Si no hay milagros, no los prometas. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 10:23 am

El problema no es que Rajoy solicite que tengamos una paciencia que él no tuvo con el anterior Presidente. Tampoco, que pida a la oposición una complicidad que él no tuvo cuando encabezó la oposición. Ni tan siquiera que la gente espere milagros del Gobierno, que no son posibles. El problema es que, no siendo posibles, él prometió unos milagros que ahora no puede cumplir porque, como sucedía con Zapatero, no tiene autonomía para hacerlos y otros, que pudiendo, no está resultando capaz de hacer a pesar de su mayoría absoluta y de la excepcional situación de crisis grave por la que atraviesa el país. El problema es que parece haber tirado la toalla, llamando a la resignación nacional, en lugar de encabezar la movilización nacional contra el paro, la recesión y el conformismo.

                Nos hemos acostumbrado a frases como “una cosa es ganar elecciones y otra gobernar”, o “los programas electorales están hechos para incumplirse” o “es normal que en la oposición se mantengan unas posiciones y en el Gobierno, otras”. Sin embargo, sostengo que en estas concepciones de la política se encuentra la raíz de nuestros problemas o, mejor dicho, la explicación de la evidente incapacidad para resolver nuestros problemas. Precisamente porque son frases que describen una realidad reiterada de lo que se viene haciendo desde la política hemos llegado al punto de descrédito, desapego y desafección de los ciudadanos respecto a la clase política y, lo que es más grave, al propio sistema democrático como prueban los resultados electorales obtenidos en muchos países europeos, por fuerzas que no siendo capaces de ofrecer soluciones reales, crecen por la agitación del cabreo generalizado.

                Lo más grave de la actualización “realista” del Programa de Estabilidad realizada por el Gobierno la semana pasada no es que hayan reconocido que su herencia, al final de la legislatura, será más paro, menos riqueza y mayor deuda pública que cuando empezaron. Lo peor es que, junto a ello, no ha habido una respuesta que haga creíble ese ir contra las previsiones a que llamaba Rajoy. ¿Qué va a hacer el Gobierno para combatir sus negras previsiones, además de seguir buscando culpables (ahora el BCE) o confiando en milagros que ya sabemos que no se dan?

                Y ahí está el problema. Porque para movilizar a los ciudadanos y remontar los resultados actuales de la recesión y sus políticas, hace falta, necesariamente, hacer cosas distintas de las que ha hecho el Gobierno y, sobre todo, hace falta hacer, arrastrando el Gobierno a la oposición,  una política institucional y no de partido.

                Necesitamos sustituir la letanía de la austeridad por la del crecimiento. Y, además, creérnoslo, actuando en consecuencia. Es imprescindible: en primer lugar, un ejercicio de planificación presupuestaria a tres años del conjunto de las Administraciones que incorpore las reformas necesarias del gasto público (y no solo su recorte más o menos lineal) para hacerlo sostenible a medio plazo sin que ello signifique inducir una recesión en la actividad económica como ha ocurrido en 2012. En segundo lugar, una estrategia para incrementar el crédito a las empresas, en cuantía suficiente, aprovechando las líneas de liquidez del BCE y el hecho circunstancial de que una buena parte del sistema financiero español es, temporalmente, público y está siendo saneado con 40.000 millones de euros que les prestamos el conjunto de los ciudadanos. En tercer lugar, la gravedad de algunas situaciones extremas exige no confiarlo todo al crecimiento económico dentro de varios años sino que se debe articular medidas específicas de reactivación selectiva de la demanda, rebajas en las cotizaciones sociales, planes de empleo juvenil y programas de lucha contra la pobreza extrema. En cuarto lugar, acometer todas esas reformas estructurales pendientes que deben permitir aligerar el peso de lo público, incrementando su eficacia, así como liberar fuerzas creativas en nuestro país permitiendo que se transformen en actividad económica, ensanchando nuestra oferta productiva.

                Como ven, pocas novedades que no esté diciendo mucha gente. Me atrevería a decir, pocas novedades que no figurasen en el programa electoral del PP, incluso del PSOE. La pregunta, entonces, es ¿Por qué si sabemos lo que hay que hacer, no se hace? Y aquí es donde viene la cuestión del método, del cómo hacer las cosas, que depende mucho de las cosas que haya que hacer y de la circunstancia en que se hace. Por ir al grano: las cosas que tenemos que hacer son de tal calado, con tan poco margen temporal para hacerlas y en un contexto tan adverso, que solo se pueden hacer desde unos procedimientos políticos consensuados y participativos. Solo se pueden hacer desde un gran Pacto de Estado, como venimos reclamando muchos desde hace tiempo y como le han vuelto a reclamar al Presidente Rajoy los empresarios reunidos esta semana por el Instituto de la Empresa Familiar.

                ¿Por qué, si hay una mayoría inmensa de ciudadanos que vemos que es imprescindible un Pacto de Estado para salir de esta crisis que empieza a ser endógena y la evidencia nos confirma que sin el pacto, no se están pudiendo hacer las cosas que hay que hacer, por qué no se hace? Porque la política sigue funcionando como siempre. De acuerdo a esas frases que hemos citado antes, buscando culpables más que soluciones y obsesionados por ganar las elecciones combatiendo al adversario más que resolviendo problemas del país. Cuando la oposición solo juega a desgastar al Gobierno y el Gobierno solo juega a desgastar a la oposición, ¿Quién se ocupa de gestionar y resolver los problemas de los ciudadanos?

                Se cuenta que van dos amigos por la selva cuando se encuentran con un león hambriento. Pensando en que hacer, uno propone echar a correr. El otro, en peor forma física, pregunta si cree que podrán correr más que el león a lo que le contesta el atleta, “seguro que no. Pero a mí me basta con correr más que tu”. Salvo que, como ahora, haya más de un león, en cuyo caso, mejor cooperar que competir.

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