de otros elementos capaces de compensar posiciones competitivas. Como simple recordatorio, nuestras exportaciones crecieron el 3,7% (2003); el 4,2% (2004) o el 6,7% (2006). Esas buenas cifras del sector exterior de las que tanto se enorgullece ahora el gobierno presentándolas como uno de los principales “signos esperanzadores” serían, sin embargo, prueba  de mi tesis: de competitividad exterior, andamos bien, incluso antes de que la intensa devaluación interna puesta en marcha, nos haya posicionado en el segmento de precio bajo, en lugar de donde deberíamos estar que es en el valor añadido elevado. Pretender, sin embargo, compensar mediante el crecimiento de las exportaciones el impacto negativo sobre la evolución del PIB del desplome del consumo (privado y público) y de la inversión (privada y pública) es un grave error cuantitativo. Las exportaciones representan menos de un 30% del PIB y son, por sí mismas, incapaces de provocar, en un plazo temporal socialmente útil, una recuperación suficiente capaz de crear el empleo que necesitamos.

                Para crecer, por tanto, hay que estimular la demanda interna. Y para ello, habría que hacer cosas que no se están haciendo: en primer lugar, absorber parte de la devaluación interna vía reducción de cotizaciones sociales (como acaba de proponer el FMI y figura en el Memorándum del rescate a la banca) en lugar de bajando empleo y salarios, estrategia seguida, que tanto perjudica al consumo y al ahorro. En segundo lugar, reactivando el crédito, de verdad. Para eso, mientras que a los bancos se les envíe mensajes contradictorios no podrán, a la vez, incrementar la concesión neta de crédito, reducir su morosidad y recapitalizarse, que es la razón por las que todas las líneas del ICO cuyo riesgo gravite sobre la entidad privada que las canalice, están condenadas al fracaso. Tal vez por ello, durante 2012, según la Memoria del Instituto de Crédito Oficial recientemente publicada, este organismo dedicó más recursos a comprar deuda pública que a conceder créditos a las pymes. Tal vez por ello, el Gobernador Linde reconoció en su reciente comparecencia parlamentaria que “el crédito a actividades productivas, excluyendo construcción, ha sido negativo en 2011, 2012 y en los meses transcurridos del presente año”. Conseguir de Alemania que autorice al Banco Central Europeo a conceder liquidez a los bancos españoles aceptando como garantía títulos de préstamos a pymes, o a que autorice emplear para ello el tramo no utilizado del rescate bancario, ayudaría a resolver el problema más que lanzar una discutible campaña de publicidad.

                En tercer lugar,  ante los problemas evidentes de un sector privado en pleno proceso de desapalancamiento lento con que hacer frente a su elevada deuda y ante las dificultades constatadas para que los incrementos de liquidez experimentados se trasladen a la actividad real, el sector público debería aprovechar el relajamiento de los plazos de cumplimiento del déficit público para lanzar un programa nacional de inversiones públicas (cuyo gasto ha caído a la mitad en los últimos tiempos) de amplio espectro recurriendo, si hace falta, al anunciado apoyo por parte del Banco Central Europeo para comprar deuda pública. Como reconoce en su informe el FMI, en plena confrontación con los otros dos socios de la troika, un ajuste presupuestario demasiado rápido, daña inevitablemente al crecimiento.

                Los países que mejor comportamiento están teniendo en esta crisis son, precisamente, aquellos donde crece el crédito al sector privado o donde su Banco Central mantiene los programas de deuda pública con que sus gobiernos contrarrestan la caída de la demanda privada. Mientras España no tenga lo uno o/y lo otro, será difícil creer que combatir la recesión es la prioridad del Gobierno. La estrategia de devaluación interna seguida, así como las llamadas reformas estructurales, refuerzan nuestras posibilidades competitivas a medio plazo pero agudiza, en lo inmediato, nuestra recesión con paro masivo, sin que podamos aceptar una visión por etapas según la cuál, lo uno (el paro y la recesión), son sacrificios inevitables para que brote lo otro (el crecimiento). Porque no es verdad. Sería como aceptar que la manera más rápida de ir en coche desde Madrid a Valencia es, pasando por San Sebastián. Son objetivos contradictorios. Por eso deberemos preguntarnos, en algún momento, si no podíamos haber evitado tanto sufrimiento y acelerado la recuperación, siguiendo otra política económica. Mi respuesta es, si. A lo mejor, ahora, la rectificación viene de Europa.

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