Falacias económicas populares. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 8:10 am

El ministro de economía habló, esta semana en Barcelona, sobre algunas falacias económicas que, según él, se están utilizando en el presente debate electoral. Al hacerlo, seguro que no pensaba solo en el significado concreto de la palabra falacia (argumento que parece lógico, pero no lo es), sino también en un conocido libro que a finales de los 60 escribió el economista inglés E.J. Mishan, precisamente sobre “21 falacias económicas populares”, vigentes entre los ciudadanos de la época. Con estos antecedentes, más todas las secuelas que desde entonces ha habido, quiero hacer una contribución personal sobre cuatro falacias económicas, populares hoy en día en España.

La primera, es la falacia del gobierno autónomo. Esa idea, manejada por algunos, que atribuye al Gobierno de turno las culpas o los éxitos sobre la evolución económica del país, como si el gobierno de turno de un país medio como el nuestro, que acaba de ser superado por México en PIB medido en dólares corrientes, dispusiera, en un mundo tan interconectado, de un amplio margen de incidencia sobre esa realidad económica cíclica. La falacia consiste en pensar que ello es posible. Por tanto, cuando se dice que la crisis fue “culpa de ZP” o que salimos de la misma “gracias a Rajoy”, no solo se comete una simplificación excesiva sino una valoración poco exacta sobre la verdadera capacidad de actuación de ambos. Los gobiernos nacionales, en la globalización, pueden agravar o aprovechar, más o menos, una ola internacional que caiga sobre ellos pero, en una economía global y con políticas compartidas, ni la quiebra de Lehman, ni la caída de la prima de riesgo en el euro se pueden atribuir en exclusiva a la actuación del gobierno español, lo presida quien lo presida. La crisis financiera fue internacional, con variantes nacionales centradas en la burbuja inmobiliaria, como la batalla de los mercados contra el euro la ha ganado el BCE al imponernos un rescate bancario e inyectando liquidez y no la actuación aislada de un país que sigue teniendo una deuda externa equivalente al 160% de su PIB. No defiendo que de lo mismo quien gobierne, sino que los márgenes en estos asuntos, como está comprobando Syriza en Grecia, son menores de lo que se dice. Por ello, los que señalaron en 2011 que “la prima de riesgo española se llama Zapatero”, contemplaron atónitos cómo, poco tiempo después, ese mismo indicador de riesgo internacional se multiplicaba por tres, a pesar de llevar Rajoy varios meses en la Moncloa.

La segunda falacia consiste en afirmar que al salir de la recesión, estamos también saliendo de la crisis. Y no es lo mismo. Los españoles nos hemos dividido entre quienes han vivido una recesión económica, de la que empiezan a salir y una crisis que todavía dura, estableciendo la frontera en haber perdido o no el empleo y en tener la hipoteca del piso pagada, o no. Aun aceptando las mejores perspectivas de crecimiento para este año establecidas ahora por el FMI, al finalizar 2015 no habremos recuperado los niveles de renta y riqueza previos anteriores a 2008, por no hablar de la reducida tasa de paro de entonces. Junto a eso, los 13 millones de ciudadanos en riesgo de pobreza o la creciente cronificación de un elevado paro estructural, dibujan una desigualdad social creciente y continuada en el tiempo. Daría la impresión de que aquellos que salen de la recesión, se reflejan en el optimista índice de confianza del consumidor, mientras que los que siguen sumidos en la crisis responden al pesimista barómetro del CIS. Salir de la crisis no es cuestión solo de tiempo sino, también, de aplicar políticas diferentes y específicas que hoy, ni se contemplan.

La tercera falacia es considerar que son las reformas del Gobierno quienes han conseguido traer la actual recuperación, como si el cambio en la política monetaria del BCE no estuviera detrás de la mejora en la prima de riesgo y en la recuperación de la confianza que ha hecho fluir el crédito y el consumo. Si España crece ahora más que otros es, en parte, porque también decreció más que otros, en un fenómeno estadístico llamado “regresión a la media”. De hecho, solo se ha hecho dos reformas con impacto directo sobre la coyuntura económica. Una, la financiera, vino impuesta por el rescate europeo que obligó al gobierno a hacer tres cosas que había dicho que nunca haría: crear un banco malo, nacionalizar Bankia, tras seis meses mareando la perdiz y poner dinero público en el saneamiento bancario del que, según ha reconocido esta semana el Presidente del FROB, más del 70% no se recuperará. La otra reforma, la laboral, si ha sido una pieza clave en la medida en que ha permitido rebajar los costes laborales empresariales por dos vías: abaratando y facilitando los despidos; recortando los salarios al precarizar la contratación y degradar la negociación colectiva.

La cuarta falacia sería atribuir la recuperación a la política de austeridad cuando estamos encontrando la salida de la recesión por donde se nos dijo que no había: en el gasto, no en el ahorro, en el consumo interior, no en el sector exterior. Para el sector privado, la austeridad se ha traducido en un fuerte retroceso en los niveles de renta disponible de las familias que no ha afectado prácticamente a los niveles de ahorro por lo que deja sin resolver el importante problema del excesivo apalancamiento de las familias que se ha reducido, sobre todo, por el frenazo en la nueva concesión de préstamos. Y en el sector público, la austeridad se ha traducido en mayor gasto total, a pesar de los recortes ideológicos, una importante subida de impuestos (2013 y 2014 han sido los dos años que más impuestos hemos pagado los españoles) y en un preocupante incremento de la deuda pública que ronda, por primera vez, el 100% del PIB.

Si fuéramos capaces de expulsar estas falacias del debate sobre el momento económico para centrarlo en los verdaderos problemas de futuro, todos ganaríamos mucho.

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