He presentado esta semana, junto a Carlos Mas y Javier Solana, “España en el mundo 2033” un estudio coordinado por este último desde ESADEgeo, el segundo informe, tras el ya publicado “La economía española en 2033”, de un proyecto estratégico que dirijo en PwC. Casi todos los Gobiernos serios y las empresas importantes realizan análisis de prospectiva en base a los cuales fundamentar los planes que les permitan adoptar, hoy, decisiones con sentido. Por tanto, no voy a defender la utilidad de pensar a medio plazo con el objetivo de intentar cazar las tendencias hegemónicas y anticiparse a las mismas, en lugar de, simplemente, dejarnos arrastrar por ellas. El mundo global se ha convertido en nuestro hábitat y tras la superación de los viejos bloques enfrentados en una guerra fría en todo el planeta, todavía no ha alcanzado un equilibrio estable. La aceleración de los cambios continuará en los próximos años hasta configurar una realidad tan distinta de la actual, como lo es esta de la existente cuando cayó el comunismo, hace veinte años.
Entre las tendencias que están configurando ese futuro, destaco: las relaciones económicas tendrán, en la toma de decisiones internacionales, un peso mayor que cuando la ideología delimitaba las alianzas; las guerras entre estados se diluirán haciendo que las nuevas confrontaciones bélicas sean distintas; no habrá una potencia dominante ni hegemónica sino que viviremos un mundo apolar, lo que complicará la gestión de los riesgos políticos; la interdependencia económica será mayor, pero careceremos de reglas claras del juego en un mundo con problemas globales, pero sin instancias globales con que hacerles frente; las empresas trasnacionales tendrán mayor capacidad de influir sobre los ciudadanos/consumidores/accionistas/trabajadores y la probabilidad de que la actual globalización sufra un parón con marcha atrás, es muy elevada, renaciendo bloques geográficos que restringirán la libertad de comercio actual, pero favorecerán los flujos de inversiones para que los procesos de producción se globalicen todavía, en mayor medida que ahora.
Será indiscutible la pujanza relativa del área del Pacífico, convertido en nuevo Mare Nostrum, con solo USA manteniendo el tirón gracias, sobre todo, a la independencia energética proporcionada por energías no convencionales. Los actuales BRICS dejaran de ser fábricas baratas por sus bajos costes laborales para convertirse en sistemas económicos innovadores, a la vez que pujantes mercados impulsados por la reducción de la pobreza y el surgimiento de nuevas clases medias, mientras Europa y Japón contemplarán el deterioro de las suyas. Se democratizará el crecimiento económico impulsado por el talento y la innovación, sin que la riqueza financiera sea una restricción, como en el pasado. La robotización planteará problemas de insuficiente creación de empleo en sociedades más urbanas y nómadas. El crecimiento será femenino, abriendo grandes oportunidades a las mujeres de todo el mundo como ocurrió tras la I Guerra Mundial, y de personas maduras ya que el único segmento de población que crecerá serán los mayores de 60 años. El respeto de las libertades individuales avanzará pero la democracia occidental, con nuestra actual concepción, no será el sistema político imperante en el mundo, sino que viviremos importantes mutaciones en la manera de gestionar los asuntos públicos. La presión sobre unos recursos naturales escasos, en un mundo donde los efectos negativos del calentamiento global serán evidentes, nos llevará a tensiones e importantes elevaciones de costes en energía, alimentos y agua.
La interrelación de esas tendencias con distintas hipótesis sobre los avances en la globalización y en su regulación, nos permite elaborar cuatro escenarios de futuro, con distintas probabilidades estimadas y diferente impacto sobre el crecimiento previsible, la cohesión social derivada del nivel de redistribución de la riqueza y la sostenibilidad medioambiental del sistema: Gobernanza global; bloques regionales; proteccionismo nacional e intereses económicos primando. Los cuatro escenarios llevan aparejados distintas hipótesis sobre la Unión Europea y, por tanto, tienen unas consecuencias sobre España que difieren sustancialmente según nos aproximemos a uno u otro. El escenario considerado más probable por los autores del informe es el surgimiento de bloques regionales, con una Europa unida a la alemana, es decir, sin dar el salto a la unión política, aunque perfeccionando la unión económica y monetaria. En ese escenario, el crecimiento es menor por el retroceso experimentado por la libertad de comercio mundial, aunque se preserva mejor la cohesión social dentro de cada uno de los bloques, siendo más posible llegar a acuerdos que limiten el impacto negativo del calentamiento global del planeta. La globalización económica pasará a ser de producción e inversiones, más que de comercio y exportaciones.
Si España quiere eludir los riesgos y convertir estos escenarios en oportunidades tiene que cambiar muchas de sus realidades actuales. Empezando por las administraciones públicas y los gobiernos, pero continuando por las empresas. De entre el elenco de recomendaciones que efectúa el Informe, quiero señalar las siguientes: reforzando nuestras fortalezas en la Unión Europea y en América Latina, tenemos que incrementar nuestra presencia allí donde se va a producir las mayores tasas de crecimiento y transformaciones: el Pacífico. Y tenemos que hacerlo trabajando juntos sector público y privado en, al menos, los siguientes asuntos: reformando la manera de educar/aprender; primando el talento y la innovación frente a cualquier otro factor productivo; incorporando a más empresas, con mayor tamaño, a la internalización, mejorando sus análisis de riesgos; reteniendo y atrayendo de manera flexible al capital humano multicultural; centrándonos en los grupos emergentes de consumidores y en las nuevas maneras de consumir; redefiniendo las responsabilidades públicas (calidad institucional/seguridad regulatoria) y empresariales (responsabilidad social corporativa).
Seguro que las tareas señaladas les son familiares. En el fondo, se trata de hacer aquellas cosas que tantos han dicho tantas veces que tenemos que hacer, como país, si no queremos equivocarnos por senderos pantanosos con difícil marcha atrás. Pero deberes que no hemos hecho, hasta ahora, que siguen pendientes. ¿Quién cambiará sus hechos y no solo sus dichos? Porque cuando sea tarde, no podremos echar la culpa ni pedir ayuda, a nadie. Solo podremos contar con nuestras propias fuerzas porque, recuerden, no habrá nadie al mando global.