Lo dijo la vicepresidenta De la Vega tras un reciente Consejo de Ministros: el segundo trimestre económico de este año no ha sido fácil, pero vendrán más trimestres difíciles. Lo dijo, también, el vicepresidente Solbes en sus comparecencias veraniegas: el escenario central previsible hoy indica para los próximos meses una aceleración de la desaceleración, en línea con lo que ocurra con el resto del mundo y con el precio del petróleo, aunque no llegará a parálisis total, o eso creemos ahora.
Y hasta lo dijo el presidente del Gobierno tras interrumpir sus vacaciones para presidir, por primera vez en la historia, la Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos: el frenazo es más duro y seco de lo previsto por la OCDE y el FMI, aunque a otros países les va peor que a nosotros. Daría la impresión de que ha habido una modificación, a mejor, en la estrategia del Gobierno para hacer frente a la situación económica: de ir por detrás de los acontecimientos –o al menos, de la percepción social sobre estos acontecimientos–, a dar un paso adelante para situarse en una línea cauta, pero más cercana a lo malo, por si ocurre lo peor. Y es que pintan bastos.
Un descenso del 50% en un año en la tasa de crecimiento, como indican los últimos datos, es algo serio. Muy serio. Porque se traduce en medio millón de parados más, caídas en los beneficios empresariales y volatilización del superávit presupuestario. Es verdad que el segundo trimestre de este año ha sido malo para la mayoría de países europeos. La zona euro ha vivido un crecimiento intertrimestral negativo de dos décimas y, en ese contexto, España ha salido bien parada con su magro crecimiento de una décima positiva. Pero a partir de esos datos y dado que lo peor aún no ha llegado, la reflexión debe dirigirse a las siguientes dos preguntas: ¿estamos mejor preparados que otros para hacer frente a las dificultades?, y ¿qué se puede hacer que no se haya hecho ya?
Perdonen que conteste a la primera pregunta con otra: ¿Qué quiere decir estar mejor preparados? Puede querer decir que nuestro sistema económico es más sólido, flexible y saneado y, por tanto, tenemos más capacidad para reaccionar antes a los retos planteados. Si la comparación se establece con nosotros mismos hace unos años, la respuesta es, sin duda, positiva. La economía española está mejor preparada que antes para lo que viene: nuestra renta per cápita es mayor, hay más gente trabajando que nunca, nuestras empresas compiten en el mundo entero y el sistema financiero es fiable y eficiente. Y esto es mérito de todos. Si, por el contrario, la comparación es relativa con otros países, surgen algunas dudas.
Nuestra dependencia relativa del petróleo, que es el factor que más se ha encarecido, está entre las mayores de los países del entorno, así como el peso del sector de la construcción, que acapara buena parte de los problemas, es considerablemente mayor también en España. Además, la existencia de un voluminoso déficit exterior, que señala una necesidad de financiación exterior muy superior a la de otros países europeos, matiza también la afirmación de estar mejor preparados que ellos en momentos en los que obtenerla es más difícil y costoso que antes.
Estar mejor preparados puede querer decir otra cosa: que podemos aguantar los problemas mejor que otros países; es decir, que nuestro nivel de bienestar social se resentirá menos. Este argumento, muy centrado en la existencia de superávit presupuestario del que carecen otras grandes economías europeas, es cierto, aunque queda oscurecido por la rapidez con que las dificultades están llevándoselo por delante, por una mayor tasa de paro y por las diferencias relativas que nuestra protección social sigue manteniendo con Europa a pesar de los avances de los últimos años.
La segunda pregunta era, ¿se puede hacer algo… más? Este verano me sorprendía la respuesta del Gobierno conservador francés a los malos datos de su economía. Tras acusar de la situación al precio del petróleo y a la crisis hipotecaria americana, añadía que no creía posible un plan anticrisis de ámbito nacional. Por eso, como Presidencia de turno de la Unión Europea, van a llevar a ese nivel la discusión sobre medidas. ¡Qué distinto de nuestro debate nacional centrado en un Gobierno que aprueba nuevas medidas casi cada mes y una oposición que dice, sin rubor, que el gobierno no hace nada, ni bien, ni mal!
El margen de actuación de los gobiernos europeos con medidas específicas ante la crisis existe, aunque es reducido. En eso consisten, precisamente, la globalización y la cesión de soberanía a entidades supranacionales como el Banco Central Europeo. Hablo de aquellas cuestiones que no se plantea-rían de no haber frenazo económico serio y persistente, no de aquellas otras medidas que se anunciaron antes de que hubiera crisis y que se mantienen por ser positivas en cualquier situación, al margen del ciclo.
Están los estabilizadores automáticos de los Presupuestos, que es uno de los mejores inventos anticíclicos que hay y algunas decisiones discrecionales para mejorar la renta disponible de familias y empresas a través de los impuestos, la aceleración de la inversión pública y un gasto social reforzado a favor de quienes, por su bajo nivel de ingresos, no presentan declaración de renta ni de patrimonio. Pero hay otros dos ámbitos muy importantes en los que hay que incidir aunque sean más indefinidos.
En primer lugar, hay que transmitir confianza desde la proximidad de un gobierno que entiende la situación, las necesidades de la gente y que camina a su lado, ayudando. En segundo lugar, hay que mejorar la financiación existente en el conjunto del sistema para evitar un corte excesivamente brusco del crédito a empresas y particulares que podría llevarnos a una segunda vuelta de la crisis todavía peor. De todo ello, sin duda, seguiremos hablando hasta el debate parlamentario del próximo miércoles, el posterior debate presupuestario y más allá. Porque recuerden, veremos pasar más trimestres difíciles.