La mitad de todo. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 3:03 pm

Decía Ana María Llopis, la única Presidenta de una empresa del Ibex 35, que las mujeres no piden mucho: sólo la mitad de todo, ya que son la mitad de la especie humana. Es verdad que lo dijo en un ambiente favorable: la presentación el pasado martes de un Informe sobre “La mujer directiva en España”, elaborado por Isotés y PwC, que muestra lo lejos que estamos de ese deseo.

                Hay cosas que uno no elije al nacer: la familia (nivel social), la nación o grupo étnico, ni el sexo. Hacer compatible esto con que todos nacemos iguales en derechos, uno de los principios constitutivos de nuestras sociedades democráticas, exige desarrollar eficaces medidas de igualdad de oportunidades que ayuden a contrarrestar las desigualdades que puedan experimentarse como consecuencia de actos de nacimiento no elegidos. La idea es clara: los individuos tienen derecho a exigir una recompensa por el esfuerzo personal a lo largo de la vida, pero también a que los dejen competir a todos en las mismas condiciones, a que se remuevan aquellos obstáculos sociales que impiden que puedan desarrollar todas sus capacidades por prejuicios, discriminaciones o segregaciones, artificiales.

                En el cuadro adjunto se observa la gran brecha que existe entre las declaraciones y los actos. Parece que sí hemos eliminado las discriminaciones contra la mujer en el origen, pero todavía estamos muy lejos de conseguirlo a lo largo de toda la carrera. Cuando en la base de la pirámide los resultados se reparten según sexo por mitades, resulta estadísticamente poco creíble que conforme vamos subiendo en niveles de responsabilidad, el número de mujeres disminuya hasta el exiguo 10% de la cúpula directiva. Que a partir de los 30/35 años, una inmensa mayoría de mujeres prefieran abandonar su carrera profesional hacia la cima, porque de forma voluntaria decidan libremente elegir otras opciones vitales como dedicar tiempo a su familia, hijos y mayores dependientes, es en términos de probabilidades, imposible. A menos que incorporemos la existencia de una “fuerte presión estructural” (parafraseando al Ministro Gallardón) sobre ellas para que así sea, en base a una discriminación impuesta, muy favorable para el otro sexo. De eso hablamos, cuando decimos “machismo”.

Podemos asumir que las primitivas divisiones del trabajo entre hombres y mujeres estaban basadas en las habilidades y capacidades de cada uno de los sexos, por cuestiones biológicas. Es discutible y hay demasiados contraejemplos, pero aceptémoslo como hipótesis. Lo que ya no es defendible es que aquella realidad se siga imponiendo todavía hoy sobre la evidencia que representa la base del gráfico, en un mundo, el nuestro, muy diferente de aquel de los primeros homo sapiens.

Con ello, estaríamos perdiendo, como sociedad, a la mitad de nuestro talento, cuanto el discurso hegemónico es que vivimos en una sociedad de conocimiento donde nada es más productivo que el capital humano del que las mujeres, representan el 50%. Y, lo estaríamos perdiendo por un prejuicio, que blinda en una estructura laboral y social pensada para los hombres (es decir, para que haya “alguien”, casualmente la mujer, en casa ocupándose de otras tareas) pero ligado a la defensa de una “cuota masculina” mayoritaria hoy en los niveles de dirección y toma de decisiones de las empresas y de la sociedad. El resultado de esta discriminación es que no nos dirigen los mejores, sino solo los mejores, entre los hombres.

La pérdida económica que representa esta mala asignación de recursos humanos, es difícil de calcular. Pero debemos ponerla encima de la mesa junto a la defensa de los derechos de igualdad y a una verdadera libertad de elección que si existiera, llevaría a que estadísticamente, hoy se repartirían por igual las tareas laborales, políticas y domésticas entre hombre y mujeres poniendo, de verdad, a los mejores allá donde libremente eligieran estar.

Muchos bienintencionados de ambos sexos, piensan que estas cosas son así, pero que debemos dar tiempo para que cambien en la medida en que se trata de un complejo problema cultural. Pero tendremos que reconocer que si en 1974 una mujer no podía en España abrir una cuenta bancaria sin autorización de un hombre, padre o marido y hoy la realidad es otra, no se debe solo a un cambio cultural sino  a un cambio drástico en las leyes que lo regulaban. Como explicó una interviniente en el acto mencionado, si proyectamos los avances realizados en los últimos años, que han sido muchos, una igualdad efectiva de oportunidades entre hombre y mujeres en nuestro país, que diera lugar a un reparto equitativo de puestos y tareas a todos los niveles, se conseguiría en…2057!!! (si no hay retrocesos en el camino).

Esperar, pues, no parece una solución aceptable. Pero tampoco lo está siendo el dejarlo en manos de los hombres que, de forma voluntaria, deben decidir, de acuerdo con las recomendaciones de los Códigos de Buen Gobierno o de Leyes de Igualdad, ceder parcelas de lo que hoy es su poder a mujeres, aunque estén sobradamente preparadas.

Llegados a este punto, solo nos quedan dos reflexiones para la acción: las dichosas cuotas y cambiar las reglas de juego. Respecto a lo primero, que está siendo impulsado por la Comisión Europea en base a una Recomendación aprobada esta misma semana por el Parlamento Europeo, me quedo con lo que dijo una Comisaria: no me gustan las cuotas, pero me gusta lo que se consigue con ellas. Lo segundo es más importante: No creo que debamos “incorporar” a las mujeres a un edificio laboral y social construido por hombres sobre la base de una vieja división del trabajo por género, hoy insostenible, sino invitarlas a propiciar juntos una verdadera transformación del mismo, cambiando las reglas con que lo organizamos, introduciendo la conciliación entre vida laboral y personal para que si alguien tiene que escoger, en algún momento de su carrera, entre su trabajo, o su hijo, no esté predeterminado que la respuesta masculina será siempre el trabajo y la femenina, casi siempre el hijo. Lo dicho, la mitad de todo. Es lo justo y lo más productivo.

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