El (imposible) Gobierno de uno. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 12:59 pm

No hay asunto complejo que tenga una solución simple. Y hoy, casi todos los problemas importantes acumulan tal nivel de complicación que en su resolución hace falta la colaboración activa de varios agentes sociales porque nadie puede resolverlos por si solos.
Ningún gobierno, ningún país o ningún partido pueden hacer frente en solitario al cambio climático, a la lucha contra el hambre mundial o a las consecuencias de la crisis financiera internacional, por citar tres de los asuntos que se han tratado esta semana en la reunión de la ONU y en la posterior del G-20. La magnitud y características de las dificultades que están condicionando de forma decisiva nuestro devenir cotidiano están fuera del alcance resolutivo, incluso, de las grandes superpotencias mundiales, haciendo inexcusable la búsqueda de espacios de cooperación para aunar esfuerzos, compromisos y medidas colectivas, aunque se apliquen luego de manera individual.
La gobernanza democrática de cuestiones de tal complejidad global deja obsoletos antiguos debates entorno a los liderazgos internacionales. Así lo ha reconocido Obama al subrayar la necesidad de una responsabilidad compartida, como traslación internacional de su “juntos podemos”.
Los expertos en la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado insisten en que un factor explicativo de su larga duración fue la ausencia precisamente de un país líder que marcara el camino a seguir en un mundo en que la balanza del poder estaba oscilando entre un Imperio Británico que moría y un imperialismo norteamericano que bostezaba. Hoy, el principal obstáculo a la gestión de los asuntos trascendentes es que, sencillamente,  no es posible el gobierno solitario de uno, por muy poderoso que sea o se crea y, a pesar de ello, no hemos sido capaces, todavía de articular de manera eficaz lo que podríamos llamar el gobierno colectivo de las cosas. La ONU claramente no lo es, como tampoco las instituciones nacidas del acuerdo de Bretón Woods y, desde luego,  tampoco lo es un club informal de poderosos, como el G-20.
 Esta importante carencia institucional y administrativa añade una dificultad adicional en la medida en que demora las soluciones a los problemas o, cuando se encuentran, no existen mecanismos que garanticen su aplicación efectiva. Lo podemos ver, por ejemplo, en los compromisos de reducción de emisiones de CO2 alcanzados en Kyoto, que necesitan ser revisados a finales de año en la Cumbre de Copenhague o en cómo se va enfriando el impulso inicial, refundador del capitalismo, conforme va pasando lo peor de la crisis y regresan, poco a poco, las aguas a sus cauces de siempre.
Sin una cooperación activa de todos los países y sin mecanismos de seguimiento, control y sanción, es difícil lograr acuerdo y cualquier acuerdo alcanzado corre el riesgo de ser parcial y, por tanto, inútil para hacer frente a asuntos que no admiten las medias tintas. Esto afecta de manera decisiva a la forma en que se gobierna y, por tanto, a la forma en que se debe hacer política en el mundo de hoy. Los gobiernos deben ser, cada vez más, agentes catalizadores del esfuerzo colectivo, que ejercen un liderazgo relacional aunando participaciones distintas, de otros gobiernos, de otras administraciones, de otros agentes sociales, entorno a un proyecto de futuro común, capaz de ilusionar y movilizar a una mayoría plural, organizada.
En el ámbito nacional, tampoco funciona el gobierno de uno ante problemas complicados que exigen determinadas dosis mínimas de solución para ser efectivos, que solo se pueden alcanzar mediante el compromiso de varios. En ese sentido, por ejemplo, resulta sorprendente que acudamos a buscar la cooperación de gobiernos de otros países para luchar juntos contra la crisis económica en las reuniones del G-20 y, en cambio, no se haya convocado todavía con el mismo fin una Conferencia de Presidentes para poner en común con las Comunidades Autónomas los esfuerzos de las distintas administraciones competentes que existen en España. O que hayamos sido capaces de demostrar capacidad de diálogo y acuerdo entre diferentes partidos y administraciones a la hora de hacer frente a la pandemia que representa la gripe A y no hayamos desplegado el mismo esfuerzo y capacidad para aunar voluntades en otros asuntos colectivos no menos importantes como los relacionados con la pandemia del paro.
  Un breve repaso prospectivo sobre aquellas cosas que están afectando o van a afectar de manera más decisiva a nuestra forma de trabajar, consumir o vivir, nos deja como conclusión, además, que los esfuerzos gubernamentales y administrativos, aunque determinantes, son insuficientes por si solos para su resolución. Podemos aprobar una Ley de Igualdad o medidas de conciliación de la vida personal y laboral pero sin la colaboración activa de empresarios y trabajadores su potencia transformadora se agotará lentamente en el camino. Y lo mismo sucede con las políticas de integración de discapacitados, o de ahorro energético, o de promoción del talento humano o de separación de basuras para facilitar su reciclaje. La interacción entre responsabilidad individual y colectiva, entre público y privado, entre gobierno y gobernanza ha sufrido tales cambios en las nuevas realidades sociales que convierten en obsoletos e inútiles viejas formas de gestionar la cosa pública, ciertas maneras de hacer política según categorías esteriotipadas. Cuando uno solo no puede, se tiene que producir un salto cualitativo en las instituciones, actitudes y comportamientos, que permita la participación, colaboración y corresponsabilidad de los otros, de aquellos en cuyas manos, también, se encuentran trozos de la solución a los problemas. Entramos entonces en una dimensión de la participación que trasciende el restringido diálogo social entre sindicatos y empresarios, pero que vigoriza y legitima todavía más al sistema político democrático que, en ausencia de ello, languidece entre confrontaciones ininteligibles, ineficacia resolutiva e indiferencia de unos ciudadanos que ven como se acumulan, sin resolver, sus problemas cotidianos. Ese es hoy, el tema de nuestro tiempo: no tanto lo que nos pasa, sino cómo gestionamos lo que nos pasa. Y ahí, cualquier autocrítica se queda corta porque, crean me, estamos muy lejos de la perfección.

