A veces, el presente se entiende mejor analizado desde el futuro, de la misma manera que conocer hoy las consecuencias que han tenido determinadas actuaciones del pasado, nos permite introducir una perspectiva distinta sobre las mismas. Acogiéndome a este efecto clarificador que tiene la prospectiva, analizaré el momento actual de la economía española, si estamos saliendo o no de la crisis, visto desde un futuro razonablemente cercano: finales de 2014.
El 31 de diciembre de 2014 la economía española habrá cerrado el ejercicio con un crecimiento medio del PIB próximo al 1%. Si lo comparamos con el -1,3% de este año, es evidente que se habrá producido un cambio en la tendencia, pasando de la recesión a la recuperación, cuyo origen se sitúa en el tercer trimestre de 2013. A finales de 2014, la corrección del desequilibrio exterior será tan evidente que habremos recuperado frente a la zona euro toda la competitividad perdida desde la entrada en vigor del euro. Ello permitirá reducir nuestra deuda externa. Sin embargo, la balanza comercial seguirá muy condicionada por unas importaciones anormalmente bajas, como corresponde a una demanda interna tan lánguida que mantiene a la inflación en niveles bajos, incluso coyunturalmente negativos.
Sin embargo, con la tasa de crecimiento prevista, a finales del próximo año el PIB no habrá recuperado todavía el nivel que tenía en 2011 y necesitará todavía otros tres años para volver al nivel de PIB previo al inicio de la crisis. A finales de 2014, por su parte, todavía se habrá producido una ligera destrucción de empleo (-0,2%), a pesar de que la tasa de paro mejorará unas décimas, hasta el 25,9%, como consecuencia del efecto desánimo que llevará a una caída en la población activa. Se repetirá, con ello, un rasgo estructural característico de nuestra economía como es su dificultad relativa para generar empleo. Por dar una idea de lo que quiero decir, en el período de 37 años transcurrido entre 1976 y 2013, el PIB español se ha multiplicado por 2,5, la renta per cápita se ha duplicado, pero el número de ocupados solo se ha multiplicado por 1,3, a pesar de que la población mayor de 16 años lo ha hecho por 1,5. De ahí se extrae una importante conclusión contraintuitiva: el tremendo aumento de la productividad experimentado por nuestra economía en esas casi cuatro décadas se ha explicado por la inversión, haciendo que seamos intensivos en capital, a pesar de la especialización sectorial (turismo, comercio…). Esa realidad estructural hace obligatorio, si queremos incrementar nuestra capacidad de generar empleos en el futuro, actuaciones dirigidas más a ensanchar la oferta productiva total, incrementar el tamaño medio de nuestras empresas y a aumentar la flexibilidad laboral interna, que a reducir el coste del despido.
A finales de 2014 el sector público español seguirá generando problemas importantes para los equilibrios macroeconómicos: el déficit de las administraciones será todavía del 5,8% del PIB (el doble de lo previsto en 2010 para esa fecha), mientras que la deuda pública continuará aumentando hasta alcanzar, por primera vez en nuestra historia, el billón de euros, un 100% del PIB, lo que se traducirá en un pago de intereses de 36.590 millones de euros según lo presupuestado. Por su parte, la deuda privada (familias y empresas) se situará a finales de 2014 en más de 2 billones de euros, en una línea descendente, pero a un ritmo muy lento como acaba de advertir la Comisión Europea.
Aunque la renta generada a lo largo de 2014 será positiva, la riqueza global del país seguirá bajando aunque de forma desigual: las acciones bursátiles acabarán el año mejor que empezaron 2013, pero el valor de los activos inmobiliarios continuará descendiendo, aunque de manera mucho más moderada, hasta tocar suelo a mediados de año. Por su parte, se agudizará el proceso de reordenación empresarial que ya ha destruido un 8% de las empresas existentes antes de la crisis, mediante un aumento a lo largo de 2014 del número de empresas que recurrirán al concurso de acreedores impulsadas, sobre todo, por los bancos que una vez provisionadas las pérdidas dejarán de renovar créditos para propiciar reconversiones que incluyan quitas y, en su caso, compras por parte de inversores extranjeros. La inversión exterior fluirá, pues, debido al aumento de oportunidades que surgirán al abaratar el valor de los activos. Nos comprarán más desde fuera porque seremos más baratos, tras absorber internamente las pérdidas acumuladas. A pesar de ese dinero fresco, en términos agregados, el crédito al sector privado todavía cerrará 2014 con tasas negativas.
La demanda nacional, consumo e inversión, cerrará el próximo año un 13% por debajo del valor máximo anterior a la crisis. La recuperación del consumo privado en que se basará el crecimiento del PIB será impulsada por ese 45% de hogares que tienen ocupados a todos sus miembros activos y ese 53% de hogares que no tienen deudas hipotecarias. Ello, no obstante, incrementará la desigualdad social que llegará, a finales de 2014, a niveles históricos, con aumentos sobre los volúmenes de ciudadanos por debajo del umbral de pobreza. Ello será compatible con el número de parados de larga duración, que cerrará el año 2014 próximo a 2millones novecientas mil personas, en torno a la mitad de todos los parados.
A finales de 2014 será muy evidente el afianzamiento de tres características del nuevo modelo económico postcrisis: lo que he llamado el “cash growth”, o un crecimiento al contado, sin estar vitaminado por un sobre crédito como en el ciclo anterior; el “low cost de calidad”, una estrategia de negocio centrada en una organización de la cadena de valor que busca reducir costes, incluyendo proveedores y logísticos, sin perder calidad y marca; por último, la internacionalización, como instrumento esencial para adquirir tamaño, rentabilidad y competitividad.
Podemos concluir, pues, que visto desde finales de 2014, el segundo semestre de 2013 será, si, el momento en que empezamos a salir de la recesión. Pero, definitivamente, todavía no aquel en que empezamos a salir de la crisis.