Extra Omnes. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 11:37 am

Quien sigue siendo el crítico más lúcido del sistema económico capitalista reconocía, admirado, que “en el siglo escaso que lleva como clase dominante, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas” (Marx, 1848). Sin embargo, esa innegable capacidad para crear riqueza, no puede ser el fundamento exclusivo de su legitimidad. El capitalismo ha tenido, desde su mismo origen, dos caras: la que ofrece una tremenda capacidad para crear bienes y servicios materiales y la que contradice, otros valores que una sociedad consciente puede preferir, como criterios de ordenación, por delante de la obtención máxima de riqueza material.

                Tal y como se explica en los manuales de economía, el modelo capaz de movilizar tantas energías productivas, se basa en el libre despliegue de dos actitudes por parte de los agentes económicos: los empresarios, maximizando sus beneficios, los consumidores, maximizando la satisfacción de sus necesidades ilimitadas. A partir de esa simplificación de algo tan complejo como el ser humano, más algunas reglas de comportamiento supuestamente racionales vinculadas a elecciones en situación de escasez, se construye la teoría sobre la bondad del modelo capitalista en que vivimos. Haciendo una abstracción reduccionista y sesgada de la realidad social compleja, contemplando al sistema económico como algo autónomo de lo que ha sido expulsado el ser humano de carne y hueso, sustituido por una caricatura llamada Homo economicus obtenido tras una deconstrucción del mismo en trozos, a veces, con intereses contrapuestos: trabajador, consumidor, contribuyente, ahorrador, inversor, votante.

Y con una asimetría: mientras que el consumidor solo puede comprar aquello que puede pagar (su deseo está limitado por el dinero de que disponga), el empresario no tiene límites a su actuación, más allá de su capacidad de obtener beneficios, es decir, su capacidad de acceder a mercados donde vender sus productos lo que impulsa al sistema a expandirse geográfica y socialmente de forma permanente.

La parte consumidora del ser humano, verdadero motor que hace girar todo el proceso, ha visto históricamente cómo sus limitaciones de renta se flexibilizaban mediante el recurso al crédito (hasta llegar al sobreendeudamiento actual) para que pudieran comprar más. La parte inversora del ser humano, a veces como empresario creador de riqueza, a veces como especulador creador de valor monetario, necesita expandir sus mercados, ampliando los productos que ofrece (innovación) y los mercados en que los vende (globalización).

Se construye, así, un sistema económico en el que, por una parte,  el ser humano desaparece sustituido por una abstracción simplificadora que funciona con solo dos vectores: la codicia y la insaciabilidad. Y, por otra, moviliza energías productivas como nunca antes en la historia aunque sea con crisis cíclicas periódicas.

De todos los pros y contras que plantea ese sistema económico, que es el nuestro, me quiero centrar hoy en dos. El primero, sobre los límites al crecimiento pero no, esta vez, desde el punto de vista de las restricciones físicas de recursos naturales (¿cuántos planetas hacen falta para que todos los países del mundo alcancen la renta per cápita de USA?) o los efectos negativos de subproductos del crecimiento como el cambio climático sino desde el punto de vista del consumidor y los principios éticos: ¿Cuánto consumo de bienes y servicios, cuánto crecimiento material, cuánto dinero es suficiente para llevar una buena vida? ¿Cuál es el precio que estamos dispuestos a pagar para satisfacer unas necesidades supuestamente ilimitadas? Los Skidelsky, Robert y Edward, han abordado el asunto en un interesante libro: “¿Cuánto es suficiente?” (Crítica) en el que defienden una especie de autocontención por parte de los consumidores para dejar espacio en sus vidas a otros valores socialmente relevantes de una buena vida como la equidad o el ocio creativo. Este análisis conecta, aunque tiene vida propia, con las propuestas de decrecimiento económico que se viene lanzando desde ciertos lugares de la sociedad para evitar, precisamente, el supuesto carácter depredador atribuido al sistema capitalista dejado en libertad.

La existencia de contradicciones entre los principios reguladores del capitalismo económico y otros principios fundados en la ética individual o colectiva, ha sido objeto de muchos análisis a lo largo de la historia incluyendo la llamada economía del bienestar que reconoce a la vez que, aún cuando el sistema económico de mercado produzca un resultado técnicamente “optimo” en la producción de riqueza, puede ser rechazable desde otros puntos de vista que no acepten, por ejemplo, los niveles de desigualdad social o de reparto de la riqueza asociadas a dicha producción. Ahí se encuentra un espacio clásico para la intervención del Estado como depositario de esos otros puntos de vista.

El segundo aspecto que quiero revisitar se centra en las restricciones éticas al comportamiento del empresario y del inversor, más allá de esos límites legales que tienden a garantizar, por ejemplo, que el principio de maximización del beneficio no derive en operaciones fraudulentas (vender aceite de colza como si fuera de oliva). Hablo de lo que se engloba bajo las propuestas de responsabilidad social corporativa sobre lo que también acaba de salir un libro muy recomendable (“La sociedad que no quería ser anónima” Esther Trujillo. Lid) y que insisten en que una empresa es mucho más que un instrumento para que los accionistas ganen todo el dinero que puedan.

Estamos ante correcciones importantes de los dos principios esenciales sobre los que se ha basado el sistema capitalista impersonal: uno, limita la supuesta insaciabilidad del consumidor por factores diferentes a la renta disponible y el otro, cuestiona la maximización del beneficio como principio absoluto. Ambos, introducen principios éticos complementarios a la simple eficiencia técnica de un sistema abstracto que funciona con independencia de la voluntad humana (extra omnes). Pero, en el fondo, ambos reintroducen al ser humano completo, que había sido expulsado del análisis, dando entrada a la posibilidad de que decida racionalmente sobre las energías productivas del sistema. Con ello, dejan en el aire la siguiente pregunta: ¿es compatible el capitalismo con un ser humano que sea mucho más que codicioso e insaciable y quiera, por ejemplo, controlarlo desde la democracia?

2 comentarios

001
juan luis ayas
21.03.2013 a las 18:11 Enlace Permanente

Estimado Sr. Sevilla he releido con mucho interés su artículo porque me ha parecido muy interesante y tambien producido cierta extrañeza sobre que fuera Vd. el autor
Comparto bastantes de sus conclusiones aunque casi ninguna de las hipótesis en las que se basan las mismas
En cualquier caso la extrañeza me viene de que considerandole un economista de pensamiento socialdemocrata y neokeynesiano contrario al llamado austericidio sea tan partidario a la hora de criticar el capitalismo de limitar la inversion y el consumo No me parece aceptable ni coherente
En cualquier caso bienvenido al club de la austeridad y ¡hojala! la reduccion del llamado (erroneamente) estado del bienestar
atte

002
Urbano
30.03.2013 a las 22:24 Enlace Permanente

Un sistema económico que solo se base en el aumento de la riqueza para unos pocos, pasando por encima de muchos es algo a desterrar. Si con todo el conocimiento acumulado no somos capaces de diseñar un nuevo sistema económico para que la inmensa mayoría de los ciudadanos tengamos un sitio y un futuro, casi valdría la pena que nos visitara un meteorito de mas de 20 km de diámetro que pusiera fin a tanta estupidez.

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