Males envejecidos que España padece. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 6:09 pm

            Apenas inaugurada la temporada de reformas, va y viene el Presidente Zapatero a decir que no va más. Que con lo ya hecho y algo adicional sobre la edad de jubilación, ya pueden los mercados darse por satisfechos. Sobre todo después de que  el Consejo Europeo,  el director general del FMI y hasta Obama,  hayan alabado las medidas del Gobierno español.
            Ese es el problema cuando hacemos las cosas forzados por los acontecimientos en lugar de por convencimiento: que estamos deseando que se acabe para volver a lo de siempre. Y, sin embargo, las reformas han sido “lo de siempre” en la historia española. En el ámbito de lo económico, desde los Pactos de la Moncloa, la reconversión industrial, la adaptación al Mercado Común, luego al Acta Única, luego a la globalización, luego al euro y luego a la internacionalización, en los últimos treinta años no hemos otra cosa en España que adaptarnos, reformarnos. Se puede decir que hemos incorporado el cambio como un parámetro de nuestro sistema económico. El dinamismo adaptativo que muestra nuestra sociedad, más allá de que permanezcan todavía rigideces, explica el éxito económico de las últimas décadas. Cada vez que hemos reformado, devolviendo decisiones a la iniciativa colectiva y manteniendo los equilibrios sociales, el resultado ha sido positivo en términos de bienestar.
            Por eso, el impulso reformista mediante paquetes articulados de medidas, ha formado parte de nuestra tradición ilustrada. Por convicción íntima de que solo alterando el estado de las cosas, podríamos lograr mejores cotas de libertad y de bienestar para todos.  Los pocos Gobiernos de progreso que ha habido en nuestra historia, han promovido siempre reformas no solo en los usos y costumbres sociales o de la vida cotidiana sino, sobre todo, en las relaciones sociales de producción y distribución. Ahí, en los derechos económicos y sociales, radica el núcleo duro del poder y la clave última de las desigualdades sociales. No se puede, por tanto, pasar de puntillas, a empujones o a regañadientes sobre estas cuestiones, desde un Gobierno de progreso que debe convertir las reformas permanentes, en su razón de ser y en su bandera del cambio verdadero. En España, todavía, necesitamos muchas reformas sobre ingresos y gastos públicos, sobre la oferta productiva para generar más empleo, sobre sostenibilidad del estado del bienestar, sobre cambio de modelo productivo, sobre lucha contra el cambio climático, sobre la coordinación entre administraciones, como para pensar que ya está bien y enterrar el hacha reformista. Cosa distinta es la manera en que se abordan, se explican y se resuelven.
            A titulo de ejemplo, voy a relatar una reforma fundamental y urgente que nuestra economía requiere para responder a la crisis económica y a nuestros problemas de competitividad derivados de la misma: las cotizaciones sociales. De entre toda la literatura existente, me quedo con un estudio reciente (julio 2007) que, aunque no oficial, está publicado por la Oficina Económica del Presidente del Gobierno. Es el elaborado por Angel Melquizo sobre “La incidencia económica de las cotizaciones sociales en España” (disponible en la red). Y destaco su conclusión principal: han sido las empresas, en su conjunto, quienes han soportado de manera plena la fiscalidad laboral que representan las cotizaciones sociales, sin que se haya trasladado a precios, ni se haya reducido del salario pagado. Estamos hablando de una cuña fiscal que representa entorno al 23% de los costes laborales totales. Esta realidad, en un modelo productivo que se basaba en bajos costes de producción, podía asumirse mejor que en el contexto de crisis actual e, incluso que, en el nuevo modelo productivo hacia el que debemos caminar, más basado en el valor añadido que en el precio barato y, por tanto, en trabajadores mejor retribuidos lo que obligará a recortar otros costes no salariales.
            Una bajada significativa de las cotizaciones sociales representaría la inyección de competitividad que no podemos conseguir mediante una imposible devaluación de la moneda. Permitiría mejorar los márgenes empresariales de manera directa e inmediata y, con ellos, su liquidez y su capacidad de competir en unos mercados mundiales ya en crecimiento como los actuales. Reducir la fiscalidad del factor trabajo podría tener, además, un efecto directo sobre el desempleo, especialmente, el de baja cualificación.
            En el sistema español, de acuerdo con lo establecido por Bismarck en el siglo XIX, nuestras cotizaciones sociales sirven para financiar contingencias comunes de los trabajadores, como la jubilación. Por tanto, una rebaja sustancial de las mismas afectaría de manera negativa a la estabilidad financiera del sistema de pensiones y esto es algo que no puede ni debe permitirse. Deberíamos, por tanto, de acuerdo con la letra y el espíritu del Pacto de Toledo, proceder a la discusión y aprobación simultánea de otra fuente alternativa de financiación de las pensiones que no se basara en la cotización de los trabajadores en activo sino en algún indicador de la riqueza general de la sociedad, sea la renta, el patrimonio no productivo, las rentas no ganadas mediante trabajo (plusvalías) o el consumo.        Se podría pensar que con cargo a los impuestos generales, incluido el nuevo, se financiaría no solo como ahora las pensiones no contributivas y los complementos a mínimos, sino el 100% de una nueva pensión mínima garantizada para todos los ciudadanos. A partir de ahí y mediante un sistema contributivo parecido al actual, dicha pensión se complementaría mediante cotizaciones sociales, mucho más bajas que las vigentes.
            Conseguiríamos así dos efectos paralelos y positivos: mejorar la posición competitiva de nuestras empresas y financiar las pensiones de una manera más sostenible y equitativa que la actual en la que su cuantía no solo dependería de la relación entre activos y pasivos sino, también, del nivel de riqueza del conjunto del país.
            Inclúyase esta propuesta dentro de un eventual “Manifiesto Universal de los males envejecidos que España padece”, similar al que escribió, en 1730, Francisco de Moya Torres y Velasco. Y es que, lo dicho. Esto de las reformas viene de antiguo y no es bueno que se acabe ya.

