Que alguien nos rescate del austericidio. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 12:43 pm

¿Cómo se mide el éxito de una política económica? Si es por la consecución de sus objetivos explícitos, hay ya razones suficientes para defender el fracaso de la política de austeridad que seguimos en España desde mayo de 2010: se han hecho dos reformas laborales para mantener el empleo y las cifras conocidas esta semana señalan que el paro es quien alcanzan máximos históricos; se han acometido tres reformas profundas del sector financiero, una con rescate incluido de la Unión Europea, para reactivar el flujo de créditos y en octubre, último dato conocido, tuvimos la cifra más baja de créditos concedidos; acumulamos recortes del gasto y subida de impuestos para bajar el déficit público hasta las cifras comprometidas y son las desviaciones al alza las que se acumulan (este año superaremos el 7% del PIB, desde el 5,3% fijado inicialmente en los Presupuestos aprobados por el Parlamento); nos apretamos el cinturón para fomentar el ahorro capaz de devolver la inmensa deuda (privada más que pública) que tiene el país, pero familias y empresas apenas consiguen rebajar su porcentaje de endeudamiento, mientras se dispara una deuda pública que amenaza con llegar, pronto, al 100% del PIB. Sacrificamos nuestro estado del bienestar para generar confianza en unos mercados financieros que nos deben prestar dinero y, sin embargo, la prima de riesgo se estabiliza en niveles demasiado elevados. Todo ello en medio de una caída importante de la renta anual del país (tasa negativa de evolución del PIB) y una reducción, no menor, en la riqueza global acumulada en forma de vivienda, acciones bursátiles o capital humano.

                Ante este difícil panorama, algunos sostienen que para tener éxito la política de austeridad practicada e impuesta por la Unión Europea, necesita más tiempo. Que debemos persistir en ella, sin desfallecer, para que a finales del año próximo se empiece a ver sus frutos en forma de ligero crecimiento económico que se situará por debajo del 1% de media en 2014, seis años después de que los efectos de la crisis mundial fueran evidentes en nuestro país. Otros, por el contrario, pensamos que la medicina es equivocada y, por tanto, cuanto más dosis o más tiempo de prescripción, peor, ya que nadie crece por casualidad si no se aplican medidas adecuadas para estimular el crecimiento. Y las agrupadas bajo el epígrafe de austeridad, necesitarán otros cinco años adicionales de esfuerzos, sacrificios y pérdida de oportunidades/capacidades como país, para empezar a transformar la situación en un sentido favorecedor del crecimiento que tiene dos claves: demanda y crédito bancario.

                Quienes creen que al final del actual túnel se encuentra el paraíso solo si mantenemos la austeridad todo el tiempo marcado como penitencia por las potencias acreedoras, fundamentan su optimismo en la recuperación de algunos equilibrios básicos (como la balanza comercial o el déficit público estructural), así como en la evidente mejoría de otras variables habitualmente ligadas a la inversión privada como es la productividad, los costes laborales o la suave rebaja del endeudamiento privado. En situación normal, es decir, sin elevada incertidumbre político institucional, con crédito bancario suficiente y una prima de riesgo entorno a 200 puntos básicos, la recuperación económica de la mano, primero, de las exportaciones y del turismo, se produciría en cuanto la tasa esperada de beneficios se situara por encima de la tasa de interés.  Nuestro problema es que no vivimos esos “tiempos normales”. La crisis económica ha alterado los parámetros que definen el potencial de crecimiento de nuestra economía, se ha desbordado hasta evidenciar una crisis social e institucional  y, en ese contexto, todo apunta a que recuperar las condiciones que hagan sostenible una recuperación, aún incipiente, exige algunas medidas públicas adicionales (rebaja de cotizaciones sociales, crédito público, reactivación sectorial) que rompen con el estrecho corsé de la austeridad como la entendemos, necesita un clima de consenso político que está lejos de buscarse y requiere un dinero que solo podemos obtener si solicitamos un rescate formal del país. Por tanto, de no hacer cosas distintas de las que venimos haciendo en los últimos dos años, la recuperación económica difícilmente brotará de manera espontánea en el espacio previsible de los próximos 20 meses. Y, en ningún caso, con fuerza suficiente como para ir absorbiendo los importantes desequilibrios de stock que seguiremos manteniendo todavía entonces (paro, deuda).

                Es cierto, sin embargo, que hay una mitad del país preparada para crecer. Que muchas familias y empresas no tienen deudas elevadas, han hecho los ajustes de gasto durante estos meses, incluso están obteniendo buenos ingresos de sus actividades en casa o en el extranjero, pero siguen atenazadas por el clima existente de gran incertidumbre que la actuación política, en España y en la Unión Europea, no está siendo capaz de superar. Esta media España preparada para crecer, que no ha olvidado o incluso ha reforzado sus habilidades, conocimientos y competitividad, cuando se den las condiciones para volver a invertir, contratar, comprar y vender, serán la espoleta de la recuperación. Activar a esa mitad de nuestra economía debería ser el centro de la actuación de la política económica y aún, de la política a secas. Pero eso exigiría un giro de ciento ochenta grados en el discurso, en la práctica y en la orientación de lo que venimos haciendo hasta ahora. Exigiría abandonar las actuales políticas diseñadas por los acreedores con el único objetivo de cobrar la deuda a toda costa, para engarzar una defensa de los intereses de un país que no está dispuesto a sacrificar todo su futuro a medio plazo, en aras de pagar por un pasado del que no es responsable en exclusiva. Un país dispuesto a honrar sus deudas, pero no a costa de sacrificarlo todo, incluso la posibilidad de generar ingresos suficientes para poder hacerlo. Un país que no comparte la teoría austericida de aquel piloto que, para ahorrar combustible, decide apagar los motores en pleno vuelo. En la Grecia clásica, quien no pagaba una deuda pasaba a ser, temporalmente, esclavo del acreedor. ¿Seguro que hemos avanzado?

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