¡Es la formación! (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 7:59 am

2013 acabó con cinco mil  jóvenes españoles menos en paro, que un año antes. Sin embargo, a pesar de todas las medidas de estímulo aprobadas,  no se creó empleo entre el colectivo. De hecho, la ocupación se redujo en cien mil jóvenes. ¿Cómo fue posible ese milagro? Porque se redujo mucho más el número de activos debido a los efectos combinados de la caída en la natalidad, el aumento de la emigración y que los jóvenes (y sus familias) prefieren seguir escolarizados (inactivos), antes que engrosar las filas del paro.

No es un tópico decir que dentro del drama de nuestro elevado desempleo, el paro juvenil (menores de 25 años) es uno de los principales rasgos distintivos, en negativo, de la realidad española. Un 52% de nuestros jóvenes, más de la mitad de los que quieren trabajar, no encuentran trabajo, duplicando la tasa media de paro de España. Hay muchos países donde se reproduce el hecho de que la tasa de paro juvenil duplica a la tasa media de paro. En el conjunto de la zona euro, por ejemplo, el paro juvenil alcanza el 24%, cuando la tasa para el conjunto de la población apenas llega al 12%. Como esa proporción se mantiene incluso en épocas de crecimiento, es razonable pensar que existe un problema especial y diferenciado en la empleabilidad de los jóvenes, que los hace menos atractivos, en términos relativos, para los empleadores. Es decir, que la relación entre productividad y coste, es más baja en el caso de los trabajadores jóvenes, respecto a los adultos.

En muchos casos, este problema, que afecta a la inserción social de una generación, ha sido tratado desde el lado del coste proponiendo medidas que abaraten la contratación de los jóvenes, bien mediante un salario mínimo más bajo que el vigente para el resto de trabajadores, bien mediante deducciones en los costes laborales no salariales. Podemos reconocer ahí las recientes propuestas de la CEOE o de la Presidenta del Círculo de Empresarios, proponiendo un salario mínimo juvenil más bajo. A pesar del maremoto que generan ahora este tipo de propuestas, conviene recordar que en España existieron tres salarios mínimos obligatorios, graduados en función de la edad (entre 16- 18 años, entre 18 y 24, resto), hasta 1990 en que se suprimió el primero, quedando dos hasta 1998 en que se eliminó el salario mínimo juvenil por razones relacionadas más con problemas de inconstitucionalidad (discriminación por edad), que por motivos económicos.

Los estudios realizados sobre los efectos de los salarios mínimos sobre el empleo juvenil, no son concluyentes. Los académicos tienden a decir que existe una relación negativa entre subidas en los salarios mínimos y caídas en el empleo, aunque los trabajos empíricos que presentan tienen que retorcer mucho las hipótesis y los datos para respaldarlo. Pero el salario mínimo desempeña, además, otras dos funciones que no podemos olvidar: es el coste de oportunidad, para un joven, de seguir escolarizado y es una medida clara de lucha contra la pobreza, como acaba de recordar el FMI en sus Recomendaciones a Estados Unidos presentadas esta semana donde pide “aumentar el salario mínimo” ya que ello “ayudaría a elevar los ingresos de millones de trabajadores pobres”. Esta medida está especialmente recomendada en USA, según el Fondo, por el bajo nivel que tiene el salario mínimo en ese país, apenas un 38% del salario medio. Curiosamente muy próxima,  por debajo, a la relación existente en España, lo que nos llevaría a pensar que también aquí habría que subir el salario mínimo, en lugar de bajarlo, sobre todo en épocas donde aumenta el porcentaje de jóvenes en riesgo de pobreza y donde la conjunción entre contratación precaria y horas extras no retribuidas está permitiendo soslayar, en la práctica, esa restricción de coste, si es que la hubiera, sin mejorar con ello la contratación.

Tendríamos que fijarnos, pues, mucho más en elevar la baja productividad de los jóvenes trabajadores, si queremos reducir el paro juvenil, mejorando su empleabilidad. Asunto que está muy relacionado con la formación, en su triple vertiente: nivel de conocimientos escolares, adecuación de dichos conocimientos a las necesidades de la empresa y existencia, o no, de otras habilidades necesarias para desempeñarse en el mundo laboral actual. Y ahí es donde tenemos un agujero negro de gran tamaño. En España, el grueso del paro juvenil se concentra en jóvenes con bajísimo nivel educativo, de manera destacada, entre ese 25% de abandono escolar (doble que la media europea) o ese 16% de jóvenes que ni estudian, ni trabajan. La estructura de nuestra población escolar presenta algunas particularidades que explican mejor que el salario mínimo, nuestra elevada tasa de paro juvenil: mientras el porcentaje de universitarios es similar al europeo, tenemos muchos jóvenes con solo estudios básicos obligatorios 45%, frente a un 25% de media europea y muy pocos con titulaciones de bachiller o formación profesional media, 23% frente al 47% de media europea.

Dicho de otra manera, la baja cualificación escolar media de nuestros jóvenes, la misma que nos lleva a obtener bajos resultados en pruebas internacionales como PISA, limita su productividad laboral, hasta el punto de reducir sustancialmente su atractivo como mano de obra, con independencia relativa de su coste. Sobre todo, con una estructura empresarial donde predominan unas pymes que no pueden suplir con programas internos de formación, las carencias de nuestro sistema educativo. Adicionalmente, esa formación permanente, “pegada a la empresa”, es también la mejor estrategia para reducir la pobreza entre el colectivo, como demuestra el reciente estudio sobre pobreza en España en tiempos de crisis, dirigido por el profesor Antonio Villar.

El paro juvenil es un problema de difícil solución. Pero todavía resulta más difícil de resolver si nos centramos en buscar las soluciones donde no están, simplemente porque resulta más fácil rebajar el salario mínimo que revolucionar profundamente el sistema educativo en las cosas fundamentales que nada tienen que ver con los ejes de las reformas en marcha. Hay una generación que está esperando soluciones. Y ya saben, quien espera, desespera.

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