Más que ayer, pero menos que mañana. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 12:43 pm

Hemos construido una sociedad opulenta (Galbraith) basada en el crecimiento económico continuo. Todos los engranajes económicos, políticos y sociales, así como nuestro imaginario colectivo, reposan sobre la idea de que cada año la riqueza general que seamos capaces de producir, medida por el PIB, será mayor que la del año anterior. No importa que hasta Naciones Unidas o la Comisión Europea hayan reconocido, aceptando tesis provenientes de críticos al sistema, que “el dinero no da la felicidad” y el PIB, tampoco. Entre otras cosas, porque ni mide los niveles de satisfacción de los ciudadanos (podemos llevar una vida tensa, aburrida, violenta y poco apetecible, en ciudades “ricas”), ni contabiliza aspectos económicos fundamentales como el trabajo de las amas de casa.

Cuando los ministros de Hacienda presentan los Presupuestos Generales para el siguiente año, esperamos escuchar cuánto creceremos, cuanto empleo nuevo se creará, cuanto se incrementarán los ingresos y los gastos públicos, dentro de la más pura lógica incrementalista. Pero las empresas que aprueban sus cuentas en Junta de Accionistas, quieren escuchar cuanto subirán los ingresos el próximo año, cuanto mejorará la rentabilidad de la acción y cuánto crecerán los beneficios. Y las familias prevén siempre mejoras de su renta basadas en las subidas salariales que con toda certeza, se deben producir y en que el banco pague más por sus ahorros.

Hemos puesto en marcha una maquinaria social que solo sabe caminar hacia más, alimentando una idea de progreso asegurado, convertido, casi, en derecho exigible de ciudadanía. Sin crecimiento económico no hay, al parecer, paraíso social en la tierra ya que este lo hemos construido sobre la base de un juego de suma positiva en el cuál, cada año, suma algo adicional a lo existente del año anterior.

Pero no siempre ha sido así. De hecho, la economía surge como ciencia al intentar explicar, con Adam Smith, cuál es el origen y la naturaleza de la riqueza, puesta en evidencia a partir de la industrialización. En un mundo estancado, donde la única riqueza deriva de privilegios feudales heredados, surge un nuevo sistema económico que utilizando mejor el trabajo humano (división de tareas, especialización) y el talento humano (tecnología) es capaz de generar riqueza adicional a partir de importantes avances en la productividad de la actividad económica.

Al principio, esa riqueza estaba concentrada en unos pocos empresarios, mientras el resto de la población, incluidos sus trabajadores, vivían en las miserables condiciones descritas por Dickens en sus novelas. Luego, la nueva organización “científica” del trabajo en serie generaba tales capacidades de producción que tuvo que crearse nuevos mercados internos, repartiendo esa riqueza creciente mediante subidas de salarios, para que los productos fabricados trabajando tres turnos, pudieran ser adquiridos por alguien con capacidad de pago. Sobre esto se amplificó la demanda efectiva impulsora del crecimiento en base al uso extensivo del crédito. Por último, la existencia de una riqueza incremental  en los países más adelantados hizo posible el reparto de un salario social diferido atribuyéndole al Estado la capacidad de ofrecer nuevos bienes públicos como sanidad, educación y pensiones, financiados con impuestos progresivos (Estado del Bienestar).

Se propagó, así, esa ideología del crecimiento permanente según la cuál, lo que no deja de ser una posibilidad basada en mejoras continuas de productividad asociadas a sucesivas oleadas de revoluciones tecnológicas, se convierte en el aceite que lubrica sin parar el engranaje social hasta convertirse en derechos para unos y beneficios para otros.

Es cierto que hubo amenazas a este estado de cosas. Entre otras, la elevada inflación, que si bien facilitaba acuerdos sociales de distribución aparente de la riqueza a corto plazo en base a la ilusión monetaria, introducía arena que amenazaba el correcto funcionamiento del sistema productivo. Pero, también, los límites al crecimiento derivados, por una parte, de que vivimos en una “nave espacial Tierra” con recursos naturales limitados y, por otra, en los efectos perjudiciales sobre el clima de la propia actividad industrial humana.

Este crecimiento continuo sobre el que hemos construido el equilibrio social y político de nuestras democracias se veía amenazado, también, de vez en vez, por crisis económicas que, fueran cisnes negros o consustanciales a la lógica del sistema capitalista, rebajaban temporal y recurrentemente el ritmo de crecimiento hasta que pronto se recuperaba la velocidad de crucero anterior.

