El rescate fue una enmienda a la totalidad al Gobierno del PP (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 8:30 am

El 9 de junio se solicita el rescate; el 21 de junio se hicieron públicos los informes de los evaluadores externos Roland Berger y Oliver Wyman; y el 20 de julio, el Eurogrupo aprueba la asistencia financiera al gobierno de España, imponiendo sus condiciones. Si lo leemos desde este final, es evidente que todo el esfuerzo realizado por el nuevo Gobierno de España para hacer frente a los problemas de nuestro sistema financiero no tuvo el éxito buscado. No se fue capaz de vencer las oleadas crecientes de desconfianza que se cernían sobre nuestro país y, en especial, sobre los activos inmobiliarios de sus bancos y, más en especial, sobre el grupo Bankia. Eso no quiere decir que todo lo hecho fuera inútil.

Sin duda, la recapitalización experimentada por nuestro sistema financiero entre finales de 2007 y finales de 2012 es impresionante. Como lo es la reconversión sufrida por el sector, reduciendo su capacidad instalada. Como lo es la transformación de las cajas en bancos, elemento sin el que no hubiera sido posible abordar de ese modo la situación desatada de crisis. Como lo es la creación del FROB como herramienta pública para ayudar al proceso. Todo ello, en el activo del gobierno de Zapatero.

Pero, sin duda también, algunas cosas no se hicieron bien. Por ejemplo, adoptar una vía lenta para las reformas, ya que, como dijo el ministro De Guindos en su declaración ante el juez, «de haberse realizado con anterioridad el saneamiento del sector financiero, muy probablemente se hubiesen precisado menores recursos». Sin embargo, como también dijo el gobernador, el problema es que no estábamos preparados para una crisis de este tipo y acometer las reformas necesarias para ello lleva tiempo.

Entre las cosas que no se hicieron bien está haberse negado a crear un «banco malo», posición que, por cierto, mantuvieron tanto el gobierno socialista como el de los populares hasta que la troika lo impuso como obligatorio. Desde el principio, algunos defendimos públicamente su

necesidad: tal vez el FROB debería haber sido ese banco malo. En ese caso, como también dijo el gobernador, hubiéramos tenido una herramienta eficaz para sanear con rapidez a los bancos. Es verdad que con coste público, como han hecho otros países que nacionalizaron las entidades con dificultades serias, pero ¿en términos de sequía de crédito, no ha tenido coste social la estrategia elegida de basarse sólo en fondos privados?

Pero centrándonos en el objetivo de este ensayo, el nuevo Gobierno cometió dos errores graves de gestión: confrontar con el gobernador del Banco de España y manejar mal el cese de Rato como presidente de Bankia, por ser quien era. Visto lo visto y leído lo escrito, existen pocas dudas sobre lo primero. Respecto a lo segundo, creo que el ministro De Guindos poco a poco va viendo, reunión internacional tras reunión internacional, que cualquier solución al problema Bankia pasa por la salida de Rato. Y no sabe cómo gestionarla. Caben pocas dudas de que un asunto de esa naturaleza, estamos hablando no sólo de Rato, sino de la cuarta entidad financiera de España, debió de consultarlo con el presidente Rajoy. Pero, partidario como es Rajoy de dejar que los problemas se resuelvan solos o se pudran, también nos caben pocas dudas de que poca ayuda pudo venirle desde ese frente.

Mi tesis es que el ministro De Guindos envía mensajes a Rato sobre la conveniencia de su salida del puesto ejecutivo en Bankia. Parece que alguno incluso a voces en su despacho oficial. El adelanto del informe del FMI fue un mensaje claro. La negativa del auditor a firmar las cuentas no fue un mensaje, aunque sí fue aprovechado por el ministro como tal. Y, el tercero, la reunión confidencial que el viernes 4 y el domingo 6 de mayo organiza en el Ministerio de Economía con los principales banqueros del país. Varias personas conocedoras del hecho mencionan que el resumen adelantado del informe del FMI, que siempre se pacta con las autoridades del país, no incluía el párrafo críptico sobre Bankia y sus problemas de gestión. Sí estaba, por indicación del Banco de España, en el informe final que se daría a conocer meses más tarde; pero no en el adelanto filtrado en abril. Hay quien señala al propio ministro De Guindos como responsable de que dicho párrafo apareciera en el adelanto del informe, tras petición telefónica expresa realizada a la responsable de éste, con quien, como él cuenta, se había reunido en Madrid. Lo cierto es que la aparición de dicho párrafo, que tanto se utilizó en ese momento, sorprendió a quienes conocían el borrador.

