La mirada de Superman (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 8:17 am

Siempre he envidiado esa capacidad que tiene Superman para, con su mirada especial, penetrar en las cosas hasta ver lo que está oculto detrás de lo aparente. Asumiendo que es difícil, a mi edad, seguir esperando que los dioses de Krypton me concedan ese don, propongo el juego metodológico, tan característico de los economistas, de “supongamos que tenemos la mirada de Superman” y la aplicamos a esta recuperación económica para intentar ver, un poco más allá de la superficie, esas corrientes de fondo que solo se revelarán a medio plazo.

                Los motores que están impulsando la reactivación de nuestra actividad económica hasta llevarla cerca del 3% a finales de este año, aunque no muestren signos de agotamiento, son lo suficientemente frágiles como para no echar las campanas al vuelo y pensar que ya estamos, sin más, en la senda de salida de la crisis más profunda y extensa de nuestra historia reciente. Algunos son exógenos, sobre los que nuestro control es nulo y con altas probabilidades de ser reversibles en un futuro próximo. Me refiero a la caída del precio del petróleo, la depreciación del euro y la política monetaria expansiva del BCE. Por hacernos una idea de la importancia de estos fenómenos baste decir que casi la mitad de nuestro crecimiento va a venir de la mano de estos tres factores sobrevenidos. Otros, como el impulso a la demanda interna, de forma especial, al consumo de las familias y a la inversión privada, aún siendo bienvenidos, están muy influidos por dos factores coyunturales: el efecto hartazgo, que eleva la propensión al consumo tras años de apretarse el cinturón y la reactivación del crédito, bancario y comercial, cuando todavía tenemos un impresionante stock de deuda privada por devolver. Subimos mucho, porque caímos mucho, reflejaría bastante bien la situación de un consumo cuya sostenibilidad es discutible, en ausencia de una solidad creación de empleo con mayor capacidad adquisitiva.

                Ha bastado unos meses de crecimiento de la demanda interna, engrasada por un creciente gasto público total, como demuestra el espectacular aumento de la deuda pública (de los 743.531 millones a finales de 2011, hasta los 1.033.857 millones con que ha finalizado 2014), para que volvamos al déficit comercial y a una reducción a la mitad del superávit exterior. Deberíamos entender este hecho como un signo de que no hemos conseguido cambiar el patrón productivo de nuestra economía, muy dependiente de las importaciones, incluso para exportar, aunque la internalización de nuestras empresas, sobre todo, invirtiendo fuera, esté siendo la principal revolución estructural de la década.

                Este dato, por otro lado, debería hacernos reflexionar sobre la existencia de importantes problemas de competitividad exterior: hemos sido capaces, durante estos años, de sostener importantes avances en la exportación, pero solo porque nuestros costes laborales unitarios han ido cayendo años tras año, de la mano de una precarización creciente de las relaciones laborales. Es decir, nos estamos convirtiendo en un país barato, próximo al low cost en muchos ámbitos, muy alejado del modelo de competitividad basado en valor añadido, calidad, talento e innovación que tienen muchas empresas, pero no de manera generalizada el país.

                La visión kryptoniana de la realidad señalaría, también, un problema de cierta importancia en la evolución de nuestra productividad. Los años de crisis han coincidido con datos positivos en productividad, pero de la mano, principalmente, de la destrucción de empleo. Es decir, en cuanto volvamos a crear empleo, la productividad volverá a las cifras negativas de antaño, porque nuestra estructura productiva no se ha renovado lo suficiente, en términos de capital tecnológico e innovación, como para hacer posible crear empleo y, a la vez, mejorar la productividad del mismo. Este aspecto es, tal vez, el más relacionado con uno de los problemas más importantes, ya detectados por todos: el reducido tamaño de nuestras empresas y la escasez de empresas de tamaño suficiente como para innovar, contratar de manera estable y abordar procesos de internalización a partir de músculo financiero suficiente.

                Esta recuperación se sustenta sobre otra corriente de fondo que no puede escapar a la visión de Superman: la creciente desigualdad social que, más allá de un problema político, se constituye en un límite al desarrollo del mercado interior. Podemos verlo como los 13 millones de ciudadanos que viven en riesgo de pobreza, según las estadísticas, o los 8 millones de activos que no ingresan lo suficiente como para superar el umbral de la pobreza, bien por estar cobrando el paro, estar en paro y sin cobertura social de ningún tipo o por formar parte de esos trabajadores pobres que están proliferando al calor de la reforma laboral. El impacto que estas cifras tiene sobre la renta disponible de los hogares, incluso en aquellos en que existe otros miembros con ingresos, condiciona la capacidad de consumo, sobre todo, en familias que, además, están pagando la hipoteca de sus casas (un 35% de los hogares).

                El juego de equilibrio inestable en el que estamos, donde cualquier modificación de cualquier variable, altera todo el resultado actual, debería rebajar autocomplacencias y estimular el trabajo pendiente. Ya sé que no está de moda hablar de la necesidad de debatir sobre cuál es el modelo productivo que queremos para el mundo post crisis hacia el que nos aproximamos. Pero deberíamos hacerlo. Desde luego, no en el sentido de establecer qué sectores productivos crearán el mucho empleo que necesitamos para absorber el paro que tenemos, porque eso nadie lo sabe. Pero sí en el sentido de qué incentivos ponemos en marcha para estimular determinados vectores de cambio que nos acerquen a un crecimiento inteligente y entre los que no puede faltar la innovación, la internalización, la economía baja en carbono, el incrementar el tamaño de las empresas y una administración eficiente. Todo ello, con las dosis suficientes como para modificar conductas y decisiones en el sentido deseado.

                Cosas de las que no se habla y, sobre todo, de las que no mueven a decisiones en año electoral. ¿Necesitamos un Superman? ¡Pidámoslo para la próxima legislatura!

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