Con estos antecedentes, la crisis general de sobreendeudamiento que vivimos en un mundo globalizado, es diferente en tres aspectos: su larga duración, que obliga a introducir la perspectiva del decrecimiento en las instituciones sociales y políticas no como una decisión voluntaria a favor de un modelo de sociedad distinto, sino por simple imposibilidad de seguir creciendo. Esto hace saltar por los aires los mecanismos tradicionales de intermediación al tener que repartir costes de una recesión, en una sociedad acostumbrada a repartir excedentes. Segundo, se produce en un contexto en el cuál las jóvenes generaciones ya empezaban a vislumbrar que vivir peor que sus padres, es algo con elevada probabilidad. Tercero, la realidad de una economía mundial que sitúa el origen de muchos problemas en sitios lejanos, dejando a las autoridades nacionales sin apenas instrumentos eficaces para hacerles frente, abre una brecha entre los ciudadanos y una política democrática ineficaz en el ámbito nacional e inexistente en el global.

No solo frenamos, sino que tenemos que dar marcha atrás en muchas cosas habituales. Donde antes todo era distribuir a manos llenas, se transforma ahora en repartir miseria, como dijo un Presidente autonómico. El temor a que podemos entrar en un ciclo largo donde una mayoría de ciudadanos irá a peor, de que la nueva cultura del esfuerzo pueda ser una vuelta a Dickens y no solo a su lectura, de un incremento en las desigualdades sociales en medio de la abundancia concentrada, es inseparable de ese pesimismo que parece hoy instalado según el CIS. Y todo ello se debe gestionar en un espacio público con  reglas del juego diferentes, que ejercen una fuerte pulsión hacia el deterioro del sistema político. ¿Sabremos cambiar de era, sin perder cohesión social ni calidad democrática?

2 comentarios

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Enric M Cuñat
19.03.2012 a las 12:08 Enlace Permanente

Buen dia de San José y feliz cumpleaños Perdí la agenda del móvil y no estoy dado de alta en twitter. He visto que en algún lugar has seguido la operación pago a los proveedores que has calificado de mecanismo keynesiano (inyeccion masiva como los planes E) has señalado que quien gana en todo esto es la banca que toma al 1% y da al 5%. Ahora, a la vista de los primeros datos resulta que el listado de facturas presentadas pasa de poco la mitad de las previsiones posiblemente hinchadas por el lobby ATA y otros. La otra explicación es que las condiciones impuestas para acceder al préstamo son duras desde el punto de vista financiero y, sobre todo, el control del ministerio sobre las AALL, a lo Grecia. En el caso nuestro, el del Pais Valenciano, habria que ver cuántas facturas impagadas de los ayuntamientos corresponden a obras del Plan Confianza ejecutadas por delegacion de la GV (municipios menores de 10000) que todavia no ha hecho la trasferencia de capital correspondiente, o los servicios» impropios» de los que tampoco ha hecho la transferencia corriente (educacion, juzgados de paz,servicios sosciales) o las subvenciones acordadas y no abonadas. En fin, lo dicho, feliz aniversario.

002
Javier
10.04.2012 a las 19:23 Enlace Permanente

Estimado Jordi, usted conoce cien veces mejor que yo los detalles de esta crisis. Al fin y al cabo, es experto en temas económicos y tiene una larga experiencia política en primera fila. Sin embargo, creo que se eleva usted demasiado.. Toma demasiada distancia y analiza esta crisis desde una altura, diríamos, filosófica (en este artículo concreto, quiero decir). Y, permitame, no es necesario hacer ese ejercicio.
No se engañe: esta crisis tiene responsables muy concretos; personas e instituciones con nombre y apellido. Tampoco son tantos!… Llevamos varios años nombrandolos. Creo que usted lo sabe mucho mejor que yo. El problema, y este sí que es un problema de dificilisima solución, es que esos pocos concentran mucho poder. Casi todo el poder, para ser más precisos. Y no sabemos ni parece que tengamos medios (o no los vemos, mejor dicho) sobre el modo para asaltar ese poder y poner un poco de orden y justicia.
No creo que hayamos llegado a ningún umbral o cenit de desarrollo. Creo que las graves desviaciones del sistema están más o menos precisadas, en cuanto a su génesis y origen. Simplemente, nos hemos confiado… Y ahora pagamos los de siempre. En realidad, es la historia del Mundo

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