El segundo asunto es de mayor calado. Si el auditor que lleva trabajando años con la entidad decide no firmar las cuentas de un año, como hizo con las de 2011 de Bankia, hay un problema muy grave. Que existían discrepancias entre el auditor y los gestores de la entidad respecto a cómo contabilizar algunas partidas ha sido confirmado públicamente tanto por Rato como por el gobernador. Pero nadie le dio especial importancia al asunto, ya que dichas discusiones son normales en cualquier empresa grande y compleja. Lo que sí sorprendió a todo el mundo fue que el asunto llegara hasta donde llegó. Y que, casi de la noche a la mañana, el auditor que había estado detrás de las cuentas hasta ese momento, incluyendo la salida a bolsa de la entidad, diera el paso trascendental que dio al decidir no firmarlas. ¿En un asunto tan trascendental y en un momento tan delicado, pudo actuar el auditor sin que nadie, ni en el Banco de España ni en el Ministerio de Economía, supiera nada? Es posible, en eso consiste la independencia que la ley otorga al auditor. Pero en ese contexto, parecía muy probable que se utilizara algo tan relevante como eso para torcerle la mano a Rato. En todo caso, en su estrategia de presión a Rato, a De Guindos le vino bien que el auditor no firmara las cuentas. Recordemos que la no firma de las cuentas se certifica el viernes 4 de mayo, y que el lunes 7 Rato presenta la dimisión.

El tercer mensaje es la reunión con los banqueros, sobre la que podemos entresacar varias conclusiones a partir de lo que conocemos de sus declaraciones como testigos en la Audiencia Nacional. Aunque no es infrecuente que el ministro de Economía se reúna con los responsables de los principales bancos españoles, según declararon ellos mismos, parece que ésa fue la primera vez que lo hizo con todos juntos: Botín (Santander), González (BBVA), Fainé (CaixaBank) y Rato (Bankia). La gravedad de la situación, sin duda, lo requiere. Como hemos visto, era un momento

crítico en el que España tenía a los mercados en contra, según todo el mundo estábamos próximos a un rescate, afrontando una importante fuga de depósitos y con la prima de riesgo disparada. Literalmente, España se encontraba entonces más que nunca al borde del abismo. Por

ello, sorprende todavía más la ausencia en esa reunión del gobernador del Banco de España. Incluso del propio presidente Rajoy.

No es, por lo tanto, una reunión cualquiera. Tampoco en lo personal. De Guindos ha trabajado para Rato, quien, a su vez, ha sido empleado distinguido de Botín y de Fainé, mientras que González debe su puesto al hecho de que Rato le nombró, en 1996, tras ganar las elecciones, presidente del banco público Argentaria, posteriormente privatizado y fusionado con el BBV. Podemos decir que las cuatro personas que están en la sala del Ministerio de Economía se conocen bien e, incluso, que tienen historias y relaciones en común.

Entremezclando lo que sabemos por sus declaraciones, podemos sacar algunas conclusiones: primero, con rapidez el debate se centra en la situación de Bankia porque, como dijo uno de ellos ante el juez, en los mercados estaba la sensación de que Bankia perjudicaba a todo el sistema financiero español; es decir, a las entidades que presiden quienes están allí convocados. Segundo, existía el convencimiento de que las necesidades de capital que requería Bankia eran muy superiores, más del doble, a los 7.000 millones de los que hablaba Rato en su plan. Es decir, la propuesta de Rato les parecía insuficiente, sobre todo porque seguía incluyendo como capital los créditos fiscales objeto de discrepancia con el auditor. Tercero, que hacía falta una actuación urgente que involucrase al gobierno. Cuarto, no se habló en concreto ni de nacionalización ni de salida de Rato; aunque ante la falta de acuerdo, con Rato, en la del día 4, fue necesaria la segunda reunión, el domingo 6. Quinto, a los otros tres presidentes de entidades financieras les parece adecuado lo que ocurrió con posterioridad con Bankia y con Rato, a quien, por cierto, volvieron a ofrecer trabajo en sus entidades como asesor.

