Lo siguiente de austeridad. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 11:22 am

Cada vez más voces señalan que la política de austeridad económica seguida en la zona euro desde el estallido de la presente crisis financiera, no está dando los resultados positivos que sus defensores preconizan. Incluso se acumulan evidencias sobre sus efectos perversos en términos de crecimiento, bienestar colectivo e, incluso, déficit y deuda pública.

                Aunque el concepto de austeridad transmite connotaciones morales positivas, sobre todo, si se le contrapone a su antónimo, despilfarro, no siempre lo moral y lo económico coinciden, al menos, desde que en 1714 B. de Mandeville hablara en su “Fábula de las abejas” que sobre vicios privados, como el gasto excesivo, se podía construir beneficios públicos como riqueza y empleo, en una tesis desarrollada con posterioridad por W. Sombart en su conocido libro “Lujo y capitalismo” (1921).

                La economía lleva más de 200 años atrapada en la dicotomía entre quienes defienden que la producción (por tanto, la inversión, es decir, el ahorro) es la única generadora de actividad económica, incluido el consumo necesario para comprarla en mercados que, en libertad, se equilibran generando pleno empleo y quienes, por el contrario, a partir de la existencia de crisis recurrentes, constatan que es el gasto (consumo) el único que arrastra a la producción (si no vende, se frena) por lo que debemos alimentarlo mediante medidas externas al mercado como la redistribución de renta, crédito bancario o gasto público. Los últimos 50 años de crecimiento económico en el primer mundo, los mejores de nuestra historia, han estado construidos sobre el motor del consumo (Estado del Bienestar, déficits públicos y endeudamiento privado controlados) y, sin embargo ahora, se pretende salir de esta recesión provocada por excesos en los mismos, volviendo a la otra orilla, aquella en la que prima el ahorro, el equilibrio presupuestario y la austeridad, que nos condujeron, paradójicamente, a la anterior Gran Depresión.

                No se trata de un debate que interese solo a los expertos, sino que hablamos de encontrar medidas que ayuden a millones de personas a superar su situación presente de paro, pobreza y desesperanza vital. Por tanto hay que decir, alto y claro, que el sentido común aparente no siempre coincide con el saber experto y que frases como “apretarse el cinturón para ahorrar” o “que nadie gaste más de lo que tiene”, se pueden equiparar epistemológicamente a “basta con mirar al cielo para ver cómo es el sol quien se mueve alrededor de la Tierra” o “la Tierra no puede ser redonda porque los de abajo se caerían”.

                Quienes defienden las actuales medidas de austeridad lo hacen convencidos de que los sacrificios exigidos son el único camino para reconducir los desequilibrios en las finanzas públicas y que, además, traerán crecimiento y empleo porque los recortes en el gasto público, en contra de lo mayoritariamente aceptado desde Keynes, pueden ser expansivos de la actividad económica (multiplicador negativo). Esta nueva perspectiva según la cual es la reducción del gasto público lo que verdaderamente haría crecer a la economía en su conjunto, se fundamenta en cuatro supuestos, (”Expansionary Fiscal Contractions: The Empirical Evidence” FMI 2012): que no haya crisis de incertidumbre; que exista crédito disponible para el sector privado; que las tasas de interés tengan recorrido a la baja y que se pueda devaluar la moneda. En ausencia de estas circunstancias, no existe ninguna evidencia empírica (ni demostración teórica aceptada) a favor de los supuestos expansivos de una política de austeridad pública, sino más bien de lo contrario. Así, en su último Informe, el FMI cuantifica que por cada recorte de un euro en el gasto público, el PIB retrocede entre 0,9 y 1,7 euros.

                Con las actuales políticas de austeridad se comete dos errores: centrar el ajuste sobre la deuda pública aunque, como en España, el principal problema sea la deuda privada. Segundo, no reconocer los límites de incrementar el ahorro solo a base de reducir el gasto si, como es el caso, los ingresos también caen como consecuencia de la recesión y por tanto el ahorro se reducir, como está sucediendo en las familias como en el Estado.

                Si esto es así en los casos de Grecia, Portugal y España, ¿cuál es la explicación de que se mantengan esas políticas que ni hacen crecer, ni crean empleo, ni permiten cumplir los objetivos de déficit e incrementan la deuda pública, sin que dé la impresión de que sea una cuestión de aguantar el tiempo suficiente (recuerden el cuento de aquel asno que una vez que se había acostumbrado a no comer, se murió)?

                En economía, lo que no es ciencia es ideología (creencias no demostradas, ni generalmente aceptadas) o defensa de intereses de parte. El peso ideológico es claro porque no se habla de aquella versión de austeridad que predica sujetar el consumo y el crecimiento a los límites impuestos por el medio ambiente o, en el extremo, un decrecimiento sostenible, sino que se esfuerza por convertir derechos sociales financiados con impuestos progresivos, en mercancías compradas en el mercado por quienes tienen dinero para ello.

Pero también es una política que defiende los intereses de los acreedores en momentos de elevado endeudamiento (público y privado) como el actual. Reducir gastos, apretarse el cinturón, para incrementar el ahorro y devolver los préstamos como prioridad absoluta, exime al prestamista de cualquier responsabilidad en el proceso de sobreendeudamiento vivido y, en ese sentido, es entendible que lo defienda Merkel cuyos bancos prestaron sin valorar riesgos. Pero resulta más extraño que lo defiendan los Gobiernos de los países deudores que, cada vez más, deberían defender una combinación de quitas/ condonaciones de deuda, como propone el profesor Geanakoplos de Yale, con una inyección de dinero fresco vía rescates, para permitir reactivar actividad e ingresos. En este último caso, el reparto social de los costes de la crisis sería muy diferente al que se está produciendo ahora de la mano de una austeridad convertida en mortificación, penitencia, rigidez y misticismo. En suma, lo siguiente de la austeridad no será el crecimiento (al menos, como causa-efecto), sino las hipotecas del pasado venciendo a las esperanzas de crecimiento futuro.

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