El espejo se ha roto

Escrito a las 8:38 am

Muchas veces he pensado qué hubiera ocurrido si el presidente Sarkozy hubiera sacado adelante su idea de refundar el capitalismo, propuesta tras la quiebra de Lehman Brothers. En palabras del político conservador francés, esa crisis marcaba «el fin de un mundo que se construyó cuando una generación creyó que la democracia y el mercado arreglarían por sí mismos todos los problemas». Sin embargo, sólo se hizo un amago de reforma con el único objetivo de socializar pérdidas y de esa renuncia surge un populismo autoritario que adopta la forma de Brexit, Trump o Putin.

Foto: elmundo.es/LUIS DEMANO

De la mano de una intensa revolución tecnológica y de mercados globalizados, hemos entrado en una fase de aceleración histórica que ha provocado perdedores y ganadores por todo el planeta y ha dislocado los parámetros con los que hemos construido nuestra vigente concepción del mundo. Los nuevos condenados de la tierra traducen su enfado y desesperanza -cuando viven en países donde se puede votar- en respuestas mágicas, buenas en señalar falsos culpables, aunque incapaces de ofrecer verdaderas soluciones. El problema es que, ahora, son multitud.


«La globalización ha reducido el número de pobres absolutos en el tercer mundo, pero ha incrementado el número de pobres relativos en el primero»


Podemos detectar cinco puntos donde el espejo de nuestra sociedad se ha roto, fragmentando y desfigurando la imagen reflejada. El primero, la distribución territorial de los fenómenos económicos se ha alterado, afectando la capacidad de adaptación y de negociación de los distintos agentes económicos. Mercados globales, conllevan empresas globales y un nuevo reparto mundial del mapa de la pobreza y de la riqueza. La globalización ha reducido el número de pobres absolutos en el tercer mundo, pero ha incrementado el número de pobres relativos en el primer mundo, a la vez que crecía el de ricos en todo el mundo. Sobre todo, combinada con una revolución tecnológica sin parangón que incide, directamente, sobre el trabajo poco cualificado en los países avanzados.

Mercados globales y empresas globales, en segundo lugar, alejan los centros de decisión económicos, los «desregulan», y achicaban con ello el espacio de actuación compensatorio de la política en los viejos estados nación. La globalización, tal y como se ha hecho, crea un nuevo espacio mundial de decisiones, esquivo ante cualquier control democrático. No hay suficiente gobernanza global y los gobiernos se quedan pequeños para controlarla, sobre todo, encogidos como están por los intentos de desmantelar el Estado de Bienestar. Los políticos, elegidos todavía en el ámbito nacional, tienen que hacer frente a los descontentos provocados por la globalización, sin tener apenas instrumentos eficaces para encauzarla o contrarrestarla. La política democrática como herramienta de negociación, compensación y cohesión social, no resuelve y así pierde utilidad y atractivo para quienes más la necesitan .


«Los políticos, elegidos todavía en el ámbito nacional, tienen que hacer frente a los descontentos provocados por la globalización»


En tercer lugar, en una economía globalizada ya no es evidente el viejo principio de que los beneficios empresariales de hoy se traducen en puestos de trabajo mañana, es decir, que el crecimiento económico provoca un proceso natural de reparto vertical de la riqueza. La crisis de 2008 ya evidenció, con gravísimas consecuencias, que los mercados financieros no se autorregulan. Lo que constatamos ahora es que la libertad de comercio y de inversión, una economía capitalista global de mercado único, tiene efectos asimétricos y genera una gran desigualdad mundial al carecer de las reglas, impuestos y políticas redistributivas habituales en el anterior modelo de economía capitalista de base nacional. Una empresa produce hoy en un sitio, vende en otro, gana dinero en otro, crea empleo en otro y repatria beneficios donde le resulta más ventajoso. Y eso rompe el modelo de interacciones sociales construido durante el último siglo en los países avanzados, sin que lo hayamos sustituido por otro.

En cuarto lugar, la relación causal entre esfuerzo y mejora personal se ha bloqueado. La igualdad real de oportunidades, el ascensor social, aquello de que el punto de llegada no está restringido por el punto de salida, es hoy una quimera para mucha gente. La vinculación entre formación, trabajo y escalada social, ha sido sustituida por precariedad, trabajadores pobres y subempleo universitario, en medio de una abundancia creciente repartida por criterios ajenos a los valores meritocráticos. La clase media adelgaza.


«La ruptura de expectativas no sólo obliga a debatir sobre la filosofía de la historia, sino que difunde un desánimo general que no siempre se transforma en rebeldía. Antes bien, se convierte en enfado del que surge el populismo»


Por último, el futuro tampoco es lo que era y, con ello, se ha quebrado la última pieza del espejo que se empezó a dibujar durante la edad de la razón. Hoy progreso se identifica con el espectacular avance tecnológico y científico que estamos viviendo. Pero, a diferencia de antes, no está claro que veamos asociado un significativo avance social, colectivo. Se ha dicho que los jóvenes actuales en los países avanzados serán la primera generación de la época moderna que no va a vivir mejor que la anterior. Esa ruptura de expectativas no sólo obliga a debatir sobre la filosofía de la historia, sino que difunde un desánimo general que no siempre se transforma en rebeldía. Antes bien, se convierte en enfado del que surge el populismo. Los jóvenes de mayo del 68 no querían vivir como sus padres, los de hoy, no se resignan a vivir peor que sus padres. Pero, aunque coincidan en la voz, difieren en la salida buscada.

Hemos desatado fuerzas que no podemos controlar. No nos extrañe que mucha gente manifieste su dolor, su miedo, su malestar, mediante la abstención o pidiendo protección detrás de nuevas fronteras (Trump). Es una llamada de atención, una prueba de su poder en un sistema democrático. Tal vez lo único que les queda: pretender alcanzar una imposible marcha atrás. No sé, si hubiéramos refundado el capitalismo sobre nuevas bases éticas en 2008… La pregunta es: ¿todavía estamos a tiempo?

Publicado en elmundo.es el 13 de noviembre de 2016

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