3 comentarios

001
Per[la|pau]*
29.06.2010 a las 11:23 Enlace Permanente

Estimado Jordi,
a pesar de comprar la idea que propones sobre la reforma del sistema de pensiones, me gustaba más la versión incial que proponia vincular el sistema de pensiones a la generación de riqueza del país, que esta segunda que, aunque más madura, se centra mucho en el concepto de competividad. Como defensor del desarrollo sostenible que soy y con el convencimeinto que «competitividad sostenible» es un oxímoron, no puedo suscribir tu tesis actual.
Por otro lado, quiero pensar que lo que ZP está diciendo es que se han acabado las medidas de emergencia para ganar la credibilidad necesaria para sostener nuestra economía. Ahora vendrán los tiempos de las reformas y la reestructuración de nuestro modelo productivo. Esperemos.

002
enric doménech
29.06.2010 a las 11:29 Enlace Permanente

¿Como conseguir una mayor implicación de terceros en la aplicación de un nuevo sistema de pensiones?

Si abrimos a la financiación vía Presupuestos (del Estado, y de las Comunidades Autónomas) la inyección de Kapital para financiar las pensiones públicas; conseguimos que el ciudadano valore el esfuerzo de ambas administraciones por garantizarles un más seguro y confortable retiro jubilar.
Si los ciudadanos que no residan en territorio nacional y perciban pensión pública se les grava con un impuesto en el país de origen y en el país de residencia, conseguimos que tanto el emisor, como el receptor de este Beneficiario de Pensión Pública, controlen el movimiento de Kapital, y velen por su real disfrute. A mayor control del movimiento de capitales, mayores beneficios fiscales (vía ingresos) para ambos países. Todo ello, dentro del mutuo respeto al mercado interior de capitales. ¿No se paga IVA por parte del consumidor último? ¿Quién es el consumidor último de una prestación pública?

Si queremos favorecer el aumento de la capacidad de ahorro e inversión, ¿por qué no facilitamos herramientas que favorezcan que el ahorro se traslade y deposite en la inversión productiva (que no en la especulativa)?

