Texto para la Presentación de su libro “La economía en dos tardes” 5/11/12

Escrito a las 3:01 pm

Mixtificación de la economía

Muchas gracias.

Cuando envié al editor la penúltima versión de este libro le anuncié que, con mucha probabilidad, sería el último que haría, después de haber escrito otros tres en cuatro años (“¿Mercado o estado?” “Para desbloquear España”  “Para qué sirve hoy la política”) y haber llegado a la conclusión de que no es mediante libros como iba a ayudar a cambiar todo aquello que me disgusta del mundo en que vivo, porque la gente tiende a leer poco (al menos, mis libros) y suele escuchar de ellos solo aquello que quiere oír.

“No serás capaz de vivir, sin estar escribiendo algo y organizándolo como libro” me dijo. “Bueno, contesté yo, pues entonces me pasaré en serio a la ficción”. Tras unos segundos, pocos, añadió con media sonrisa: “¿y qué crees que has estado haciendo hasta ahora?”

¿Es la economía actual una forma de ficción? ¿Es ficción lo que pensamos, decimos y enseñamos sobre economía?  Joan Robinson, una de esas economistas que ningún alumno actual conoce (ni muchos profesores) pero que fue básica en mi  formación en aquella universidad valenciana de finales del franquismo donde no nos enseñaron lo que era la balanza de pagos, pero aprendimos política, en términos económicos y economía desde supuestos políticos. Robinson dijo como introducción a una conferencia que dio en Bombay en 1960 titulada “La enseñanza de la economía” (la tenéis disponible en la red) “Llevo muchos años trabajando como profesora de economía teórica. Quisiera creer que me gano honradamente la vida, pero con frecuencia me asaltan dudas. Lo que enseñamos, ¿es útil para el desarrollo de los países? ¿No estaremos causando más mal que bien con nuestras doctrinas?” Eludamos el chiste fácil, porque la reflexión se aplica a todas las escuelas de pensamiento económico.

Y creo especialmente oportuna esta reflexión autocrítica porque se está poniendo de moda criticar a “los políticos” (yo mismo lo hago con frecuencia) pero algunos economistas lo hacen utilizando una presunta superioridad cognitiva proporcionada por la economía que les lleva a saber exactamente lo que tenemos que hacer para recuperar la arcadia perdida, culpando a los políticos y a su “obsesión extractiva” de que la ruta al edén, detallada desde la “asepsia científica de la economía”, esté llena de ignorancia, incapacidad e impedimentos que la frenan, a veces, de manera definitiva. Si antes se decía que el político establecía el objetivo fijando el qué hacer mientras el técnico se preocupaba de ofrecer alternativas sobre cómo hacerlo, de la mejor manera posible, ahora se diría que algunos de estos economistas críticos se arrogan el derecho a saber lo que hay que hacer y clasifican a los políticos en buenos si lo hacen y en malos si no lo hacen.

Los ciudadanos también tienen derecho a preguntarnos a los economistas, por qué no todo va tan bien tras el aparente triunfo del capitalismo y de la democracia en el mundo o por qué no pueden vivir en ese paraíso al que llamamos “óptimo de Pareto” que, según la corriente principal de la economía es casi un programa prescriptivo del “deber hacer” para ser felices o, por qué para alcanzarlo, deben sacrificarse mucho aunque siempre parece que unos, lo hacen más que otros. ¿Fallan los ciudadanos, fallan los políticos o falla una teoría que abstrae aspectos esenciales de la sociedad real a los que elude, cada vez más, bajo complicadas formulaciones matemáticas?

Una breve descripción del momento económico en que vivimos sería suficiente para relativizar el valor científico de nuestro conocimiento experto como economistas. Incapaces de haber evitado la burbuja especulativa o previsto su estallido brusco, seguimos pensando que las crisis son cosas raras, cisnes negros, a pesar de encontrarnos con una, cada poco tiempo; millones de personas se encuentran en paro sin que podamos darles esperanzas, las desigualdades sociales y la pobreza crecen ahora en el primer mundo; seguimos sin saber cómo hacer de nuestras empresas un lugar de innovación permanente, ni acabamos de conseguir que el mundo se organice de acuerdo con nuestras propuestas institucionales e incentivos, a pesar de dar resultados óptimos en los modelos, sin que esa incapacidad práctica nos haga reflexionar sobre si, además de buscar “chivos expiatorios”, no habrá algún fallo en un razonamiento tan bueno, pero que pocos están dispuestos a llevar a la práctica. Además, gastamos bromas nosotros mismos sobre las dificultades para predecir, sobre todo el futuro, como si ello significara que podemos predecir el pasado, cuando todavía hay serios debates respecto a qué causó la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado.

