Crea a sus propios ojos (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 7:50 am

No puedo evitarlo. Cada vez que escucho al Gobierno vendiendo su visión enlatada sobre el momento económico, me acuerdo de aquella frase de Groucho Marx en la película Sopa de ganso: “¿A quién va a creer usted, a mi o a sus propios ojos?” . Mis propios ojos me permiten ver que si 2013 cerró con una evolución del PIB del -1,2% y todas las previsiones coinciden en que 2014 acabará por encima del ­1,2%, estamos saliendo de la recesión. También me permiten ver que, a pesar de una caída en agosto, hay en estos momentos 321.833 afiliados más a la Seguridad Social que hace un año. Pero mis propios ojos, junto a eso, me permiten ver también dos cosas más: que una parte importante de esa realidad se explica por cambios que nos vienen impuestos desde fuera y que, todavía, estamos en una situación prendida con alfileres, reversible, donde recuperación no es, de forma automática, salida de la crisis.

Desde que Rajoy llegó a la Moncloa han sucedido dos cosas, no menores, que ayudan a entender nuestra mejoría económica. La primera, que se han disipado las dudas respecto al proyecto del euro gracias al apoyo alemán al mantenimiento de Grecia y Portugal dentro del mismo, así como a los cambios producidos en la política del Banco Central Europea que, recuerdo, fueron tan radicales que el Tribunal Constitucional alemán tuvo que pronunciarse sobre los mismos. Eso explica, en parte, que se haya relajado la presión de los mercados financieros, en términos de prima de riesgo, sobre todos los países periféricos del euro y no solo España. La segunda fue el rescate que nos impusieron a mediados de 2012. Cuando Rajoy dijo la semana pasada, en un acto de partido, que había evitado el rescate de España, ¿a qué se refería? Porque muchos recordamos la intervención de la troika (todavía nos visitan los hombres de negro) que, a cambio de un prestamos de 100.000 millones de euros, nos impusieron un conjunto de condiciones recogidas en un Memorando de Entendimiento, exactamente igual que hicieron con el resto de países intervenidos aunque, como nuestro problema no era el tanto el presupuesto como el sector bancario, las condiciones fueron diferentes. En todo caso, solo a partir del impuesto rescate bancario, empezaron a rebajarse las dudas internacionales sobre la solvencia de nuestros bancos y estos pudieron dejar de depender, casi en exclusiva, del BCE para volver a encontrar liquidez en los mercados.

En el frente interno, lo que mis ojos me dicen es que los dos pilares fundamentales sobre los que el gobierno construyó su relato económico, han hecho aguas. El primero, la austeridad presupuestaria, lo cuestionó el FMI cuando demostró que los recortes en el gasto público, en una recesión con restricciones de crédito, no eran expansivos sobre la actividad económica, sino todo lo contrario. Eso explica que, en la práctica, hemos tenido una sensible relajación por parte de Bruselas en los plazos pactados para llegar al 3% del déficit, junto a un fuerte incremento de la deuda pública. El segundo, la llamada devaluación salarial o interna como instrumento esencial para recuperar competitividad y cambiar nuestro modelo de crecimiento hacia las exportaciones, lo acaba de desmontar el último informe sobre el empleo de la OCDE que incide en lo obvio: la recuperación viene de la mano del consumo interno y se ve perjudicada por tanta rebaja salarial. Las exportaciones están reduciendo su ritmo de crecimiento, pasando del 5% en 2013a menos del 1% este año, a la vez que hemos vuelto a recuperar el déficit en la balanza comercial de lo que nos vuelve a salvar el turismo.

Mis propios ojos me permiten, también, leer un informe del Servicio de Estudios del BBVA, en general muy en línea con el Gobierno, publicado esta semana, donde no se oculta que “aumenta la probabilidad del escenario de riesgo”, como consecuencia del “aumento de incertidumbre sobre la recuperación europea y del ritmo de corrección de algunos desequilibrios internos”. Que Alemania, Francia e Italia entren en recesión, no es para sacar pecho patrio (“crecemos más que ellos”), sino para echarse a temblar por las repercusiones negativas sobre nuestro propio crecimiento. De la misma manera que no podemos mirar para otro lado cuando la consolidación presupuestaria se subordina a las prioridades electorales, o seguir negándonos a aceptar que el empleo que estamos creando, es mejor que nada, pero está muy lejos de lo necesario, en cantidad y calidad.

Mientras tanto, mis propios ojos me permiten ver también que seguimos sin definir modelo productivo alternativo al ladrillo, o sin reconocer que los cambios experimentados el calor de la crisis han abierto una intolerable brecha de desigualdad social, no abordable con los instrumentos tradicionales de un Estado del Bienestar en desmantelamiento. Solo a título de ejemplo: la anunciada rebaja fiscal del Gobierno que debe mejorar la renta disponible de las familias excluye de este beneficio, precisamente, a los más desfavorecidos, cuyos ingresos son tan bajos que no tienen ni que presentar la declaración de renta, sin que se haya previsto para ellos ayudas alternativas.

La magnitud de la tarea pendiente es tan grande, que podemos dedicar muy poco tiempo a la autocomplacencia. Sobre todo, cuando lo hecho hasta ahora no garantiza la evolución futura, porque hay procesos reversibles y cuando tenemos retos importantes que no estamos ni abordando, como por ejemplo: ¿cuáles van a ser los factores de impulso a nuestra productividad, hasta ahora centrada en despedir trabajadores?, ¿cómo van a financiarse las empresas y familias, todavía muy endeudadas y con severas restricciones de crédito bancario?, ¿cómo ayudamos a incrementar el tamaño medio de nuestras empresas y su competitividad?, ¿cómo afecta a las estructuras sociales y económicas del país, el tener más de 1.500 empresas transnacionales, muchas de las cuales ganan más dinero fuera de España que aquí?. Todo eso es lo que me dicen mis propios ojos.

Pero, en todo caso, ¿a quién va a creer usted, a mí, al Gobierno, o a sus propios ojos?

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