Rectificación. Vieja y nueva política. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 1:21 pm

“No se puede dar bandazos”, cuentan que señaló Rajoy a Merkel en la reunión de partidos conservadores previa al Consejo Europeo. “¿Y tú me lo dices?” debió pensar la Canciller tozuda, del  Presidente español que dijo: “haré lo que considere que tengo que hacer, aunque sea lo contrario de lo que dije que haría”.

                La verdad es que los tiempos que vivimos son convulsos, la carretera está llena de curvas que convierten en suicida avanzar sin girar el volante. De hecho, lo que ha exigido el FMI en su reunión de Tokio la pasada semana ha sido, precisamente, un volantazo, un cambio de rumbo, una rectificación en la estrategia económica de la zona euro, si no queremos seguir hundiéndonos, asfixiados de austeridad.

                En situaciones “normales”, hacer lo contrario de lo prometido suele estar penalizado, por más que el escepticismo que los ciudadanos han ido acumulando hacia los políticos les haga resignarse ante el abuso de esta práctica por parte de unos partidos habitualmente bifrontes: una cara en la oposición y otra en el gobierno. Sin embargo, en situaciones excepcionales como estas, las circunstancias cambiantes y las presiones externas fuerzan a ajustar las estrategias, rectificando las actitudes políticas previamente adoptadas.

                Porque algunas de las reglas básicas del juego, han cambiado.  Los márgenes existentes para adoptar decisiones autónomas por parte de los estados nación, de forma especial si están tan endeudados, se ven minimizados bajo la presión de una globalización que se expresa de dos formas acuciantes: unos mercados financieros que, para refinanciar, priorizan sus beneficios por encima de cualquier otra consideración y las imposiciones de la potencia hegemónica europea que, además, representa los puntos de vista de los acreedores. Ambas realidades juntas nos llevan a una situación de elevada dependencia externa y amplia vulnerabilidad, en la que tanto el actual, como el anterior presidente del gobierno han reconocido que se veían “obligados” a adoptar medidas (como congelar pensiones o subir el IVA) que no les gustaba tomar, aunque se veían forzados a hacerlo.

                ¿Se puede hablar de un funcionamiento normal de la democracia en esas condiciones? ¿Dónde queda nuestra soberanía como país cuando nos imponen, desde fuera, medidas dolorosas que no podemos rechazar? ¿Es democrático un sistema político en el que votamos a quienes no tienen capacidad plena de decisión y, en cambio, no podemos elegir a quienes de verdad, deciden las políticas a seguir? ¿Existen naciones de verdad independientes?

                Conozco las ventajas de la globalización económica y de compartir soberanía en el seno de la Unión Europea. Pero quiero señalar que las actuales circunstancias de fuerte crisis económica (según Cáritas, más de nueve millones de ciudadanos acuden regularmente a sus servicios asistenciales para comer) y de gran interdependencia son tan novedosas que la vieja política democrática de la confrontación partidista no es adecuada para responder a la magnitud de los desafíos planteados. Creo necesaria una rectificación no solo en relación a las políticas concretas seguidas (austeridad, que analicé la semana pasada) sino, también, respecto al método, a cómo se han hecho las cosas en España desde que declaramos oficialmente que estábamos en crisis económica que devendría crisis social que se sumaría a la crisis institucional y a la territorial.

                La debilidad expresada por una elevada y creciente deuda (pública y privada) que representa dos veces y media el PIB anual, baja competitividad  en el marco de presiones por parte de fuerzas que no controlamos plenamente, como los mercados financieros y Alemania, en el contexto de las cuatro crisis mencionadas dibuja un panorama en el cuál necesitamos una profunda rectificación que nos lleve de la vieja política de otros momentos, a una nueva política democrática centrada en el acuerdo con la ciudadanía y en el pacto entre los partidos políticos. Las cosas están lo suficientemente mal y  complicadas como para intentar salir todos juntos, en vez de unos a costa de otros.

                Todo lo que no sea responder a los actuales desafíos del país desde la máxima unidad política, que debe forjarse a partir de un diagnóstico común sobre la situación, seguido de un Plan Estratégico para salir del pozo en el que estamos, será tiempo perdido, esfuerzo inútil, sacrificios innecesarios. Saldremos, pero pagando un precio superior al necesario.

                Cuando todas las encuestas reflejan el deseo inmensamente mayoritario de los ciudadanos para que, en estas horas difíciles, haya un Pacto de Estado, a la vez que una profunda insatisfacción con cómo están haciendo las cosas quienes gobiernan y quienes se oponen a los que gobiernan podemos asegurar que el cambio que pido desde la vieja política partidista de la confrontación sistemática a una nueva política de la negociación y el acuerdo, responde a lo que de forma intuitiva los ciudadanos perciben como lo más eficaz, en estas circunstancias, para los intereses generales. Tal vez nos irían mejor las cosas si en lugar de pelearnos entre nosotros, sometiéndonos a los de fuera, pudiéramos invertir la tendencia y, a partir de un acuerdo nacional mayoritario, fortaleciéramos nuestra posición negociadora ante los mercados y ante Alemania.

                La nueva política de pactos y acuerdos habituales no solo es plenamente democrática, sino que es la forma democrática que corresponde a la era de la globalización y de la revolución tecnológica permanente. Y no excluye, ni la confrontación, aunque pueda acotar los asuntos y, sobre todo, los tiempos de plantearla, jerarquizando las prioridades colectivas, ni, por supuesto, la existencia de alternativas ya que las negociaciones conducentes a los acuerdos se deben llevar a cabo a partir de la constatación de puntos de vista distintos sobre una misma cuestión a los que, excepcionalmente aplicamos un criterio distinto al de la simple mayoría.

                A diferencia de otros momentos históricos, en esta Gran Recesión el amplio malestar ciudadano se está traduciendo en exigencias de más democracia, de mejor democracia, de otra democracia. Tienen razón. Rectifiquemos la forma en que se hace política, aparcando temporalmente el interés partidista a favor de los intereses generales. Empezando por consensuar el destino reactivador que queremos dar al rescate y frenar la espiral ascendente de la deuda pública.

Un comentario

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petreo
27.10.2012 a las 01:32 Enlace Permanente

¿más y mejor democracia,dices?:¿no te referirás a la democracia a la catalana,via referendum,ese engendro del Mas traidor?Lo digo,porque en tus disertaciones excátedra con la separatista catalana Susana Griso,haces enérgica defensa del desastre autonómico español,entrando en contradiccion contigo mismo.Porque,si la gravedad de la Gran Recesion exige Pactos de Estado,no se entiende que no veas que eso es imposible en el caos autonómico español

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