El reparto estadístico de un pollo entre dos personas dice que pueden tocar a medio pollo per cápita; pero en la realidad, si solo una es su dueña y tiene fuerza suficiente para imponerse, se puede comer el pollo entero mientras que la otra persona pasa hambre. Pues lo mismo con la recuperación del PIB. Más allá de si será el 0,7% que dice el Gobierno, el 0,9% que apuntan las grandes empresas o el 0,2% que señala el FMI, estamos hablando de una media lo que quiere decir que unos mejoraran más, otros menos e incluso, otros, seguirán empeorando.
Todo proceso de crecimiento económico lleva aparejado, en sus momentos iniciales, un incremento de la desigualdad social y económica precisamente porque no todos avanzan al mismo ritmo. La globalización está permitiendo, sin embargo, que veamos cómo el incremento de la desigualdad en los países emergentes es compatible con la reducción sustancial de la pobreza y la consolidación de una clase media, mientras que en nuestro primer mundo, la desigualdad crece, a la vez que la pobreza, diluyendo a la clase media.
El previsible aumento de la desigualdad en esta recuperación plantea dos problemas. Uno, de contenido, ya que según sea la magnitud de la desigualdad así será el modelo sectorial. Otro, de intensidad del crecimiento ya que según se distribuya, habrá una parte mayor o menor que se deslice fuera del país. Por tanto, no es cierto que para repartir, primero haya que crecer, como si se tratara de dos procesos independientes cuando el modelo y la intensidad del crecimiento quedan afectados por cómo se haga el reparto. Por ejemplo, si toda la renta se distribuye a los salarios, los productos de lujo dejarán de venderse y de fabricarse. Sin embargo, si toda la renta fuera apropiada por los beneficios subiría la venta de productos de lujo fabricados en su mayoría en el extranjero, causando un menor impacto sobre el crecimiento nacional. Crecer y repartir son, pues, dos procesos simultáneos, estrechamente relacionados, por lo que no se pueden tratar secuencialmente, primero uno, después el otro.
Por tanto, si, como dice el último informe de la AEB, “la economía española comienza a mostrar síntomas de una mejoría que abre las vías hacia una recuperación (que) no supone, en modo alguno, que se haya superado la crisis o que estemos exentos de importantes riesgos” necesitaremos saber dónde van a estar los motores de la misma, para anticiparnos al tipo de desigualdad que va a surgir o a agravarse. Tres publicaciones diferentes hechas públicas esta semana abundan en esta misma idea para el caso de España. Así, mientras el informe de Riqueza Mundial de Credit Suisse señala que el número de millonarios españoles ha aumentado un 13,2% a pesar de la crisis (hasta 402.000 personas), Cáritas señala que aumenta mucho la pobreza severa crónica, hasta el punto de que tres millones de personas solo disponen de 307 euros al mes. . El informe Nielsen, por su parte, señala que el 48% de los españoles sólo pueden afrontar gastos básicos de casa y comida por un 42% que viven con cierta normalidad permitiéndose algún capricho y un 10% que gastan abiertamente sin preocuparse por la crisis.
Si tenemos en cuenta que el crecimiento lánguido previsto para 2014 está basado no en el impulso del sector exterior, sino en un aumento significativo del consumo de las familias y de la inversión empresarial, sólo la mitad de los españoles está en disposición de incrementar sus gastos de consumo el año próximo, aumentado así su distancia de bienestar con la otra mitad que seguirá sin recuperarse: no se va a crear empleo suficiente y el que se creará será precario (¿diría usted que tiene trabajo si solo trabajara una hora a la semana? Pues la EPA, si), las remuneraciones salariales seguirán estables o a la baja, continuará la detracción impositiva de renta privada, incluso con un ligero ascenso, las transferencias corrientes del Estado a las familias se reducirán en términos reales. Solo es previsible un aumento de las rentas familiares provenientes del capital (depósitos, acciones) lo que será otro factor de incremento de la desigualdad. Y algo similar ocurre con la inversión empresarial muy determinada por factores desigualmente repartidos como el nivel de internalización, su endeudamiento, su capacidad de autofinanciación y su relación con los bancos o su acceso a fuentes alternativas de financiación.
Si en toda economía abierta, una parte del impulso reactivador de la demanda interna se filtra hacia el exterior en forma de importaciones, en una economía globalizada todavía más, pues la transmisión del impulso no se efectúa solo a través de los movimientos comerciales, sino también de la balanza de capitales gracias a empresas que invierten fuera o que vienen de fuera a invertir aquí. Con ello, se refuerza otro elemento crítico de fractura social y económica potencial en función del nivel de apertura exterior o del impacto particular que tenga el proceso de internalización de la economía.
La recuperación anticipada para 2014 nos cuestiona, por tanto, tres asuntos mucho más importantes que el debate sobre las décimas (recuerdo que el INE acaba de revisar los datos de los últimos tres años, con correcciones importantes): primera, dado que con el crecimiento previsto, al igual que pasa con la prima de riesgo, regresamos a la situación de finales de 2011, ¿hasta qué punto fue evitable la recesión de 2012? Segunda, si la recuperación vendrá finalmente de la mano del mayor gasto de las familias, empresas y del estado (se reduce poco el déficit y se aumenta mucho la deuda), ¿hasta qué punto podemos declarar fracasadas las políticas de austeridad practicadas hasta ahora? Tercera, si esta recuperación solo será posible aumentando las desigualdades sociales, ¿hasta qué punto es un error grave desmantelar, especialmente ahora, las políticas compensatorias agrupadas bajo el paraguas Estado del Bienestar? Con la globalización, esta recuperación no se filtrará poco a poco a toda la sociedad, como una mancha de aceite. Más bien se depositará encima, como el aceite en el agua.