Sin necesidad de irnos muy lejos, miremos aquí mismo, en esta sala, llena de personas con mucho conocimiento y mucha experiencia en la gestión de la economía, a nivel de país y a nivel de empresa, ex ministros y un comisario europeo, grandes analistas e investigadores y magníficos enseñantes de la misma, incluso en esta gran Bussiness Scholl que nos acoge.

Pues bien, con tanta gente lista aquí, os propongo: ¿por qué no nos encerramos dos tardes o tres, analizamos lo que está pasando en la economía española, consensuamos veinte medidas que la economía como ciencia recomienda inequívocamente que deben aprobarse ya para mejorar la situación de los ciudadanos y se las proponemos al Parlamento aprovechando que tenemos a los portavoces de los principales grupos? Si el saber económico del que disponemos los aquí presentes es tan elevado y es tan “científico”, ¿no sería eso una contribución positiva al país? ¿Por qué no lo hacemos, pues? ¿Por qué no lo hemos hecho hasta ahora?

Todos lo sabemos, pero dejadme que sistematice la respuesta, uniéndola a la reflexión sobre los límites de la economía con que he empezado.

En primer lugar, porque la economía no es una ciencia exacta, dura, inequívoca, como suponemos los que no somos físicos que es la física. Algunos pensamos que ni tan siquiera es ciencia sino un conjunto articulado, sistemático, de saberes y conocimientos, muy alejado de cumplir los requisitos exigidos para incluirse en el cuadro de honor que relaciona el conocimiento científico. Y, la verdad, tampoco debemos flagelarnos por ello ya que en los últimos tiempos hemos realizado avances muy importantes que permiten que nuestro conocimiento actual respecto a cómo funciona la economía sea muy superior al que existía hace, no sé, treinta o cincuenta años y goce, además, de un consenso superior. Pero, por decirlo así, se trata de un saber más cercano a la medicina que a la ingeniería, incluso por la importancia de tener, o no, el llamado “ojo clínico” para intuir las cosas en base a la experiencia personal.

Pondré dos ejemplos: ningún economista duda de que incrementar la masa monetaria, acabará haciendo subir los precios. No hace falta, como antes, ser monetarista para aceptar esta relación que descubrió un español, Tomás de Mercado, viendo cómo la plata que venía de América solo dejaba en nuestro país inflación, sin apenas riqueza. Sin embargo, no sabemos ni cuándo ocurrirá tal cosa, ni cuánto, la intensidad con que subirán los precios por cada unidad de masa monetaria que se incremente y, a veces, puede que lo aceptemos como daño colateral porque, mientras tanto, a corto plazo, la inyección monetaria puede hacer crecer el PIB y el empleo, aunque tampoco sabemos con exactitud ex ante, cuando, ni cuánto.

Segundo ejemplo, para los economistas que Keynes es fuente de inspiración, resulta evidente que las políticas de austeridad, de recorte del gasto público, aplicadas en Europa, provocan recesión al ser el gasto público parte esencial de la demanda agregada que empuja la economía hacia arriba. Sin embargo, para los economistas de tradición austriaca, lo cierto es todo lo contrario: el gasto público desplaza al gasto privado, más eficiente y, por tanto, reducirlo es esencial para que la economía crezca. Y frente a este debate académico, casi metafísico, la evidencia, el análisis de lo que de verdad ocurre cuando hacemos una cosa o la otra, no es nunca prueba refutatoria suficiente.  Así, el reciente estudio del FMI analizando decenas de países durante muchos años, que concluye estableciendo algunos supuestos en que el multiplicador del gasto público es negativo (y reducirlo hace crecer la economía) y otros, como los actuales, en que es positivo y, por tanto, la austeridad provoca recesión, no ha puesto fin a un debate que se viene produciendo desde hace, por lo menos, ochenta años.

Y es que, en economía, la contrastación, el análisis de los datos, los hechos y de la realidad, casi nunca pone fin a ninguna controversia teórica. Antes al contrario, buscamos en los datos aquello que confirma nuestro pre juicio. Y, claro, siempre podemos encontrarlo tras someterlos a “un hábil interrogatorio”. Pondré otro ejemplo, personal, de este fin de semana.

Preparando unos cuadros que resuman mi visión sobre la situación económica en España y sus perspectivas, para una “tournée” con clientes que me ha preparado la firma para la que trabajo (PwC), busqué la evolución de los ingresos medios de los hogares, que proporciona la Encuesta de Condiciones de Vida y, también, los salarios medios anuales de los trabajadores ambos, del INE.

