Fragilidades de una recuperación. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 8:11 am

Aunque acabaremos este año creciendo en el entorno del 3%, son muchas las señales que apuntan a una excesiva fragilidad en nuestra recuperación, entre las que citaré dos: a finales de 2015 todavía no habremos recuperado los niveles de renta y riqueza previos a la crisis, cuando la mayoría de países del euro lo hicieron hace ya cuatro años. En segundo lugar, somos actualmente el país de la UE con mayor déficit público y con mayor tendencia al alza de la deuda pública, medidos ambos en relación al PIB. Quizá por ello, también son muchas las voces que reclaman prudencia ante la ola de optimismo exagerado que pretende propagar el Gobierno en pleno año electoral. Por ejemplo, el economista jefe del FMI, Olivier Blanchard, cuando declaraba esta semana que hasta que la tasa de paro no baje de los dos dígitos, «la recuperación española no podrá considerarse una historia de éxito».

La mitad del actual crecimiento proviene de fenómenos estadísticos (regresión a la media) y de factores volátiles como la bajada del precio del petróleo, depreciación del euro o facilidades cuantitativas del BCE. Sin esos inesperados «golpes de suerte», nuestro crecimiento endógeno en 2015 apenas si superaría el 1,4% de 2014. Y conviene recordar que ha bastado pasar de la recesión a la recuperación para que vuelven a asomar los viejos problemas no resueltos de nuestra economía: déficit exterior, dualidad del mercado laboral, incapacidad para crear empleo suficiente, excesivo endeudamiento total, baja productividad global, etc. Además, a estos problemas tradicionales, se ha venido a añadir una preocupante desigualdad social que se refleja en la existencia de casi 13 millones de ciudadanos con riesgo de caer en la pobreza.

La demanda interna es quien está liderando la recuperación. De hecho, se prevé este año una aportación negativa del sector exterior y un empeoramiento de la balanza comercial. Ha bastado que el consumo de las familias y la inversión se recuperen un poco, para que las importaciones vuelvan a crecer a tasas superiores a las exportaciones, pese a la caída en el precio del petróleo importado. Es verdad que desde los increíbles desequilibrios en 2009, hemos recuperado una senda más equilibrada de la balanza de pagos, pero no es menos cierto que seguimos arrastrando, como país, una elevada deuda externa, estancada en una cuantía que equivale al 170% del PIB, que representa una importante debilidad y de la que nos va a ser difícil desprendernos sin un cambio claro y sostenible de las condiciones de nuestra competitividad exterior.

La evolución alcista del consumo de las familias se ha convertido en los últimas tiempos en el principal factor de la reactivación económica, en un claro desmentido a los enfoques basados en la austeridad. Al final, es el gasto y no el ahorro quien hace crecer a la economía. Sin embargo, existe amplio consenso respecto a que los elementos que han permitido despertar al consumo privado en España, han tocado techo. El primero, la confianza, que ha vuelto a los consumidores como señala el Índice correspondiente. El segundo, el regreso del crédito al consumo, más comercial que financiero. La misma política del BCE - rescate financiero e inyección de liquidez- que hizo regresar a la prima de riesgo a las zonas donde debe moverse razonablemente ha permitido tranquilizar el «animal Spirit» de los consumidores que han manifestado su efecto hartazgo respecto a la situación de angustia vivida cuando estalló la crisis. Pero si la evolución de la renta disponible de las familias, como otros indicadores de expectativas, por ejemplo, el barómetro del CIS, permiten mantener estables las previsiones sobre el consumo de las familias en los próximos trimestres, tampoco es creíble un ritmo mayor de incremento que, en todo caso, se haría en un contexto en el que seguimos manteniendo unas elevadísimas tasas de endeudamiento de las familias que volverán a dispararse en cuanto se recuperen las cifras de crédito bancario. Algo similar ocurre con la deuda empresarial, descendiendo en stock aunque muy lentamente y con la creciente deuda pública.

Unos elevados niveles de deuda, pública y privada, pues, además muy apalancados en activos inmobiliarios y excesivamente concentrados con entidades extranjeras, que ya estuvieron en el origen de nuestros problemas económicos y que siguen proyectando su sombra alargada sobre la actual recuperación, que ha llegado de la mano de pocos cambios en nuestro patrón tradicional de crecimiento, basado en la demanda interna y en el déficit exterior. Sin quitar importancia a «lo hecho» en estos años de crisis, basta ver los datos con algo de objetividad para darse cuenta de que «todo aquello que no se ha hecho», lo supera con mucho. Por ejemplo, articular un modelo de avances en productividad «de la buena», de esa basada en mejoras en la calidad de la mano de obra, en tecnología e innovación y en buena gestión empresarial en lugar, como hasta ahora, de «la mala», basada en despedir trabajadores.

Sin embargo, el principal factor que impregna de fragilidad a la actual recuperación española, tiene más que ver con los problemas políticos e institucionales. Podemos decir que las cosas van mejor en lo económico, aunque estemos todavía lejos de haber reconstruido un aparato económico a la altura de nuestras necesidades y de las exigencias de la globalización. Pero el desgarro negativo que la crisis ha tenido en las instituciones democráticas, en el sistema político y en la confianza de los ciudadanos hacia los gobernantes, sigue lejos de estar reparado. La posibilidad, adelantada por todas las encuestas, de que sea muy difícil formar gobierno después de las próximas elecciones generales (en ese escenario complejo, el PSOE parece tener más opciones de liderar los pactos), no se combate con un triunfalismo autocomplaciente por parte del gobierno. La crisis, por si misma, no abre vías de futuro para España, pero si que cierra muchas del pasado. Salimos a un territorio nuevo, donde hacen falta nuevas actitudes. Empezando por los partidos con vocación de gobierno. Para reconstruir la sociedad y no solo la economía que le da soporte.

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