El bache, o la cara B. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 4:46 pm

No se qué le contarán al presidente los grandes empresarios de este país, convocados de nuevo el próximo sábado a Moncloa, pero la cosa está chunga. Y por si faltaba poco, la catástrofe de Japón que, además del importante impacto en vidas o de precipitados debates esencialistas sobre la energía nuclear, impactará sobre la economía mundial de manera negativa, a poco que las empresas japonesas tarden en regresar a una cierta normalidad productiva e inversora. 

Los últimos datos económicos conocidos muestran una atonía de la actividad salpicada por la recuperación tímida de algunos indicadores. El animal spirit empresarial y ciudadano se encuentra bastante afectado por tres años de crisis profunda y una sensación creciente de que, tampoco en este, levantaremos cabeza. Algunos hablan, incluso, de un 2011 peor que el año pasado o, como el presidente de Mercadona, de que lo peor de la crisis está por venir, sobre todo para quienes no pueden compensar los problemas del mercado nacional con buenos resultados en otros países. 

No sé si tienen razón los pesimistas, pero existen razones para pensar que, de no hacer nada, caminamos hacia un bache. Conste que no hablo aquí tanto de números y proyecciones como de opiniones y sensaciones, de eso que configura el estado de ánimo, tan importante a la hora de tomar el pulso a un país. 

Si recogemos, de manera sistemática, lo que dicen muchos empresarios que no están invitados a Moncloa, el relato sería algo así: llevamos entre dos y tres años muy malos, con caídas de beneficios, en los que hemos tenido que efectuar ajustes duros de plantilla, frenar inversiones, vender activos, reducir stocks y devolver préstamos para poder, simplemente, renegociar otros. Estamos al límite de nuestro aguante, viviendo al día, con algunos retrasos en los cobros y trampeando con los pagos. 

Dejando a un lado a los que exporten a países que ya han iniciado la recuperación o viven del turismo que, previsiblemente mejorará este año con todo lo que está pasando en el Mediterráneo, ¿qué esperanzas tenemos el resto si los sueldos van a la baja y con ello el consumo de unas familias endeudadas, si el crédito financiero no va a incrementarse, si se consolida la sensación de que la burbuja inmobiliaria no se ha desinflado del todo con sus efectos negativos sobre la riqueza, la construcción de viviendas y los problemas del sector financiero y, además, todas las administraciones públicas recortan unos gastos y aplazan otros, perjudicando con ello los ingresos empresariales? 

Si este año las cosas no mejoran, suben los pedidos y empezamos a cobrar, nos veremos obligados a dar una nueva vuelta de tuerca, a reducir, todavía más, la actividad y a despedir otra vez a trabajadores, provocando una destrucción adicional de empleo neto. 

Comparado con el año anterior, la caída será menor, generando un efecto rebote estadístico (creceremos en el entorno del 0,7%). Pero en términos económicos y, sobre todo, sociales, caminaremos hacia un bache real con secuelas psicológicas, de las que difícilmente nos sacará apelar al optimismo o la constatación de que hay empresarios y, sobre todo, banqueros a los que, en medio de la tormenta, les va muy bien gracias a sus beneficios exteriores. 

La perspectiva de sufrir un pequeño bache este año se encuentra detrás de la rebaja en la calificación de solvencia país por parte de alguna agencia y en las dudas que todavía planean en los mercados financieros sobre nuestra capacidad de generar riqueza suficiente como para devolver los préstamos internacionales contraídos. Y, en el fondo, es la consecuencia directa de las políticas aplicadas para hacer frente a la crisis de sobreendeudamiento que hemos padecido. Es como la cara B de los antiguos singles de vinilo, el acompañamiento secundario de la canción principal, el ajuste duro y la austeridad generalizada. 

Cuando estalla una burbuja especulativa fomentada por un exceso de liquidez, un relajamiento en las reglas prudenciales del préstamo financiero (los informes críticos sobre la actuación del Banco de España durante el boom inmobiliario deberían debatirse ampliamente en el Congreso) y una pirámide de deuda basada en un activo que, de repente, se deprecia, hay varias decisiones que adoptar. Y cada una de ellas abre, a su vez, un árbol de decisiones y consecuencias. ¿Quién asume las pérdidas? ¿A qué ritmo se asumen? ¿Cómo devolvemos el resto? Es decir, ¿cuánto ajuste del gasto y cuánto trabajar más para ingresar más? Y, ¿cómo realineamos los costes a la pérdida provocada por la crisis? 

Tras los primeros meses en que los costes se socializaron mediante una inyección potente de gasto público a la economía real y a las entidades financieras, ha llegado la hora de una retirada selectiva de lo público, precipitada en la zona euro por las insuficiencias institucionales sobre el mercado de deuda, las presiones alemanas, la falta de actuación de algunos gobiernos y el acoso de unos mercados financieros que han visto la oportunidad de rehacer márgenes especulando contra los estados. 

La austeridad se ha entendido como primar la solvencia frente a la liquidez, el recorte de gasto frente al crecimiento económico, entidades financieras antes que economía real, el sector público por delante de familias y empresas, así como ajuste salarial antes que recortar costes no salariales. 

El juego conjunto de esas cuatro prioridades, en esencia, bancos y Estados absorbiendo, cual bayetas, recursos financieros para inmovilizarlos como reservas o amortizando deuda, en lugar de movilizarlos como inversión, está dando como resultado esas tristes expectativas de parálisis económica, este año, por falta precipitada de circulación de la liquidez monetaria. Además, si aceptamos la lógica de las reformas estructurales hechas, todas posponen beneficios al medio plazo mientras adelantan los sacrificios, reforzando la idea de que todo empuja en la dirección de deprimir la actividad económica real, aun provocando un bache, para salvaguardar otros intereses considerados más importantes. Y en esto consiste la política, en priorizar tiempos e intereses sociales, asumiendo luego sus consecuencias. Y en eso se diferencian, o no, las políticas. 

 

 

Un comentario

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de Gregorio
21.03.2011 a las 19:59 Enlace Permanente

21.03.11.

Estimado Jordi:

Haz hecho una excelente diagnosis de las enfermedades en las que se debate el modelo capitalista. Y además has llegado incluso a dar a entender que la sepsia en la que vegeta y se consume, por las razones que avalan su naturaleza es imposible higienizar. Ya lo predijo Marx en su denostado Manifiesto. Y con esto no estoy ni asumiendo, ni tratando de justificar las consecuencias que del mismo se derivaron. Lo único que intento hacer valer es que de no existir una circunstancia que modere el insaciable apetito que consume al que tiene acceso al plato, a pesar de las secuelas que tuvimos que sufrir, se encontraba en lo cierto. Cuando la producción y la distribución no son equiparables, surgen una serie de problemas que las recetas macroeconómicas no pueden resolver. Al desaparecer aquel fantasma que estaba acechando en Europa, concluyó la necesidad del exorcista. Llegó la época de practicar la libertad, aquéllos que pudieran imponerla. Lo cual nos lleva a tener que asumir -como hizo Hobbes-, que necesitamos la existencia de una legislación o un soberano que defienda lo que personalmente somos incapaces de tutelar. Lo que ocurre es que a la vista de la irregular tutela que practican, no sabemos si será preciso desenterrar al hechicero.

de Gregorio

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