Cuando ya los tenía, escuché en una entrevista radiofónica a un “economista frente a la crisis” diciendo que el ajuste, la devaluación interna necesaria, se estaba haciendo a costa de los trabajadores ya que los salarios habían perdido poder adquisitivo. Miré los datos y, efectivamente, en los últimos dos años el ritmo de crecimiento de los salarios en convenio ha sido muy inferior al crecimiento del IPC, por lo tanto, los salarios estaban perdiendo poder adquisitivo, además de que la subida de impuestos y precios públicos reduce, todavía más, en neto, su capacidad efectiva de compra. Sin embargo, aprovechando el largo fin de semana pasado y las facilidades que ofrece la página web del INE para actualizar el valor de una renta pasada, jugué un rato con los números y el salario medio bruto anual en 2006, antes de la crisis, actualizado por la inflación acumulada, es ligeramente inferior al de 2011, último dato disponible. Es decir, según eso, no ha habido pérdida de poder adquisitivo de los salarios sino una práctica congelación en términos reales y el ajuste real se ha producido vía despido.

Excuso decir que ambas hipótesis se pueden apoyar en datos, pero las conclusiones de política económica, en un caso o en otro, no son exactamente las mismas. A eso me refiero cuando digo que un saber,  cuyas hipótesis no se pueden contrastar ni falsar de manera inequívoca, no es, de acuerdo con Popper, un saber científico.

Por eso seguimos explicando en clase la Ley de Say, según la cuál “la oferta crea su propia demanda”, ya que todo lo producido se agota completamente en el reparto técnico entre beneficios y salarios considerados como coeficientes técnicos de la producción o meros precios, que es el fundamento último de las actuales políticas de austeridad (no hablo, pues de teoría, sino de política) a pesar de que si eso fuera cierto, el paro masivo persistente que hemos visto tantas veces en la historia y hoy, de nuevo, sería imposible; o a pesar de que las nuevas tecnologías y la globalización muestran cada día que tenemos una capacidad de producción muy superior a la capacidad de consumo, con el actual reparto de la renta mundial y, a pesar de que cada año, las negociaciones colectivas de salarios son la prueba evidente de que el producto no se agota, que hay un remanente, un excedente que se distribuye entre salarios y beneficios por razones sociales y no técnicas.

Digámoslo claro, la evidencia no sirve para desmentir inequívocamente una hipótesis en economía, entre otras cosas, porque quienes la defienden, buscaran y encontraran otra evidencia de signo contrario. Por eso, no es ciencia. Al menos, todavía.

La segunda razón por la que no sería fácil que nos pusiéramos de acuerdo los aquí presentes sobre una lista indubitable de acciones económicas a hacer para mejorar hoy la situación de los ciudadanos, tiene que ver con el carácter social que, a menudo, acompaña a la definición de economía: ciencia (ya vimos que no) social. Veamos qué es esto.

Entre los muchos chistes sobre economistas que existen, hay uno que es muy adecuado a lo que quiero contar ahora. Aquel que dice: hay tres náufragos, un físico, un químico y un economista, en una isla desierta, con mucha comida enlatada pero sin ningún abrelatas a mano. Se plantean que cada día harán uso de los conocimientos de cada uno para abrir las latas y comer. El primer día, el físico, dice: si no hay abrelatas, emplearemos la fuerza mediante una piedra que, golpeando en el sitio adecuado, romperá la lata y comeremos. El segundo día, el químico dice, si no hay abrelatas, haremos un fuego en el que calentar la lata hasta que la presión de los gases interiores la haga estallar y luego, comeremos. Llega el economista el tercer día y dice: supongamos que tenemos un abrelatas…¡y se quedan sin comer!

La teoría económica que enseñamos a los alumnos (recuerden la pregunta de la señora Robinson) y en la que basamos la investigación y las prescripciones de política económica, con demasiada frecuencia elude, precisamente, aquello que tenemos que explicar, para centrarse en lo bien que irían las cosas, si todo fuera distinto a como es.

Pero, además, la economía habla de personas y de grupos sociales, con sus intereses, sentimientos, pensamientos e ideologías, incluyendo aquellos de los propios economistas que miran las cosas desde su perspectiva subjetiva. Le llamamos, por ejemplo, mercado de trabajo, pero no es, no puede ser exactamente igual que el mercado de tomates. Entre otras cosas, porque los tomates no comen, ni protestan si les retiras del mercado y les dejas en paro, ni exigen mejorar su participación en ese excedente que las mejoras productivas genera y cuyo reparto no es algo técnico, sino social. Y, sobre todo, porque los tomates no votan en las urnas aquellas normas y reglas que fijan las condiciones de la producción y de la distribución social del producto.

