El Presidente Rajoy ha hecho concurrir a su partido a las pasadas elecciones armado solo con una carta que pensaba imbatible: la recuperación de la economía. Los malos resultados están a la vista incluso en Comunidades, como la Valenciana y Baleares, donde han podido presentar resultados macroeconómicos mejores que la media. Daría la impresión que no era la economía el campo donde se jugaban estas elecciones y que los asesores electorales del Presidente han cometido un tremendo error. Esto no significa negar los datos de crecimiento del PIB o, incluso, de creación de una cosa a la que seguimos llamando empleo, aunque se parezca poco a lo que solíamos llamar así. Significa que, según decían las encuestas, incluso aquellos ciudadanos que reconocen que las cosas van mejor ahora, no atribuyen el mérito al gobierno sino a la evolución del ciclo económico o a las decisiones adoptadas por el Banco Central Europeo. Y significa, también, que la desafección ciudadana no estaba vinculada únicamente a la crisis habiendo pesado más, como acabó reconociendo Rajoy en las jornadas organizadas en Sitges por el Cercle de Economía, la corrupción y no tanto su repercusión mediática porque para esto, nada como el martilleo televisivo que hace el Gobierno de los datos económicos.
Pero quiero hablar de una tercera razón de por qué la buena marcha de la economía no ha engrosado las urnas de votos a favor del PP como esperaban sus estrategas: el lado oscuro de la recuperación, la otra cara de la moneda, la parte frágil de nuestro modelo de crecimiento, las muchas tareas que ni se han abordado en cuatro años, a pesar de una mayoría absoluta que tardaremos en volver a ver en nuestro Parlamento. Y, para ello, nada mejor que utilizar un espléndido documento de la Comisión Europea, “Informe sobre España 2015”, que entrecomillaré con generosidad en aquellas partes que señalan precisamente aquello de lo que no habla Rajoy pero que, parece, sí los ciudadanos, porque son las consecuencia negativa del modelo de recuperación que estamos teniendo.
El ajuste en la balanza por cuenta corriente, desde un déficit cercano al 10% del PIB en 2007 hasta un superávit del 1,5% en 2013, es uno de los grandes éxitos de la recuperación. Sin embargo, este ajuste es inestable, como se demostró en 2014 cuando el crecimiento de la demanda interna tiró al alza de las importaciones porque no hemos corregido un problema histórico de la economía española como es que “se generen déficit por cuenta corriente en fases de recuperación y expansión”. Por ello, “la balanza por cuenta corriente ajustada en función del ciclo sigue siendo deficitaria” a pesar de que “los tipos de cambio reales efectivos han disminuido un 13,2%” y difícilmente podremos evitar ese problema cuando el ajuste exterior se ha producido gracias a mejoras en la competitividad “derivadas de la moderación de los salarios como tendencia hacia la exportación de productos de calidad media y media-baja”. Además, la corrección de este desequilibrio exterior “no se ha traducido todavía en una reducción de los pasivos externos”. De hecho, necesitaríamos “un superávit corriente récord del 1,7% del PIB en promedio durante el decenio 2014-2024, a fin de reducir a la mitad el ratio de deuda externa/PIB en 2024”.
La corrección del desequilibrio exterior ha sido posible por la caída en los costes laborales unitarios en un 4,5% desde 2009, gracias al aumento del paro y a las bajadas salariales. La otra cara de la devaluación interna ha sido que “los indicadores sociales han sufrido un drástico deterioro desde la crisis” como muestra “el elevado número de personas (13 millones) que están en riesgo de pobreza y exclusión social en España”. Todavía más, “la pobreza en situación de empleo (trabajadores pobres) sigue afectando al 10,5% de la población activa”, a la vez que “el desempleo juvenil es muy alto y se corre el riesgo de que el desempleo de larga duración pase a ser estructural, llevando a la exclusión laboral y social”. Y, todavía más, pese a la reforma laboral, “los elevados niveles de segmentación del mercado de trabajo siguen siendo una rémora para España”, entre otras razones, porque “siguen afectando al incremento de la productividad”. Por su parte, el otro gran desequilibrio a corregir, los elevados niveles de endeudamiento asociados a la burbuja, presentan un comportamiento dual: por una parte, la creciente deuda pública “cuya gestión constituye un reto importante para la economía española” y, por otra parte, “los flujos de crédito negativos han sido el principal factor de desapalancamiento de los hogares” y de las empresas. Por todo ello, se incrementa la fragilidad de la economía ya que “el elevado nivel global de deuda, tanto interna como externa, plantea riesgos para el crecimiento y la estabilidad financiera”.
El Informe prosigue con valoraciones sobre “la fragmentación de la estructura empresarial agrava los problemas”, “el abandono escolar prematuro sigue siendo muy elevado”, “los resultados en investigación e innovación siguen adoleciendo de inadecuación en la financiación y en la gobernanza” o que “la competencia en los mercados mayoristas y minoristas de la electricidad no se consideran aún suficientes”. Por todo ello, señala que “la economía española sigue sometida a riesgos por la naturaleza y la magnitud de los desequilibrios y las interrelaciones entre ellos”. Una conclusión bastante más ajustada a la percepción de los ciudadanos, que al triunfalismo infantil de que hace gala el Gobierno. En economía, como en medicina, cualquier receta tiene efectos secundarios asociados a su adopción. El problema se plantea cuando los efectos colaterales negativos del plan de estabilidad interna aplicado en España y que explica la actual recuperación económica, son percibidos por los votantes como más importantes que los efectos supuestamente beneficiosos de la medicación. Porque, entonces, hay que cambiar de medicina, en una enmienda a la totalidad de lo hecho, o asumir las negativas consecuencias electorales. Ese es el dilema de Rajoy. Tal vez los votantes, puestos a elegir, prefieren una recuperación moral del país antes que esta recuperación económica desigual e injusta. Veremos.