Solo para los míos (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 9:15 am

¿De verdad, uno de los problemas de España es si hubo o no rescate en junio de 2012? Solicitar un préstamo a la troika, a cambio de unas condiciones impuestas recogidas en un Memorándum of Understanding (MOU) y supervisado por los hombres de negro, ¿se llama o no rescate, aunque sea solo sobre el sector financiero, con impacto presupuestario en forma de mayor deuda pública?Acabo de publicar un libro sobre esos «Seis meses que condujeron al rescate» (Deusto), entre otras cosas, porque me sorprende el esfuerzo empleado por Rajoy en negar que hubiera habido ningún rescate, aunque aquella intervención de la troika forzara al Gobierno a crear la Sareb y a dedicar dinero público para sanear nuestra mitad dañada de sistema financiero, tras haber empujado previamente a nacionalizar Bankia. ¿Por qué se empeña Rajoy en decir que el rescate, no fue rescate, sino una “simple” línea de crédito fuertemente condicionada y supervisada?

Hace tiempo que la política ha dejado de ser un instrumento para resolver problemas sociales tras un debate racional entre alternativas. De hecho, la globalización y el compartir proyectos como la moneda única en la UE, obliga a compartir también soberanía y a reducir el margen para las discrepancias radicales sobre modelos alternativos de sociedad. Recuerdo que Syriza por ejemplo, tampoco plantea un marco de resolución rupturista de los problemas ya que no plantea salir del euro, ni impagar la deuda y que, incluso, acepta tener superávit presupuestario y privatizar. Otro ejemplo lo podemos ver en la medida presentada por el Gobierno en este debate sobre el estado de la nación: la ley de segunda oportunidad. Desde que la propuso el FMI al comienzo de esta legislatura, todos los grupos parlamentarios han presentado un texto de ley en el parlamento, que ha sido rechazado por el mayoritario grupo popular. Hasta ahora que, en año electoral, es el mismo gobierno quien la aprueba con urgencia, con un texto muy similar al que ha rechazado varias veces. Podríamos decir que son argucias parlamentarias típicas si no fuera por dos diferencias: que mientras tanto, miles de personas se han encontrado desamparadas ante dificultades sobrevenidas y, dos, que ese tipo de argucias son las que han forjado la tremenda desafección que los ciudadanos sienten hacia sus representantes políticos.

La política se ha reducido a medio para alcanzar el Gobierno y mantenerse en él. Y, para ello, desde que Kahneman demostró que los ciudadanos adoptan decisiones como votar desde el sistema 1 del cerebro, rápido, intuitivo y emocional, hay que construir una narración de los hechos, que refuerce los prejuicios de los ciudadanos (el marco, en palabras de Lakoff) y conseguir que vuelvan a votar con las tripas y no con la cabeza. Un relato que debe ser simple, tranquilizador y contener un culpable (el otro) y un salvador (el propio). Una narración mística, de buenos y malos, donde los segundos deben ser castigados y los primeros premiados con el voto, aunque este se deposite «cerrando los ojos de la razón”. Un cuento dirigido a convencer a «los tuyos» y q busca, además, romper el vínculo entre «los otros» y tu adversario partidista pretendiendo que no le den el voto bien porque se abstengan, bien porque se lo den a otra formación que sientan como más «de los suyos». Todo, percepciones emocionales, casi nada racional. Así, las clásicas alternativas ideológicas han dejado paso a un concurso de relatos, llenos de conceptos vacíos (reformas, cambio, casta…) pero que suenan bien, en el que han irrumpido, con fuerza, pero con la misma lógica, nuevas opciones hoy extraparlamentarias.

Por eso, el asunto de si hubo o no rescate es tan importante. Porque no es cuestión de nombre, sino que constituye la pieza angular de la narración electoral que está haciendo el Gobierno. Esa con la que aspira a seguir gobernando, construida entorno a los siguientes principios emocionales: heredamos una situación caótica (conecta con “la culpa de todo la tiene Zapatero”) y nosotros solos, gracias a nuestro coraje político y omnisciencia económica le hemos dado la vuelta, hasta ser modelo europeo y espejo en el que se miran los demás países (frases de los argumentarios del partido). Pero si decimos, frente a eso, que hubo una crisis mundial del sistema financiero capitalista (Lehman no quebró por culpa de ZP), que los problemas de España (burbuja y cierre de los mercados de deuda) van más allá de los sucesivos gobiernos nacionales (la prima de riesgo se triplico en los primeros seis meses de Rajoy), que lo superamos gracias al rescate bancario que nos impuso la troika y al cambio en la política monetaria del BCE que tranquilizó a los mercados e inyectó gasolina en nuestro motor parado y que si Zapatero cometió errores, no son menos los cometidos por Rajoy, tendremos un relato de lo ocurrido más acorde con la realidad, que sitúa los problemas y sus soluciones en otra órbita, en el sistema 2 del cerebro, el racional, pero que contradice la sencilla narración electoral construida para el sistema 1. Eso, en la parte económica del relato que se ha convertido en fundamental para el Gobierno porque es la mayor preocupación de los españoles pero, también, por el magro balance en otros ámbitos: bajo Rajoy, se ha acreditado una caja B en el PP, se han excarcelado etarras como antes, la desigualdad social alcanza récords, no se ha cambiado la ley del aborto, se subió el IVA de » los chuches» y vivimos con el mayor desafío a la unidad nacional de nuestra historia reciente.

Esta forma de entender la política como narración tiene un problema: hurta a los ciudadanos un debate esperanzado sobre proyectos alternativos. Que no deben confundirse con un catálogo de recetas abstractas (mejorar la productividad o reducir la desigualdad), sin explicar nunca como se podrán llevar a la práctica. Si al final, cada uno habla solo para los » suyos», se podrá ganar elecciones. Pero perdemos la conciencia de que existe un colectivo más amplio y plural de ciudadanos, con retos compartidos, en la que se basa toda idea de futuro democrático.

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