El 48% de los directivos de grandes empresas españolas harán reducciones adicionales de plantilla a lo largo de este año, según declaran en la Decimosexta Encuesta Mundial de CEOs que acaba de presentar PwC en Davos. La misma Encuesta que sitúa a España en el reducido grupo de países que tienen serias dificultades para crecer durante 2013-15. Ambos datos juntos proyectan sombras de pesimismo sobre el futuro de nuestra ya elevada tasa de paro: ¿quién, dónde y en qué plazo, creará los cuatro millones de puestos de trabajo que nos devolverían a la situación pre crisis? Hay quien piensa que esto se resolverá en cuanto la consecución de los equilibrios macroeconómicos básicos y la finalización del proceso de desapalancamiento en marcha, permitan reinicar una senda de crecimiento económico sólida y estable. Es cierto que en el mundo pre crisis ha existido esa relación entre incremento del PIB nacional y creación local de empleo, pero esta crisis ha afectado a parámetros estructurales de la economía, entre ellos, la forma de crear puestos de trabajo en las sociedades avanzadas.
La riqueza se está desplazando del Norte al Sur y del Oeste al Este, la población está aumentando en los países emergentes mientras envejece en los avanzados, aumenta la desigualdad de renta entre el sector más rico y el resto, a la vez que se visualizan los primeros efectos del cambio climático. Todo ello muestra cómo, más allá de los cambios inducidos por la permanente revolución tecnológica, estamos asistiendo a una revolución institucional no menor, asociada a la llamada globalización. En el mundo pre crisis, aquel basado en el estado nación como principal célula de relaciones económicas, los empresarios ganaban dinero gracias a la fragmentación de los ciudadanos, de manera simultánea, en trabajadores, consumidores y contribuyentes, generando unas interacciones que dieron lugar al modelo del estado del bienestar.
Hoy, por el contrario, la globalización que ha salido reforzada con la crisis, articula un verdadero mercado mundial que permite a los empresarios trabajar sobre una fragmentación muy distinta: se produce en un sitio, se consume en otro y se pagan impuestos, pocos, en otro. Así, tanto el trabajo local, como los mecanismos nacionales de redistribución, se diluyen, al dejar de estar garantizados en el lugar de residencia de los ciudadanos que votan. En el mundo post crisis, el dinero, que no tiene patria, puede encontrar a lo largo y ancho del planeta oportunidades interesantes de inversión rentable que generen crecimiento y empleo, pero en países distintos a aquellos en los que siga teniendo su sede social.
Las empresas españolas, por ejemplo, al internacionalizarse, pueden invertir mucho, obtener beneficios, ser rentables en bolsa, mantener empleo local y generar mucho empleo global, pero la mayor parte del mismo, en otros países. Eso plantea dos problemas que deben analizarse con el nuevo paradigma: no se puede confiar, solo, en el crecimiento económico basado en la inversión para que se produzca la absorción de los millones de parados locales existentes y, dos, hay que contemplar que el trabajo no sea, para mucha gente, el principal mecanismo de socialización ni de participación en la distribución de la renta, lo cual puede aflorar una nueva marginación social. La ruptura de la secuencia inversión, crecimiento, empleo, salario, impuestos, bienes públicos, democracia, todo ello dentro del espacio delimitado por las fronteras nacionales, nos obliga a realizar profundos cambios en los instrumentos de política económica, sin que sea el menor, avances en mecanismos de gobernanza de la globalización que no están, hoy, encima de la mesa.
En el mundo post crisis se va a agudizar la dualización entre actividades económicas sedentarias, que se seguirán prestando sobre la base geográfica nacional y aquellas otras nómadas que se localizarán, en cada momento, donde sea más rentable. Analizado desde el ámbito de un país como España, las actividades nómadas, en aumento, aunarán elevado valor añadido sobre el que basarán su competitividad internacional, con una escasa creación de empleo local. Por su parte, las actividades sedentarias, concentrarán mayor capacidad de creación de mano de obra local, pero generando menor valor añadido, lo que disminuirá la potencia redistributiva del Estado.
No creo que la cantidad total de trabajo, en un país, sea una constante, ni que el potencial de creación de empleo en España se haya situado en niveles inferiores a los de antes de la crisis. Por tanto, no estoy hablando de la necesidad de pensar en el reparto del trabajo, porque se haya convertido, en los países avanzados, en un bien escaso. Sí estoy convencido, sin embargo, de que la actual crisis, unida al impulso de la globalización, nos sitúa en un escenario económico distinto, en el que tenemos que revisar los instrumentos tradicionales de creación de empleo que ya no podemos contemplar como una consecuencia inevitable del crecimiento tradicional. Pasar del empleo para toda la vida, a la empleabilidad durante toda la vida, o poner en marcha el concepto de flexiseguridad que rompe la relación tradicional entre trabajo, empresa e ingresos, son una mutación en el sistema que requiere profundos cambios en bienes públicos esenciales como la educación, la formación y la regulación de las relaciones laborales pero, también, en la mentalidad privada de empresarios y trabajadores reflejados en nuevos acuerdos sociales.
Tras esta crisis no regresaremos al punto de partida. Tampoco saldremos de manera automática a fuerza de austeridad, ni la economía post crisis garantizará empleo y bienestar local a todos. Esta recesión está evidenciando el agotamiento de determinada manera de entender las relaciones sociales y económicas asociadas al Estado de Bienestar tradicional basado en solidas fronteras nacionales. Pero no es inevitable que el mundo globalizado post crisis sea más injusto, más desigual y con menor bienestar colectivo. Dependerá de las decisiones que adoptemos, las reformas que hagamos y los nuevos pactos sociales que alcancemos. Nada de ello brotará de manera espontanea, sino como fruto de una dirección política consciente y democrática del devenir social, que deberíamos estar preparando ya. Eso hace que la actual crisis política española sea, además, tan inoportuna.