A partir de ahí, varias fuentes muy cercanas al proceso confirman que la dimisión de Rato el lunes 7 les causó «sorpresa», y que la razón que el mismo Rato aducía, más allá del contenido de la carta, era el rechazo a su plan de saneamiento por parte del ministro. Como vemos, en esas complicadas circunstancias en las que el gesto, la actitud, la forma y la apariencia cuentan tanto o más que el contenido, también los otros banqueros rechazaban dicho plan por insuficiente. Es lo que parece.

Si el ministro llega a la conclusión de que para hacer lo que había que hacer en Bankia había que conseguir la salida de Rato, al menos en su «versión Banco de España», es decir, traspasándole toda la gestión a otro, aunque manteniéndolo como presidente no ejecutivo, ¿por qué ese fin de semana actúa al margen del gobernador? ¿Por qué involucra a los otros banqueros en la reunión? ¿Qué hizo el presidente Rajoy durante ese fin de semana? ¿Recurrió Rato a Rajoy sin conseguir que se pusiera al teléfono como aseguran algunas fuentes? ¿Cuál fue el detonante último de la dimisión de un Rato que llevaba semanas peleando por «su» plan? Preguntas para las que no hay respuesta cierta. Pero que, en todo caso, conforme se fueron conociendo y planteando, incrementaron la sensación de «chapuza» con que se había gestionado todo el asunto. Ese es, al menos, el reflejo en la prensa extranjera y nacional, como mostró este titular: «Al Gobierno el asunto Bankia se le va de las manos». Como señaló Bloomberg: «La nacionalización de Bankia, después de haber cambiado a su equipo dirigente, no es suficiente para persuadir a los inversores de que España está haciendo lo suficiente para reparar un sistema financiero lastrado por créditos malos en el sector inmobiliario«.

Con esos antecedentes, el rescate representa el punto final lógico e inevitable. Una enmienda a la totalidad de lo hecho por el Gobierno del Partido Popular durante esos meses de gestión. Sobre todo porque el rescate impone una estrategia completamente diferente y negada hasta la fecha por el ministro, como es la creación del «banco malo», la Sareb, evidenciando que partiendo sólo de recursos privados no había suficiente para hacer frente a los graves problemas que la exposición al sector inmobiliario había causado en el sistema financiero español. Evidencia también de que en un mundo globalizado y formando parte del euro, los problemas nunca son estrictamente nacionales. España estaba a punto de convertirse en el causante de que todo el edificio del euro, tal como lo conocíamos, saltara por los aires. Entre otras cosas porque somos una economía mucho más grande que la griega o que la portuguesa. Eso también desaconsejaba un rescate como el efectuado a ambos países. Pero, sobre todo, lo desaconsejaba el hecho de que nuestro problema no era presupuestario, no era que el Estado hubiera entrado en suspensión de pagos. Nuestro problema era el sistema financiero y la incapacidad de hacerle frente recurriendo sólo a nuestras propias fuerzas. Por eso, nuestro rescate fue diferente del griego o del portugués, nuestro rescate fue financiero porque nuestro problema era el sistema financiero. Y el problema se nos estaba yendo de las manos, amenazando la estabilidad de todo el sistema monetario europeo.

No debería sorprendernos, pues, el hecho de que ese año, 2012, el Financial Times eligiera a De Guindos como el peor ministro de Finanzas del Eurogrupo. Afortunadamente para él, luego ha tenido tiempo para mejorarlo hasta el punto de ser, dos años después, candidato firme a presidir el Eurogrupo.

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