¿Nunca les ha llamado la atención que los informes de expertos economistas siempre dicen aquello que defiende los intereses de quien los encarga? Así, la libertad de horarios comerciales, ¿crea empleo o no? Pues depende. Privatizar prestaciones sanitarias, ¿mejora la eficiencia en la atención? Pues depende. Para quien es pobre sin haberlo elegido, que los ricos paguen muchos impuestos es lo justo, pero para los ricos, hay que limitar severamente lo que pagan, porque demasiada solidaridad desincentiva el trabajo ¿Quién tiene razón? Pues depende.

¡Igual ocurre con los abogados, dirán algunos aquí presentes! Pero, mientras en este caso, los abogados aceptan explícitamente que defienden los intereses de una parte “contra” los intereses de otra, los economistas seguimos empeñados en decir que “lo nuestro” es científico,  objetivo y, por tanto, verdadero. Muchos, no nos lo creemos, pero lo seguimos diciendo, o actuando “como si tuviéramos un abrelatas”.

Ha habido casos de conversiones, como en todo. Pero ¿Cuántos casos conocen de economistas que tras un congreso de debates de ideas y datos se hayan convencido de los argumentos de sus oponentes? Hablamos, pues, de que el saber económico está plagado de convicciones ideológicas, es decir, de creencias que no se pueden demostrar científicamente pero que determinan y contaminan nuestro análisis.

Por ejemplo, quienes tienen una visión de las cosas según la cuál, “la sociedad no existe”, como dijo la señora Thatcher, siendo una simple agregación de individuos, no pueden sacar las mismas conclusiones analíticas, ni prescriptivas, que quienes creemos que existe un todo (la sociedad), que es más que la suma de sus partes y por ello, tiene reglas propias de funcionamiento que van más allá de la aparente contradicción entre la macro y la microeconomía a la que tanto artículo se le ha dedicado. Esos problemas de agregación no los tienen otras ramas del saber, como los psicólogos, biólogos o epidemiólogos que aceptan perfectamente que las normas con que funciona el todo no son una simple agregación de las individuales, como siguen diciendo los manuales de economía, a pesar de que incluyan capítulos sobre la teoría de juegos que, en realidad, invalidan lo explicado en los capítulos previos. Por ejemplo, el conocido dilema del prisionero muestra que no siempre la búsqueda del interés personal egoísta conduce al mejor resultado colectivo que es, precisamente, la idea en que se basa toda la creencia en las bondades del libre mercado.

Ahí es donde reclamo lo que echo en falta: moderación, humildad, pragmatismo, sentido común para saber que no hay verdades absolutas y que debemos esforzarnos por encontrar acuerdos parciales en posiciones intermedias. Como hicieron los economistas de la corriente principal de la economía durante décadas: potenciar el pragmatismo, resolver los problemas reales de la gente real a partir de una apertura mental respecto a lo que, en cada momento, funciona.

Recuperar esa idea, también de Joan Robinson, de la economía como una caja de herramientas, cada vez más y mejores, de la que en cada ocasión cogemos lo que necesitamos: un martillo para clavar un clavo o un destornillador para sacar un tornillo. Intentando no confundir clavo, con tornillo, ni el acto de clavar, con el de desatornillar. Y siempre que sepamos qué queremos hacer, si clavar un clavo o sacar un tornillo. O, mejor aún, siempre que aceptemos que unos querrán, legítimamente, clavar un clavo, mientras otros preferirán sacar un tornillo llevando ambas acciones a resultados diferentes, eso sí.

Con cinco últimas reflexiones muy breves: cuando algo no funciona adecuadamente (Estado del bienestar), eso no significa que automáticamente lo opuesto sea la solución (privatizarlo). A veces, es mejor arreglarlo para que funcione bien. Segunda, la existencia de algunas respuestas equivocadas (comunismo soviético) no invalida lo pertinente de las preguntas (¿cómo construir una sociedad más justa que la actual?). Tercera, el valor de muchas afirmaciones importantes, en economía, depende del contexto. Por ejemplo, unos tipos de interés elevados o una inflación baja son recomendables, o no, dependiendo del contexto. Cuarta, no olvidar el problema de la dosis necesaria. Una buena medida, como el Plan PIVE, si se queda corta, puede no alcanzar la masa crítica suficiente para hacer todo su efecto positivo, con lo que será publicidad política pero ineficacia económica no por estar equivocada sino por no llegar al mínimo efectivo. Quinta; durante las crisis económicas muy profundas, como esta, las reglas habituales de la economía tienden a funcionar de otra manera como ocurre con las leyes físicas en los agujeros negros y eso no las invalida.