2 comentarios

001
Badal
28.09.2009 a las 16:09 Enlace Permanente

Evidentemente, es así. Lo que ocurre, a mi entender, es que falta una clase política capaz de aglutinar el compromiso de la sociedad en la lucha por lograr entre todos superar los problemas que se nos vienen encima. Como ciudadano no veo en el ámbito político personas comprometidas en algo que vaya más allá de la lucha por el poder y la rivalidad partidista. Puede ser algo idealista, pero el tener una clase política que, aunque con distintos enfoques para resolver los problemas, sea capaz de demostrar que lo que persiguen es el bien común, es lo básico, de lo contrario, cualquier persona de a pie se desanimará ante el sentimiento de impotencia que le invadiría por la falta de compromiso de los que pueden canalizar el esfuerzo de todos en algo más que el beneficio de su grupo.

002
CitizenPepe
28.09.2009 a las 17:21 Enlace Permanente

Esto está empezado a parecerse a una suerte de intercambio epistolar apócrifo. Coincido plenamente en el análisis, que parece responder a mi último comentario. Resulta esperanzador que personas que han tenido acceso directo a las más altas esferas del poder tengan todavía la flexibilidad mental como para hacerse estos planteamientos.

Pero yo no quiero ser tan pesimista: no se desde cuando a los osos les gusta la miel, pero tubo que haber uno, el primero que la probó, el que dejó en herencia semejante afición a toda el género «osuno». No obstante, solo un hambre atroz debió de ser lo que le empujó a meterse en el enjambre y sufrir toda clase de aguijonazos antes de encontrar el preciado tesoro.

Siguiendo con el símil, el hambre mundial de justicia y equidad en el gobierno de las cosas es ya depauperación (y no solo en el sentido figurado). Debemos meternos en todos los avisperos posibles para dar con las adecuadas fórmulas que nos permitan lograr una mejor «economía de la inteligencia» pues eso y no otra cosa es la Democracia.

En mi interés particular hay tres temas en los que pienso que se podría abundar, ponerlos a prueba en diversas mesas o foros de poca trascendencia para irlos perfeccionando o puliendo:

1º.- Democracia Directa: En realidad es la primera forma de democracia, pero por imposibilidades de tipo logístico dejó de ser operativa como forma de gobierno más allá de las Polis griegas o de pequeños estados o municipios medievales. Por lo que sé, las pocas formas de ésta que ha heredado nuestro ordenamiento jurídico son herencia directa de los concejos populares y de fueros municipales antiguos. Sin embargo, puede ser una buena solución para involucrar al ciudadano en la gestión y en la toma de decisiones, sería bueno hacer partícipes a los ciudadanos en todas aquellas decisiones de sus juntas municipales o vecinales que les atañen. ¿Que tal incluir a los representantes de los vecinos en las mesas de contratación de contratas de obras, limpiezas, gestion de residuos y otros servicios municipales?

2º.- Sistemas asamablearios de doble mayoría: En realidad, es un método que quiso introducir la abortada Constitución Europea, tomado de estados como Suiza, que permite conjugar los intereses territoriales con las corrientes ideológicas políticas transnacionales. Puede ser un buen método de gobierno en asambleas territoriales de menor calado.

Como es muy complicado tomar prestado un cabildo, consejo insular o autonomía para hacer ensayos, propongo crear un grupo de estudio que tome la forma de cámara paralela para la consideración teórica de este sistema en un futuro. Sus deliberaciones, asambleas y votaciones serían llevadas a cabo por voluntarios, con distintos métodos de ponderación del voto individual y el territorial, a fin de conseguir un procedimiento sencillo y eficaz de consenso.

3.- Enmienda obligatoria: Procedimientos de gestión de iniciativas asamblearias con el requisito previo y obligatorio de consenso.

Básicamente, todo consiste en lograr un consenso del mayor abasto y calidad posible, con la mejor coorperación de todos los implicados.

En cuanto a la autoridad de la ONU, tal vez debería ser ésta la que tomase las riendas del gobierno en aquellos paises que, por sí mismos, jamás podrán salir del atraso endémico. Me estoy refiriendo a Afghanistan, Somalia, Sierra Leona, (en un futuro próximo Zimbawe) y otros tantos que no recuerdo. En éstos se arriesga la vida de los soldados de Cooperación ¿para qué? para apuntalar débiles democracias corruptas en poblaciones mayoritariamente analfabetas y sin ninguna tradición histórica de democracia?

Sería bueno lanzar la idea que la ONU es la única que puede administrar determinadas zonas del mundo para sacar a su población del atraso secular. Una administración directa colegiada por parte de la ONU de los ministérios fundamentales (sanidad, educación, agricultura) y una supeditación de las formas de gobierno de estos paises a la supervisión y auditoría permanente de la ONU sería tal vez, la única solución a estos problemas.

Posiblemente, la clave no resida en ninguna de estas ideas, pero si no avanzamos en ampliar los horizontes mentales de nuestra política, dificilmente podemos progresar más allá de nuestra actual estatus de crisis crónica.

Un saludo

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