¿Porqué forzar a una reforma laboral que solo afecta a las grandes empresas, cuando el hecho palmario es que en la reciente reforma, a nivel de pequeña y mediana empresa, su incidencia es intangible? ¿Porqué no se regulan modelos de contratación y autoaseguramiento que se apliquen en grandes empresas, adaptadas a su dimensión y casuística particular? O es que alguien no se ha dado cuenta todavía que la reciente reforma social solo sirve a los intereses de las Entidades Financieras (fusiones, absorciones, …) y grandes empresas (en concurso de acreedores, o en manos de liquidadores –Marsans, Comet, Automovilísticas,…-), para abaratar su adaptación a las nuevas circunstancias económicas.

En este continuo feedback, aproximaremos posiciones entre el legislador, y los intereses de la mayoría, no solo de aquellos que por volumen y concentración de poder de decisión, están marcando con su batuta el ritmo del baile. (y nos incluyen a tod@s en este, queramos o no bailar).

Una observación de un antiguo profesor de instituto ¿saben que genera más jornales el termino municipal de Algemesí que la fábrica de Ford en Almussafes?. La diferencia está en que en el primer caso, son miles a ponerse de acuerdo, y en el segundo, solo uno. Conclusión: ¿Quién crees que se lleva el gato al agua de las ayudas?

un abrazo,

enric doménech

003
pedro gonzalez
05.07.2010 a las 10:33 Enlace Permanente

Creo, Don Jordi, que merece Vd. que se le felicite por su toma de posición clara en temas como la financiación de las pensiones por la vía del presupuesto lo que conllevaría a que los políticos dejasen de asustar al ciudadano con el coco de la quiebra del sistema.

Hoy quiero exponerle porque no estoy de acuerdo con su posición, expresada con frecuencia, de que hay que rebajar las cotizaciones sociales para aumentar la competitividad de las empresas españolas.
Cita Vd.
«un estudio reciente (julio 2007) publicado por la Oficina Económica del Presidente del Gobierno, elaborado por Ángel Melquizo sobre “La incidencia económica de las cotizaciones sociales en España” (disponible en la red). Y destaco su conclusión principal: han sido las empresas, en su conjunto, quienes han soportado de manera plena la fiscalidad laboral que representan las cotizaciones sociales, sin que se haya trasladado a precios, ni se haya reducido del salario pagado. Estamos hablando de una cuña fiscal que representa entorno al 23% de los costes laborales totales.»

Mis críticas son las siguientes

• Eurostat (oficina de Estadísticas Europeas) publica que la cuña fiscal de costes de trabajo tenía en el 2008 los siguientes valores: Alemania: 46.6%, Francia: 45.4%, España: 34.6%. Esta medida incluye impuestos sobre salarios además de cotizaciones sociales, pero España está muy por debajo de las grandes economías europeas. No debe creerse Vd. lo que vende la CEOE
• El Banco de España en su Central de Balances publica datos comparativos para una muestra de miles de empresas europeas (Alemania, Francia, España, etc.) en la que aparece que las cotizaciones sociales como porcentaje sobre ventas son mas bajas en España que en Alemania o Francia.
• La rebaja de cotizaciones es un medio sumamente ineficiente de incrementar la competitividad. Los salarios son menos del 50% del precio de venta en la mayoría de las empresas. Es decir, un 5% de rebaja de las cotizaciones representaría, si se trasladase al precio en vez de a beneficios, un 2.5% de reducción del precio. Cuánto más eficiente sería una devaluación del 25% previa una salida de España de la camisa de fuerza del Euro apoyados por el FMI y las instituciones europeas.
• Cinco puntos de rebaja de las cotizaciones representaría unos 20.000 millones de reducción de la recaudación del Estado que habría que recuperar por otros medios. Lástima que Vd. no nos proponga cual sería, en su opinión, el impuesto ideal para lograr esta recaudación. ¿Que le parece un impuesto sobre sucesiones, al estilo americano, con una tasa del 45% y una excepción del 100% para patrimonios inferiores a 1 millón de euros?

Espero tener la oportunidad de comentar sus ideas sobre la organización eficiente de las Administraciones Públicas y sobre el hecho de que la ciudadanía acepta como establecido y zanjado el modelo de organización del Estado español.

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