Que nadie se equivoque: me gusta la economía y me siento muy orgulloso de ser economista, de esa forma especial de ver la sociedad que proporciona la economía. Creo que los avances experimentados por la investigación económica en las últimas décadas, son espectaculares. Vengo defendiendo desde hace años que no es de recibo que se pueda acabar la ESO o el Bachiller, sin saber cómo funciona un banco, por qué hay que pagar impuestos, qué es el debe y el haber, o para qué sirve una empresa.

Pero cada vez conllevo peor la mixtificación de la economía. Ese echarnos a la cabeza viejos debates que deberían estar ya superados, el  que recordar lo obvio suene a aportación provocadora. El que se nos vaya la realidad mientras discutimos sobre si son galgos o podencos o que la respuesta de muchos ante el fracaso, no sea revisar, analizar de nuevo, aprender, hacer ciencia, sino buscar culpables y envolvernos en la bandera ideológica a veces, con apariencia de asepsia. Si ya tienes todas las respuestas, ¿para que necesitas las preguntas?

Mucha gente sufre porque no sabemos darles respuestas a sus problemas. Pero no respuestas en los libros abstractos, sino en la realidad practicable cruzada de intereses, presiones y enfrentamientos. ¿Cómo podemos jugar ahí, en la realidad, no en los modelos y en los libros? Creer que se tiene razón, no basta. Señalar el camino, no es suficiente si no ayudas, también, a iniciar la marcha y a recorrerlo pese a sus muchas dificultades. Has de convencer a otros y, además, conseguir que se movilicen para convertir en realidad esas cosas que tú ves como razonables, con fuerza suficiente como para romper las resistencias de quienes pierden con el cambio y ven, por tanto, las cosas de manera diferente.  Y eso se llama “hacer política”, aunque la hagan supuestos “tecnócratas”, porque la economía no es una ciencia neutral o una técnica aséptica como la fontanería. Se refiere al corazón esencial de las pasiones, los deseos, los intereses, las rivalidades, las motivaciones, las ideologías y la supervivencia del ser humano viviendo en sociedad.

Por eso hablo, como nuestros padres fundadores, de economía “política”, porque el análisis económico hunde sus raíces en una sociedad  con muchos intereses, puntos de vista y pre juicios. Está, en ese sentido, muy cerca de la Política con P mayúscula, la Política de Polis, la de Aristóteles, a la que debe entender, ayudar y no culpabilizar, porque hoy, una parte de esa política se tiene que hacer desde la sociedad civil, las ONG y las empresas con responsabilidad social complementaria de la acción estatal. Esto, como dice Dostoievski al finalizar “Crimen y castigo”, podría servir de tema para un nuevo relato; pero este relato nuestro de ahora, ha terminado. Gracias

4 comentarios

001
María del Sagrario
06.11.2012 a las 18:39 Enlace Permanente

Sólo decirte que he leído el libro y es francamente bueno. Enhorabuena.
Un saludo.
http://mariasagrariogomezsanchez.blogspot.com.es/

002
manuel
06.11.2012 a las 19:39 Enlace Permanente

El artículo me parece impresionante, con una claridad dificilmente mejorable dentro de lo complicado

003
manuel
06.11.2012 a las 19:46 Enlace Permanente

El artículo me parece impresionante, con una claridad dificilmente mejorable dentro de lo complicado
que resulta hablar sobre economía y al mismo tiempo sobre tantas otras cosas relacionadas con ella. El autor demuestra, a mi entender, que sabe algo de economía, bastante depolítica y mucho de lo que hace falta en el mundo actual.

004
carlos
12.11.2012 a las 18:47 Enlace Permanente

Felicidades, soy un profesor de matematicas en Secundaria que durante muchos anos ha ejercido de concejal de economia y hacienda (en la actualidad no) en una gran ciudad y que nunca leyo un libro de economia, pero siempre aplique el sentido comun. Tus reflexiones me reafirman en mi proceder durante ese periodo, y te agradezco que sigas escribiendo con la sencillez que lo haces. Aunque no es mi materia, comparto tu idea de conocer lo mas elemental de la economia por parte de los alumnos. Para los mios si que les propongo problemas economicos para resolver con tecnicas matematicas.
Sigue «educandonos» economicamente que no sera un esfuerzo sin resultados.
Saludos

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