La segunda reforma financiera. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 1:20 pm

No quisiera contribuir a una subida en la prima de riesgo de la deuda española por plantear algunas reflexiones críticas sobre la estrategia seguida en la reforma financiera nacional. Dado que los informes de Moody’s y de UBS conocidos esta semana han elevado la sensibilidad, utilizaré datos públicos del Banco de España para argumentar mi razonamiento. 

Confirmado que no sabemos desinflar burbujas especulativas sin que estallen, la respuesta a esta crisis que nos ha puesto al borde del abismo ha tenido cosas comunes, como la inyección sin límite de liquidez para evitar la caída de un capitalismo que no puede funcionar sin bancos, pero ha sido diferente en España respecto a la gestión de riesgos y de las necesidades de capital. Mientras en el resto de países se ha dejado que el precio de los activos tóxicos se hundiese incluso hasta hacer quebrar a grandes entidades financieras, que han sido compradas por otras o nacionalizadas por el Estado, aquí hemos optado por diluir el problema aplicándole tratamiento, en lugar de cirugía, aun a riesgo de resultar una opción más lenta y con mayores efectos secundarios. 

El primero, que seguimos teniendo atascado el circuito del crédito a la economía real. En palabras del documento Situación y perspectivas del sector bancario español (Diciembre de 2010) del Banco de España, «el crédito al sector privado residente sigue registrando tasas de variación interanuales negativas» sin que «puedan descartarse tasas de variación del crédito negativas en los próximos meses». Es decir, tres años después del inicio de la crisis, nuestro sistema financiero nacional no ha recuperado todavía su principal función, aquella que justifica su razón de ser: proporcionar créditos a familias y empresas. 

 

La tesis oficial de las autoridades monetarias apunta a la debilidad del sector real de la economía como responsable de esa situación: no se dan créditos porque no se solicitan. Pero con esa interpretación se empieza a narrar desde la mitad de la historia. Es decir, olvida que la secuencia completa se inicia con unas entidades financieras españolas que empujaban a empresas y familias a solicitar créditos, el siguiente fotograma incluye el estallido de la burbuja en EEUU, seguida del cierre de los mercados internacionales, lo que provocó una sequía total de crédito en nuestro país. Esta sequía crediticia fue la que cerró empresas y lanzó al paro a dos millones de personas que, ahora, ya no pueden pedir créditos. 

La Comisión Europea ha recordado en su reciente informe trimestral que la evolución burbujeante del mercado inmobiliario y su financiación se encuentran en el corazón de la reciente crisis financiera, también, en España. Es verdad que aquí no tuvimos subprimes, pero no hemos estado inmunes a la crisis por nuestras necesidades de financiación externas y por nuestros propios activos enfermos en forma de ladrillo y cemento. 

Restablecer una corriente positiva de créditos debería ser el objetivo principal de cualquier reforma del sistema financiero ya que, en el límite, crea más empleo la concesión de financiación a una empresa que la reforma del mercado laboral. 

Es cierto que, en una primera fase, nuestra sequía crediticia ha venido marcada por el cierre de la financiación exterior de la que tanto hemos dependido (hasta el 10% del PIB). Pero en la segunda fase, una vez reabierto el mercado mayorista, se ha impuesto otra realidad: los problemas de nuestro sistema financiero con los activos tóxicos patrios que han mermado liquidez al sistema y solvencia a algunas partes del mismo, hasta el punto de justificar, por sí mismos, el parón del crédito. 

Por regresar a datos del mismo documento del Banco de España, «la inversión potencialmente problemática del sector bancario español en construcción y promoción asciende a 180.800 millones de euros en junio de 2010». Negar que esa situación, más las provisiones obligatorias y la incertidumbre derivada de su evolución potencial, está limitando las disponibilidades crediticias del sistema, sería negar lo obvio. 

Por tanto, tenemos un problema, no hay crédito al sector real, y un origen del problema, el tapón de ladrillos que sigue bloqueando el circuito. ¿Y qué hemos hecho para abordar nuestro problema financiero diferencial? ¿Permitir un ajuste rápido del precio de los pisos para aplicar cirugía como en otros países? ¿Crear un banco malo que concentre el excesivo riesgo inmobiliario, aliviando al conjunto del sistema? No. Hemos reformado las cajas de ahorros para conseguir tres objetivos: reducir capacidad instalada, aproximar sus instrumentos de captación de capital a los bancos y profesionalizar más los órganos de gobierno. Bueno. No digo que esté mal, pero es como poner a hacer gimnasia a un hambriento: provocarle agujetas sin quitarle el hambre. 

No hay duda de que la canciller alemana no ha demostrado sus mejores cualidades de liderazgo europeo durante los ataques de los mercados al euro, ni que la respuesta institucional de la Unión Europea a ataques que encierran una duda razonable respecto al grado de solidez de la unión monetaria no ha sido óptima como muestra el actual debate sobre la emisión de eurobonos. Pero no podemos buscar fuera, sólo, una explicación a las dudas que los mercados, las agencias y los analistas tienen respecto al futuro de la economía española. 

Algunas cosas tendremos que hacer, dentro, de forma diferente y adicional a lo ya hecho para responder con realidades a los retos que condicionan nuestra evolución futura y, con ella, las posibilidades de devolver, dentro de 10 años, lo que pedimos prestado ahora. Y de ese ejercicio de introspección no puede quedar exento el sistema financiero español, por muchas jaculatorias optimistas que le apliquemos. 

El modelo de absorción gradual de riesgos derivados de un exceso de endeudamiento fue la respuesta a la crisis de la deuda externa de América Latina en los años 80. Y tuvo tres consecuencias nefastas: una década perdida para el continente, masiva conversión de deuda privada en pública y la asunción paulatina de grandes cantidades de pérdidas por los prestamistas. Tres razones de peso para no hacer lo mismo, ahora, en España. 

2 comentarios

001
JJ
21.12.2010 a las 18:37 Enlace Permanente

La comparativa con América Latina me ha dolido especialmente y creo que no es del todo correcta porque aquí tenemos el entorno europeo que nos permitirá una más fácil financiación y potenciará nuestro mercado interior. Ahora bien, coincido en que habría que hacer reformas estructurales importantes.

002
pedro hernandez
26.12.2010 a las 21:16 Enlace Permanente

Estoy de acuerdo en que una medida muy adecuada en la resolución de esta crisis financiera es la dejar en caída libre a aquellas entidades que han hiperespeculado con el ladrillo; ellas acumulaban beneficios en los buenos tiempos, ellas deben sufrir pérdidas en los malos. Y el rescate de entidades financieras por el estado debe hacerse a través de su nacionalización, medida que puede favorecer las operaciones de crédito con el dinero público de dicho rescate. De otro modo se inyecta dinero que en su mayor parte se utiliza por la banca para maquillarse su cuenta de resultados de cara a los mercados y sus accionistas, quedándose sin dinero para préstamos.
De todos modos, este comentario es de alguien que no conoce las reglas de la economía, pero que ha tenido la mala suerte de ver su sueldo de funcionario recortado para ser solidario con los morosos sin que al día de hoy debe un solo duro a nadie

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