Entre Rajoy, apostando por simplificar el Estado autonómico y el nuevo presidente del Instituto de la Empresa Familiar pidiendo que los funcionarios ajusten su relación laboral como en la empresa privada, las administraciones públicas han estado de moda esta semana. Y no es para menos, si tenemos en cuenta que administran la mitad del PIB y que su gestión debe garantizar derechos y libertades. Tal vez, ha llegado la hora de aprovechar todo ello, más la necesaria austeridad pública forzada por la crisis, para sacar la reforma de las administraciones del reducido espacio de los expertos y proyectarla a la pista central del debate público.
Los países con administraciones inexistentes, altamente deficientes o totalmente subordinadas a la arbitrariedad política o de grupos de presión, son Estados fallidos, donde la democracia brilla por su ausencia. Pero si las administraciones son necesarias, la exigencia sobre su buen funcionamiento se conecta con la preocupación por la calidad de nuestra democracia y el deseo de mejorar la competitividad y el bienestar social, en un contexto de globalización.
Siempre he pensado que el debate entorno al Estado, se ha planteado demasiado centrado en el tamaño y muy poco en su eficiencia, como si estuviésemos más preocupados por lo que hace, que por cómo lo hace. Según la información cerrada a 2009, los ingresos no financieros de las administraciones públicas españolas alcanzaron el 34,7 por ciento del PIB, mientras que los gastos representan el 45,9 por ciento del PIB. La cifra de empleados públicos, por su parte, se ha mantenido estable en torno a un 13% de la población activa. Todas ellas, cifras por debajo de la media de los países de la zona euro, confirmando que nuestro problema relativo no es de tamaño, sino de funcionamiento.
Sabemos, por la segunda ley de la termodinámica, que cualquier mecanismo que convierta energía en trabajo, perderá una parte de la misma al disiparse, de manera creciente, en forma de calor: a esto se le llama entropía y señala la imperfección de todo proceso físico de transformación. Aplicado este principio al funcionamiento de la maquinaria administrativa del Estado, debemos preguntarnos cuantos recursos económicos se disipan en el proceso interno de transformación de los ingresos, en prestación de servicios públicos.
No hablo de corrupciones, ni ilegalidades, sino de eficiencia y eficacia en la gestión de tan ingente cantidad de recursos colectivos. ¿Se puede hacer lo mismo, o incluso más, con menos? ¿Es posible reducir la entropía en las administraciones, mediante mejoras en su productividad? ¿Hay espacio para una reforma simplificadora de las administraciones que aligere la carga que representan sobre la sociedad?
Mi respuesta es claramente si. Nuestras administraciones pueden hacerlo mucho mejor, si adoptan reformas radicales en su funcionamiento. España ha pasado de la identidad “un Estado, una administración” a organizar “un Estado, en dieciocho administraciones autonómicas más la central”. Redefinir las funciones y tareas de cada una de ellas y, sobre todo, las necesarias relaciones de cooperación, debe caminar en paralelo a un intenso proceso de modernización impulsado por tres palancas de cambio: las nuevas tecnologías, la evaluación de la eficacia y eficiencia del gasto y una nueva gestión de recursos humanos en la función pública. Reformas para las que existen, desde la pasada legislatura, los instrumentos legales necesarios.
La Ley de Administración Electrónica, que entró en vigor este año, obliga a que todas las administraciones ofrezcan a los ciudadanos una gestión telemática de sus procedimientos. Su efectivo desarrollo, junto al DNI electrónico, transformara de manera sustancial el normal funcionamiento de las administraciones como ya lo ha hecho con aquellos lugares donde se aplica: Agencia Tributaria y Seguridad Social, de manera destacada. Una administración plenamente electrónica no cierra nunca, no solicita a los ciudadanos certificados con información que ella misma tiene, se coordina con las demás hasta formar una verdadera administración única y sustituye a ciudadanos corriendo de ventanilla en ventanilla, por bits circulando por la red, con plena seguridad.
Una estrategia sostenible de reducción del gasto público debe pasar por su reforma y no solo por su recorte. Distinguir entre gasto más y menos útil para facilitar la recuperación debe hacerse mediante la aplicación generalizada de evaluaciones de políticas desde el punto de vista de su eficiencia y eficacia. La Agencia de Evaluación de Políticas Públicas, ya existente, debería ser el pivote sobre el que centrar esta estrategia.
De acuerdo con la Constitución, los funcionarios no tienen, ni pueden tener, exactamente los mismos derechos y deberes que los trabajadores privados, porque sus responsabilidades son diferentes. Pero eso no significa que no se pueda mejorar la gestión de los recursos humanos en la función pública, facilitada desde la aprobación del Estatuto del Empleado Público que establece: la posibilidad de redefinir los limites entre funcionarios y personal laboral, la diferenciación entre trabajo asegurado que evita injerencias políticas y un puesto de trabajo concreto, que debe depender de la puesta en marcha de procesos de evaluación del desempeño, con impacto sobre su carrera profesional y los pluses de productividad. Ser más exigentes con el trabajo de los empleados públicos, debe llevar aparejado, también, una retribución adecuada que no siempre se da hoy, así como el establecimiento de la prevista categoría de directivo público.
Es mucho lo que queda por hacer en la modernización de las administraciones públicas y el clamor en favor de hacerlo con urgencia, crece. No es fácil, porque afecta a intereses creados que juegan en contra, pero es posible y, en algunas zonas de las administraciones, se ha hecho. Depende, por tanto, de que haya voluntad política para desarrollarlo a partir del reconocimiento de que mejorar el funcionamiento de algo que gestiona la mitad del PIB e influye mucho sobre la otra mitad, debería ser parte esencial de un programa para la recuperación económica.
No es deseable vivir sin administraciones, ni posible dar marcha atrás en el Estado Autonómico. Pero es responsabilidad de buenos gobernantes, conseguir que aquello que existe, funcione mejor, reduciendo su entropía, en beneficio de todos.
03.11.2010 a las 10:40 Enlace Permanente
Genial, pero ¿cuándo empieza este cambio?
¿El estatuto del personal directivo? ¿la evaluación del desempeño? ¿+agencias? ¿+AEVAL funcionando?
04.11.2010 a las 14:14 Enlace Permanente
Realmente es todo lo que se tendría que hacer y no se ha hecho. Para ello debería entrar la reforma de la Administración de nuevo con fuerza en la agenda pública de la que salió con tu salida del MAP. Creo que esos ejes estratégicos son los adecuados pero algunos tienen el argumento de la crisis para parar por ejemplo el de gestión de personas.
19.11.2010 a las 20:28 Enlace Permanente
Evidentemente lo que hay que hacer es desarrollar el EBEP pero parece que las administraciones no están muy por la labor. Un desarrollo legislativo apropiado sobre los temas relativos a la productividad y la evaluación del desempeño de los funcionarios es a día de hoy esencial para modernizar y hacer más eficiente la administración. La propia administración es la que tiene que dar un paso adelante en este sentido.